Hay lugares que no necesitan gritar para hacerse oír. Escondido en los pliegues verdes de la Alcarria, apenas a una hora y poco de Madrid, Trillo es uno de esos pueblos que se revelan en susurros. A través del rumor del agua, de la piedra vieja que no ha olvidado, del aroma húmedo que exhala la tierra tras cada llovizna. Y sin embargo, fue inspiración de grandes escritores, punto de partida de senderistas, paraíso discreto de quienes buscan una belleza intacta, sin artificios. Un destino donde la historia, la naturaleza y la literatura se abrazan.
Lo escribió Camilo José Cela en 1948 en Viaje a la Alcarria, su crónica de un país profundo y real: Trillo es una joya inesperada. En medio del casco histórico, el río corta las calles y se precipita en cascadas. Allí el agua no es un telón de fondo: es protagonista. La geografía fluvial de esta localidad manchega, modelada por el Tajo y su afluente, el Cifuentes, crea un paisaje singular en el que el pueblo y los ríos coexisten, se integran, se funden.
Herencia romana, alma medieval
Aunque la identidad visual de Trillo es inequívocamente medieval, su historia se remonta a tiempos anteriores. Ya en la época romana existía un asentamiento en la zona, situado en la frontera difusa entre la Carpetania y la Celtiberia. No obstante, fue tras la conquista de Alfonso VI en el siglo XI cuando el núcleo urbano comenzó a adquirir forma y proyección.
Las calles de Trillo, salpicadas de casonas tradicionales y de humildes edificios de piedra, serpentean por un entramado urbano construido con respeto por la orografía. El agua, lejos de ser temida, fue domesticada sin perder su carácter. Y así, la cascada central que divide el pueblo no solo embellece: recuerda al viajero que está en un lugar donde la naturaleza no fue expulsada, sino acogida.

Pocos monumentos encarnan tan bien la memoria de un pueblo como su puente. El puente de Trillo, construido en el siglo XVI, ha resistido guerras, crecidas y siglos de tránsito. Cruza el Tajo con una elegancia sobria, silenciosa, que no necesita alardes. A su alrededor, el tiempo se detiene. Caminar por él es caminar sobre la historia.
No es casual que Trillo fuera inspiración para Cela. La estampa de este puente, con el agua brava abajo y las piedras centenarias arriba, resume el espíritu de la Alcarria. Una belleza callada, firme, sin estridencias. Un lugar para mirar, respirar y comprender.
Arquitectura viva y termalismo real
Uno de los puntos más singulares del casco histórico es la Casa de los Molinos, el edificio más antiguo de Trillo, hoy transformado en un centro de interpretación sobre energía. Su origen se remonta a los siglos XII-XIII, y su rehabilitación ha sabido respetar la esencia de lo que fue. La presencia constante del agua le da un aura especial, como si siguiera trabajando, generando, transformando.
Otro rincón imprescindible es el Real Balneario de Carlos III, una joya termal que aún se mantiene en funcionamiento. Fundado en el siglo XVIII, este espacio fue disfrutado por el propio monarca y aún hoy ofrece aguas mineromedicinales en un entorno natural inigualable. En Trillo, salud, historia y naturaleza no son conceptos dispares, sino partes de un mismo tejido.

Entre las construcciones religiosas destaca la Iglesia de la Asunción de Nuestra Señora, un templo renacentista que se yergue sobre los tejados del pueblo. Y en las afueras, las evocadoras ruinas del Monasterio de Santa María de Óliva suman otro matiz a la historia espiritual y cultural de Trillo.
Pero el alma de Trillo también se encuentra fuera de sus muros. Desde el pueblo parten rutas de senderismo que se adentran en el Parque Natural del Alto Tajo, uno de los entornos más valiosos y menos masificados de la península. Caminos para todos los niveles se abren entre sabinas, encinas, cárcavas y barrancos, permitiendo al visitante descubrir la otra cara de Trillo: la salvaje, la secreta, la que se revela solo a los que se atreven a caminar sin reloj.