Desde 2020, Harry y Meghan han intentado redefinir su vida lejos de los protocolos de la monarquía británica. Eligieron Montecito, una exclusiva zona de California, para empezar de cero con su familia. Allí compraron una mansión de 14,65 millones de dólares con piscina, jardín, pista de tenis y una decena de habitaciones. El lugar ideal para desaparecer del foco… o eso creyeron.
Con el paso de los años, Montecito ya no es el oasis de tranquilidad que imaginaban. La zona ha sido noticia en los últimos meses por una serie de delitos que incluyen robos, agresiones, secuestros y hasta un cadáver calcinado en un coche. Las autoridades han recomendado a los residentes -entre ellos, los Sussex- que no salgan sin seguridad. Meghan Markle, de hecho, solo se deja ver en público acompañada por escoltas y un perro de protección.
Al mismo tiempo, la relación con sus vecinos es tensa. Algunos residentes consideran que la presencia de Harry y Meghan ha atraído demasiada atención mediática. Los acusan de romper el estilo reservado de la comunidad y de estar más preocupados por sus proyectos públicos que por integrarse. “No han aportado nada”, declaró un vecino en Page Six, en una crítica que resume el malestar que generan.

En este contexto, la pareja ha decidido reordenar su equipo de trabajo, adoptando un modelo organizativo similar al que utiliza el rey Carlos III, con una estructura más jerárquica y profesional. El objetivo: dar un nuevo impulso a sus iniciativas, recuperar control sobre su imagen pública y evitar más improvisaciones.
Pero aunque intentan mantener las apariencias de normalidad, lo cierto es que la vida en Montecito está lejos de ser idílica. Harry y Meghan siguen siendo figuras mediáticas incluso cuando intentan no serlo. Viven entre la necesidad de proteger su intimidad y la contradicción de seguir participando en producciones, libros y entrevistas que reabren viejas heridas.
Hoy, su mansión ya no es solo un símbolo de libertad, sino también de aislamiento. Montecito les ofrecía una segunda oportunidad. Ahora, parece más un paréntesis incómodo. Y mientras tratan de mantener su lugar en la narrativa pública sin volver a la institución que dejaron atrás, siguen atrapados entre dos mundos: el de la realeza y el de una vida común que, para ellos, nunca lo será.