Desde su incorporación a la Alianza Atlántica, España ha vivido un cambio fundamental en sus FFAA. La política de defensa pasó a ser uno de los instrumentos fundamentales para la integración de nuestro país en la esfera internacional, que pasaba a formar parte de la estructura transnacional defensiva más importante tras la segunda guerra mundial. Nuestra incorporación a la OTAN, si bien fuera de la estructura militar hasta 1999, era vista como muy conveniente entonces por nuestros futuros aliados y también nos abría el paso para acceder a otras instituciones trasnacionales, singularmente las entonces Comunidades Europeas.
A lo largo de los años transcurridos, nuestras FFAA se han beneficiado de esta situación, tanto en su actual estructura como en alistamiento, reclutamiento, formación de nuestros ejércitos y de manera muy gráfica, en la formación de nuestros oficiales, lo cual ha sido determinante para tener unas FFAA a la altura de las mejores en términos de mandos. Pero también en diseño de estrategias, en nuestras políticas de defensa y hacia donde han de ir dirigidas, en nuestras relaciones con aliados y amigos fuera de la OTAN y en avanzar desde un Ejército antiguo a otro que se encuentra en términos de formación en igualdad con nuestros pares.
Todo ello en un contexto en el que la política de la UE en materia de defensa ha sido siempre timorata y dependiente absolutamente, por una parte, de la OTAN y su sostenimiento económico por parte de los EEUU y, por otra, de las relaciones bilaterales que los EEUU han tenido con ciertos países europeos (como Francia y Alemania) y algunos ya no comunitarios, como Reino Unido.
Ello era también predicable de España cuando nuestros futuros oficiales, sustantivamente los del Aire y los de la Armada, empezaron a formarse en y con material norteamericano, y a participar en ejercicios colectivos, lo cual ha definido nuestra forma de enfocar las inversiones en defensa. Obviamente, esta participación era en el ámbito de la OTAN, pero con un protagonismo estadounidense fundamental.
Terminada la Guerra Fría, los europeos, sustancialmente los pertenecientes a la UE, consideraban que la necesidad del uso de la fuerza en las relaciones internacionales había desaparecido y descansaban su defensa colectiva en su pertenencia a la OTAN, con la aportación fundamental de EEUU. Ochenta años de paz garantizada por el líder del mundo occidental, dotaban a las democracias europeas de una palanca de crecimiento económico y social sin parangón en el mundo. Más de la mitad del gasto social en el mundo se hacía y se hace en la UE, que cuenta con el 5% de la población global.
Sin embargo, desde la cumbre de Cardiff, celebrada en 2014, y ya a requerimiento de los Estados Unidos, la OTAN planteó como compromiso ineludible para todos sus miembros, el alcanzar un porcentaje de gasto en defensa del 2% del PIB en todos los estados que debía alcanzarse el 2024 (de ese número, un 20% al menos en inversiones).
La Invasión de Crimea en ese mismo año y la constatación del riesgo que suponía el terrorismo internacional yihadista, supusieron el principio de un cambio de paradigma todavía tímido que se balanceaba entre: a) el reconocimiento de que algo tenía que cambiar y de que los europeos tendríamos que ser responsables de nuestra defensa, realizando inversiones muy superiores a las anteriores y b) los intereses políticos de los gobiernos de los Estados miembros que evitaban tomar medidas que pudieran perjudicar los procesos electorales y resultar inadmisibles para el ciudadano comunitario, acostumbrado a no prescindir de nada pues su seguridad estaba garantizada.
