Deslizarse por el aire como si la gravedad fuera un mero detalle. Así vive y compite Queralt Castellet, la catalana que ha convertido el halfpipe en su territorio natural. Quien la ve elevarse sobre la pared helada de la rampa entiende por qué su figura es una de las más imponentes del snowboard mundial: Queralt no solo vuela, dibuja acrobacias en el aire, hace que el vértigo parezca armonía y que el riesgo se transforme en belleza. Su plata olímpica en Pekín 2022 no es únicamente un hito deportivo, sino el resultado de un viaje emocional complejo, marcado por una tragedia que acabó impulsándola hacia su mejor versión.
@eurosport_es Querat Castellet 🇪🇸 está de vuelta 💪 La subcampeona olímpica ha regresado a las pistas 10 meses después, en la Snow League ❄️🏂 A sus 36 años, ¿Qué será capaz de hacer en los Juegos de MilanoCortina2026? #snowboard #halfpipe #deportesentiktok #freestyle
La adrenalina del halfpipe: volar a contralógica
El halfpipe es una especie de templo blanco. Una U gigante esculpida en nieve en la que cada salto implica precisión milimétrica, fuerza y un dominio absoluto del cuerpo. Castellet se desliza con una mezcla de elegancia y brutalidad controlada. La velocidad aumente, ella asciende, se impulsa, gira. Las paredes del tubo se convierten en rampas hacia el cielo y, por segundos, el mundo se silencia. Esa es la magia que Queralt ha perfeccionado: volar sin dejar de tocar la realidad, detener el tiempo en el segundo exacto en el que la tabla vuelve a besar la nieve.
Su bajada final en Pekín fue de esas que se recuerdan porque lo tienen todo: control, riesgo, estética. Una demostración de que la cima no se alcanza solo con talento, sino con una fortaleza interior tallada a fuego.

Transformar el dolor en impulso
La carrera de Queralt ha estado marcada por un acontecimiento profundamente doloroso. En 2015 falleció su entrenador y pareja, un golpe que la dejó rota emocionalmente y que la llevó a plantearse dejar el deporte. Era un vacío imposible de llenar: el compañero que la había guiado dentro y fuera de la pista ya no estaba. Durante un tiempo, la tabla pesaba demasiado y el aire apenas sostenía.
Pero la resiliencia —esa palabra tan repetida como difícil de encarnar— se convirtió en su camino. Castellet entendió que la mejor forma de honrar su memoria era continuar, entrenar, trabajar, volar. Transformó el duelo en disciplina, la tristeza en motor, la ausencia en meta. Cada subida al halfpipe se convirtió en un pequeño acto de homenaje. Y esa fuerza interior es, quizá, lo más grande que ha mostrado en toda su carrera.
Su medalla olímpica es, en parte, fruto de ese proceso: convertir una pérdida en combustible, canalizar la fragilidad para volver a levantarse hasta brillar más que nunca.
@alvarogalrey Queralt Castellet fue medalla de plata en los Juegos hace justo 3 años. #juegosolimpicos #snowboard #DeportesEnTikTok #Queralt
Renacer en el podio
La plata de Pekín consagró a Queralt como un referente del deporte español y mundial. No era su primer intento —había competido ya en cinco Juegos—, pero sí el más emocional, el más simbólico. Cada truco en el aire llevaba implícito un recorrido personal enorme, un viaje lleno de caídas, dudas y decisiones valientes.
Su trayectoria demuestra que la excelencia es un camino largo, que el éxito a veces llega tras años de resistencia silenciosa. Castellet ha bordado ese aprendizaje en cada descenso, siempre con una mezcla de determinación, sensibilidad y fiereza difícil de igualar.
Una inspiración en movimiento
Hoy, Queralt Castellet es mucho más que una medallista olímpica. Es ejemplo de que la vida puede oscurecerse de golpe, pero también iluminarse a partir del propio esfuerzo. Su historia inspira a quienes luchan por seguir adelante cuando parece imposible. En su figura conviven la adrenalina pura del salto y la profundidad de un duelo superado.


