Jeffrey Epstein no apareció de la nada. Durante décadas, el origen de su fortuna fue un enigma. No tenía títulos universitarios, no fundó empresas conocidas ni dejó una huella reconocible en los mercados financieros. Aun así, logró amasar cientos de millones de dólares y acceder a los círculos sociales más cerrados de la élite económica y política de Estados Unidos. Una investigación publicada esta semana por The New York Times sostiene que una parte decisiva de ese ascenso se produjo a comienzos de los años ochenta y tiene un vínculo directo con España, a través de la familia de Ana Obregón. Aquella relación marca el primer punto de inflexión en la historia económica de Epstein.
La actriz y presentadora conoció a Epstein cuando se trasladó a Nueva York para estudiar interpretación. Lo contó ella misma en sus memorias, publicadas en 2012. “Es mi ángel de la guarda en Nueva York”, escribió. También dejó otra frase que, a la luz de los hechos posteriores, adquiere un significado distinto: “Adiós a Jeff, el hombre perfecto del que nunca me enamoré”.

La relación personal, que Obregón siempre ha definido como una amistad, coincidió en el tiempo con una de las primeras grandes operaciones financieras de Epstein. La coincidencia temporal entre ambos planos, el personal y el profesional, es uno de los elementos que destaca ahora The New York Times. Según el diario estadounidense, Epstein, que se presentaba como un “cazarrecompensas” financiero, ayudó a la familia de la actriz y a otras familias españolas acaudaladas a recuperar un dinero perdido en una inversión fallida y que se encontraba retenido en las Islas Caimán.
Haciéndose pasar por una figura con acceso a las más altas esferas financieras, entre ellas, David Rockefeller, Epstein logró localizar los fondos. La recompensa económica por esa operación fue elevada. The New York Times sostiene que ese pago, sumado a una estafa previa a otro inversor, lo convirtió en millonario a los 31 años.
El colapso de Drysdale Securities
La investigación del diario estadounidense permite situar la amistad entre Obregón y Epstein en un contexto económico preciso. A comienzos de los años ochenta, la firma de corretaje Drysdale Securities colapsó en Estados Unidos. La caída provocó pérdidas millonarias a decenas de familias adineradas, entre ellas varias españolas vinculadas al sector de la construcción.
Entre los afectados estaban los padres de Ana Obregón. Según The New York Times, la familia contrató a Epstein para localizar el dinero desaparecido, junto a otras familias españolas que recurrieron a él en la misma operación.

Epstein se definía como un “cazarrecompensas” financiero. La expresión aparece en documentos y testimonios recopilados por el periódico. Durante más de un año trabajó con un exfiscal federal, Bob Gold, para rastrear los fondos. Finalmente concluyeron que el dinero estaba oculto en una sucursal de un banco canadiense en las Islas Caimán. La localización de esos fondos tuvo consecuencias decisivas. Epstein fue recompensado con una comisión sustancial.
No existen cifras públicas exactas, pero el periódico subraya que se trató de un “golpe de suerte” que marcó un antes y un después. A partir de ese momento, Epstein empezó a presentarse como gestor de grandes fortunas. La historia no había sido contada hasta ahora con este nivel de detalle y sitúa a España en el origen de su patrimonio.
Una amistad en Manhattan
The New York Times sitúa el primer encuentro entre Obregón y Epstein en los primeros años ochenta. Él ya se movía con soltura por Manhattan, pese a no contar con una trayectoria profesional reconocida. En su primer encuentro, la llevó a recorrer la ciudad en un Rolls-Royce. Por entonces, Epstein mantenía una relación con Eva Andersson, modelo sueca y ex Miss Suecia.

Obregón ha contado que se sintió atraída por su inteligencia y su trato, pero que nunca quiso mantener una relación sentimental. Reiteró esa versión en 2021, en una entrevista con Vanity Fair, dos años después de que Epstein se suicidara en la cárcel de Manhattan mientras esperaba juicio por tráfico sexual de menores. En esa entrevista lo definió como su “mejor amigo en Nueva York”.
También relató que rechazó hablar con The Wall Street Journal cuando el caso Epstein volvió a ocupar titulares. “¿Y si vienen ahora a matarme?”, dijo haber pensado, sin aportar más detalles. Mientras Epstein consolidaba su posición económica, la naturaleza de su vida privada permanecía fuera del foco público.
Para Ana Obregón, el descubrimiento posterior de la verdadera trayectoria de Epstein fue un shock. Así lo recoge la investigación. Años después, la actriz supo que aquel amigo había sido detenido por solicitar servicios sexuales a menores, un caso que acabaría destapando una red de abusos con ramificaciones en la élite estadounidense.
Un ascenso construido sobre mentiras
El episodio español no fue una excepción en la vida de Epstein. Formaba parte de un patrón. The New York Times dedica buena parte de su investigación a desmontar el relato que el financiero construyó sobre sí mismo.
Antes de su relación con las familias españolas, Epstein había trabajado como profesor en la Dalton School, un centro privado de élite en Manhattan. Estuvo a punto de perder su empleo cuando el padre de un alumno lo invitó a un evento en una galería de arte. Allí conoció a otro padre que lo presentó a Ace Greenberg, entonces una figura clave de Bear Stearns. Fue la primera puerta que se le abrió sin que nadie comprobara quién era realmente.

Greenberg lo incorporó a la firma pese a que Epstein mintió sobre su formación académica: no había terminado la universidad. Aun así, Bear Stearns le dio varias oportunidades, incluso después de que se detectaron abusos en las cuentas de gastos y conflictos de intereses. La firma le proporcionó prestigio, contactos y una red de relaciones que Epstein explotó durante décadas.
Tras abandonar Bear Stearns, siguió utilizando el nombre de la firma y su cercanía con Greenberg como carta de presentación. El diario documenta que antiguos directivos continuaron presentándole clientes y mujeres jóvenes. Algunas mantuvieron relaciones sentimentales o sexuales con él. Una de ellas declaró que se sintió utilizada como moneda de cambio. En paralelo, Epstein comenzó a estafar a inversores. Uno lo acusó de desaparecer con 450.000 dólares en una operación que nunca existió. Otros denunciaron maniobras para manipular precios de acciones. Epstein salía indemne una y otra vez.
El siguiente paso fue asociarse con apellidos influyentes. Exageró su relación con David Rockefeller, hasta afirmar que gestionaba dinero para la familia. Según The New York Times, esa afirmación era falsa, pero le permitió impresionar a universidades, fundaciones y responsables políticos. La relación más relevante fue con Les Wexner, fundador de Victoria’s Secret. Wexner fue su principal benefactor y le proporcionó la credibilidad que necesitaba para consolidar su imagen de gestor de fortunas, pese a que buena parte de esa imagen se sostenía sobre falsedades.
El caso de Ana Obregón introduce un elemento incómodo en esta historia global. No porque la actriz haya sido acusada de delito alguno ni porque la investigación cuestione la legalidad del encargo. Pero deja constancia de que aquella operación marcó el nacimiento del Epstein empresario, el salto que lo llevó al centro del poder financiero.
Décadas después, el hombre que se movió durante años entre despachos, fundaciones y mansiones acabaría suicidándose en una cárcel de Manhattan, en 2019. Mucho antes de su caída, una operación financiera con familias españolas había abierto la puerta. El resto fue una cadena de dinero, silencios y protección.