Ya en Gales, los EEUU dijeron que sus intereses se desplazaban hacia Asia-Pacífico y que los Europeos teníamos que tomar nota…., pero no lo hicimos. Como dijera Jean Claude Juncker, entonces presidente de la Comisión, Europea: “es fácil tomar las decisiones que sabemos son necesarias, lo difícil es ganar las elecciones después, hay que cambiar el discurso político en Europa”. Todos los gobiernos de EEUU insistieron en esta necesidad pero la UE y, singularmente, los Estados miembros, no se veían obligados a acatar el compromiso de Gales ni tampoco tenían interés por hacerlo. Todo cambia cuando se produjo la invasión de Ucrania por Rusia. Los Estados miembros consideran necesario destinar fondos de la UE para ayudar a Ucrania, se eliminan las prohibiciones de financiación de inversiones en defensa no solo para la estructura de la UE, también en la estructura financiera europea. Europa tiene fácil comprar armamento, y los industriales, prefieren vender a la UE antes que a los países miembros o en conflicto. La UE paga antes, mejor y más (con lo que esto significa en términos de incrementos de precio…).
En esta situación se llegó a la cumbre de Madrid donde no hubo nada nuevo bajo el sol, aparte de volver a reivindicar la necesidad de una estrategia defensiva de 360 grados que incluyera la amenaza que supone el sur global. Por lo demás, se reiteraron los compromisos de inversión del 2% que algunos países siguen hoy sin cubrir.
Tras la victoria de Trump, y sus declaraciones sobre la necesidad de incremento de gasto en defensa que, como decíamos, no son nuevas, en el seno de la UE se empezó a hablar de la necesidad de la autonomía estratégica, que llega incluso para algunos a la necesidad de crear un Ejército europeo.
Es importante fijar claramente el concepto de autonomía estratégica. Esto implica, no solo tener un Ejército propio, con capacidad de alistamiento, formación, traslación, transporte y mantenimiento en los teatros conflictivos, con mandos trasnacionales que deberían obedecer a unas instrucciones dictadas por una autoridad delegada. También implica, tener capacidad de financiación de las FFAA europeas y del material necesario para garantizar sus capacidades, material que habría de ser europeo, a menos que quisiéramos depender casi íntegramente de la industria estadounidense. Pero tras la victoria de Trump y el imperio del “America first”, el status quo ha cambiado. Los Estados Unidos necesitan una industria suficiente para sus propias necesidades y cuando le dicen a Europa que se ocupe de su seguridad, le está diciendo también- y esto es un enorme cambio-, que se ocupe de tener una industria de defensa solvente pues no lo puede fiar todo a la industria norteamericana.
Por otra parte, no es nada fácil que los Estados miembros de la UE renuncien a parte de su capacidad de decisión para o bien tener un Ejército común unificando fuerzas, o bien conseguir de una vez la aspiración de una industria de defensa conjunta europea. Ambas cosas exigen el despliegue de una enorme capacidad de coordinación y una negociación interna superando los intereses industriales y comerciales de los Estados miembros y, seguramente, la cesión de cierta parte de soberanía interna, por la necesidad de un mando único conjunto. Ejemplos como los del comportamiento obstructivo de Francia estos años o el hecho de que Reino Unido ya no pertenezca a la UE, lo dificultan extraordinariamente. Hay que ser muy conscientes de la posición de países como Hungría (que se opondrían a ello) o Polonia y otros países del Este; así como de los Bálticos, que prefieren ser parte del bloque del gran hermano americano, (y por eso siempre dijeron no a una política de defensa al margen de la OTAN), que depender de los europeos por mucho que el actual presidente norteamericano considere a Rusia, según sus actos, su aliado natural como instrumento de fuerza frente a China.
En cuanto a España, es absolutamente indispensable el incremento de la inversión en defensa pero también saber, que un aumento muy fuerte en poco tiempo sería difícilmente digerible para nuestras actuales FFAA. El incremento inicial debería ir, a mi juicio, hacia el aumento del número de efectivos hasta alcanzar la cifra óptima según los análisis internos (unos 160.000 efectivos como mucho -se habla del entorno de los 145.000-). Hoy se cuenta con casi 117.000 efectivos de los 130.000 que había en el año 2010. Ahora bien, alistar, formar y equipar a 40.000 militares con una preparación mínima para ser operativos no es tarea que se aborde en un año o dos. Por otra parte deberíamos incrementar nuestra inversión en material. Los programas del Ministerio de Defensa para construcción de material (8×8; fragatas; sistemas de comunicaciones, etc.) están bastante retrasados, con el añadido del oscurantismo absoluto del Ministerio de Defensa a la hora de informar de cómo avanzan los planes de inversiones, obviando la obligación existente de informar sobre la planificación una vez al año. Cada vez que, bien en pleno, bien en comisión, se hace una pregunta a Defensa acerca del desarrollo de los planes de inversiones, la contestación está vacía de contenido y se concreta en un insulto a la oposición.
