La retirada, aunque sea parcial, del paraguas estadounidense, plantea retos sin precedentes a la OTAN y lo hace en un contexto de gigantesca incertidumbre después de que EE.UU iniciara en la madrugada de este domingo el bombardeo de tres instalaciones nucleares estratégicas de Irán. La cumbre del 24 y 25 de junio en La Haya se anuncia decisiva. Donald Trump debería asistir a la cumbre de la OTAN los días 24 y 25 de junio en La Haya (Países Bajos).
La organización atlántica ha tomado una decisión sorprendente con respecto a su próxima cumbre. Para evitar que el presidente estadounidense abandone el evento prematuramente, la cumbre se ha reducido a una sola sesión de trabajo. Esta medida se produce tras incidentes similares en cumbres internacionales anteriores, como la del G7, y pone de relieve los retos que plantea la gestión de las relaciones internacionales con un líder cuyo estilo y prioridades pueden diferir en ocasiones de las normas establecidas. El objetivo principal es mantener la unidad y la cooperación dentro de la OTAN, a pesar de las particularidades de cada miembro.
Al comienzo de su primer mandato, el actual presidente de Estados Unidos proclamaba que la organización era «obsoleta» y hablaba de retirarse de ella, antes de adaptarse al molde. Esta vez, ya no esgrime abiertamente la amenaza, pero Washington muestra su voluntad de reducir su compromiso con el Viejo Continente. Por lo tanto, se trata de un momento decisivo para esta alianza militar y política entre 32 países fundada en 1949, la más amplia y duradera de la historia occidental.

La OTAN ya tuvo que absorber el impacto de Putin con la guerra en Ucrania, ahora se enfrenta al impacto de Trump y debemos prepararnos para una OTAN con menos Estados Unidos o incluso sin Estados Unidos, lo que era impensable.
Dicha organización, instrumento de defensa colectiva que une a Estados Unidos y Europa, garantiza la asistencia mutua a los Estados miembros. Pero también es una alianza política que afirma valores democráticos comunes, como recuerda su texto fundacional, el Tratado del Atlántico Norte.
No han faltado las crisis, empezando por la salida de la Francia gaullista del mando integrado. La actual es la más grave, ya que acumula profundos desacuerdos entre europeos y estadounidenses sobre Ucrania, tensiones internas con las amenazas estadounidenses a Canadá y Groenlandia, por no hablar de las recurrentes disputas sobre el reparto de la carga de los gastos de defensa.
Hasta entonces, incluso en los peores momentos de tensión política entre aliados, la organización militar funcionaba sin problemas. Los estadounidenses incluso habían reforzado su presencia en Europa desde la agresión rusa en Ucrania, con el despliegue de 20.000 militares además de los 80.000 ya presentes.
Las consecuencias de la retirada estadounidense podrían ser terribles si es masiva y desordenada, sin un acuerdo sobre una hoja de ruta que dé tiempo a los europeos y canadienses para organizarse. El reto es gestionar esta transición, su alcance y su calendario, porque, incluso con otro presidente estadounidense, nada volverá a ser como antes.
Gran parte de los europeos aún no comprenden del todo que los estadounidenses ya no quieren ser una potencia europea y mucho menos asumir los costes que ello conlleva. Será necesario llegar a un acuerdo sobre los gastos o la OTAN, tal y como la conocemos, dejará de existir.

En La Haya, las circunstancias de Trump, pero también la credibilidad interna y externa de la organización atlántica, imponen un objetivo de gasto en defensa del 5% del PIB para los Estados miembros. En concreto, esto significaría un 3,5% para la defensa propiamente dicha y un 1,5% para los gastos relacionados con la defensa en sentido amplio, como las infraestructuras, la ciberseguridad y la protección de las fronteras.
El relevo implica que los europeos sean capaces de poner sobre la mesa lo suficiente para ser creíbles ante Washington. Esto no es nada evidente, ya que solo 23 de los países miembros alcanzan el 2% del PIB exigido actualmente. Pero la toma de conciencia es real. El presupuesto de defensa acumulado de los europeos es el segundo del mundo, por detrás del de Estados Unidos. Cubrir la salida de Estados Unidos, en el peor de los casos, implicaría movilizar un billón de euros en veinticinco años.
Sin embargo, la España de Pedro Sánchez amenaza con hacer fracasar la cumbre al negarse a comprometerse a cumplir la petición estadounidense de aumentar el gasto en defensa hasta el 5 % del PIB. Considera que este objetivo es «irrazonable» y podría tener consecuencias nefastas para la economía y el bienestar social al desviar el gasto público. Como líder de izquierda más destacado de la OTAN, declaró que los países también deberían reducir su compromiso con la transición ecológica y el desarrollo internacional.

En realidad, el argumento de Sánchez viene dictado por sus socios de la izquierda radical dentro de su Gobierno.
Madrid es una de las pocas capitales de la OTAN que no ha alcanzado el objetivo actual de la alianza, que es dedicar el 2% del PIB a la defensa, y el esfuerzo del Gobierno progresista español no va a aumentar. De hecho, Sánchez ha pedido que se excluya a España de la aplicación de cualquier nuevo objetivo de gasto, o que se adopte una fórmula más flexible que haga que el objetivo de gasto sea opcional.
Sánchez y sus aliados pueden contribuir a la idea de algunos, como Trump, de que el artículo 5 y el compromiso de asistencia colectiva ya no son válidos. En ese caso, la OTAN estaría muerta, ya que dejaría de cumplir el verdadero propósito de su existencia. Si tal escenario se hiciera realidad con la anexión por la fuerza de un territorio, por mínimo que fuera, de un país de la OTAN, Moscú lograría destruir toda la arquitectura de seguridad europea creada en 1949 para Europa Occidental y, después de 1990, también para Europa Oriental.