La inversión se tiene que incrementar, en España y en toda Europa. Donald Trump pasará, pero Europa va a permanecer y tiene que asumir sus propias responsabilidades. Esta semana se celebra la cumbre de la OTAN en La Haya y de lo que Europa tiene que ser consciente es de la importancia de constituir una fuerza determinante dentro de la Alianza Atlántica. Un grupo de presión y actuación que pueda influir en la capacidad defensiva y política de una organización que más que defensiva de un bloque contra otro, se ha transformado en una alianza global de intereses y casi siempre valores compartidos.
Uno de los ejes centrales de la cumbre de La Haya, será el incremento de la financiación en defensa. No se trata solo de cifras, debemos identificar con claridad las amenazas prioritarias, definir las capacidades necesarias para afrontarlas y concretar los recursos que debemos movilizar para dotarnos de esas capacidades. La actitud de Europa en este sentido ha de ser combativa y propositiva y no como respuesta a lo que hagan los EEUU. Solo de esa manera podremos hablar de una autonomía estratégica que nos otorgará la capacidad de influir en la toma de decisiones, en un momento en el que Europa cada vez tiene menos protagonismo y relevancia en el tablero internacional. Si el viejo continente quiere ser un actor, ha de ser capaz de tener una sola voz en política de defensa y seguridad. No se trata de crear un ejército europeo autónomo, eso sería imposible a corto y medio plazo y, a mi juicio, ineficaz, a tenor de la capacidad de los que serían nuestros competidores. Pero sí, de poder funcionar dentro de la OTAN con una unidad de criterio y decisión y tener una industria conjunta y unos sistemas compatibles en todo nuestro entorno.
Por ultimo, el Gobierno español está en una situación imposible por su dependencia de la extrema izquierda y los independentistas y por nuestra pertenencia a la UE, donde no jugamos un papel relevante (por tal motivo Sánchez trata de ser el adalid frente el imperialismo de Trump). En el día de ayer, Pedro Sánchez anunciaba que ha llegado a un acuerdo con la Alianza para subir al 2,1 % del PIB nuestro gasto en defensa (es decir lo que ya estaba comprometido). La actual conformación del gobierno y la debilidad parlamentaria del partido en el poder hacen no difícil, si no imposible un compromiso de gasto mayor por parte del gobierno, que, sea cual sea el argumento utilizado para rechazarlo, obedece en última instancia a la absoluta imposibilidad de aprobación en el Congreso. El Gobierno ha anunciado un “acuerdo con la OTAN”, que todavía no conocemos, en el que “España quedaría exenta de elevar su gasto militar hasta el 5% del PIB para el año 2035”. Aunque España será mencionada en la declaración final de la cumbre, que consolida el objetivo del gasto en una década hasta el 5%, aplicable al conjunto de los 32 aliados. Es decir, otra vez, ¿si pero no? o ¿no pero si?.
España se juega mucho en esta cumbre, su prestigio internacional y su percepción como país fiable y al que hay que oír. Es muy doloroso que por la trágica y mezquina debilidad del Gobierno actual, nuestro país retroceda no solo en solvencia y transparencia democráticas, si no también, en la relevancia mundial que, conforme a su capacidad económica, cultural, histórica y globalizadora, le corresponde. Necesitamos un Gobierno que actúe en beneficio de nuestro país y no al dictado de los que quieren acabar con el.