En España es un delito el talento!, Ramón María del Valle-Inclán
El pasado veintinueve de mayo miles de admiradores, miles de entusiastas, miles de lectores de Luis Alberto de Cuenca aguardábamos con ilusión la noticia del posible ingreso del mayor poeta vivo de la lengua de Federico García Lorca en la Real Academia Española. Esa tarde esperábamos la alegría y nos visitó la tristeza. A la mañana siguiente, tras leer la crónica del maestro Jesús Fernández Úbeda en Libertad Digital, la tristeza mutó en indignación y la desilusión en rabia.
Del mismo modo que para saber lo que sucedió en Waterloo hay que leer a Hugo en Los Miserables: “Sabida es la dolorosa equivocación de Napoleón; esperaba a Grouchy, y fue Blücher el que llegó: la muerte en vez de la vida. El destino tiene variaciones de esta clase; se esperaba el trono del mundo, y se divisa Santa Elena”. Para saber lo que sucedió ese infausto jueves en ese Trafalgar cultural hay que leer a Úbeda: “El lobby lingüista de la RAE votó en blanco para evitar que el flamante Premio Reina Sofía ocupara la Silla “o” de la Docta Casa”.
Las gargantas profundas de Úbeda en Felipe IV apuntan, también, a García de la Concha como uno de los cabecillas de la maquinación, y a mí esta noticia me ha emocionado. Es una dicha saber que a pesar de los años está en perfecta forma y que sigue haciendo de las suyas. ¡A don Víctor le gustan más las conspiraciones que al mismísimo Catilina! Hace veinte años impidió el acceso de Luis Alberto a la RAE y dos décadas después ha completado su obra. Su currículum es deslumbrante: es el único español que ha sabido engañar al mismo tiempo a la Casa Real, al PP y al PSOE; hazaña admirable que no ha podido igualar siquiera el PNV, sin duda el actor más hábil e inteligente de la vida pública española.
A pesar de lo mucho que nos cuenta Úbeda (el Gay Talese manchego) es muy difícil identificar a todos los protagonistas del complot, más cuando están escondidos tras el burladero del voto secreto. Mi olfato gallego, sin embargo, me dice que no podemos olvidar a ciertos integristas de la corrección política que no le perdonan a Luis Alberto su paso por los gobiernos de Aznar, aunque el poeta fuese un espíritu y un verso libre (nunca mejor dicho) alejado absolutamente de la militancia y de la contienda política. Por todo lo expuesto, para ahorrar palabras y para entendernos, me referiré a los autores de la trama con un nombre genérico: La Bandada de la Concha, porque aquí ha habido aves y pájaros de distinto plumaje.
“Escándalo, es un escándalo”
Trece votos en blanco de treinta y seis presentes no es una casualidad, es una conjura, una confabulación, un contubernio. Que no haya sido elegido ninguno de los dos candidatos por esta treta es lo que escandaliza e indigna, es lo que produce vergüenza ajena. “Escándalo, es un escándalo” canta el Frank Sinatra de Linares, canción que está muy cerca ya de ser el himno oficial de la Academia. Si hubiese ganado el ilustre catedrático y maestro de arquitectos Luis Fernández-Galiano, yo no escribiría este artículo, porque para gustos, los colores. Podía ganar cualquiera de ellos, pues eran dos magníficos candidatos. Con la derrota de ambos la que pierde es la RAE, cuya historia en los últimos años es la historia de una continua y vertiginosa decadencia. Tras esta desvergüenza el proceso para ser académico se asemeja al de las canonizaciones de la Iglesia católica. Aquí también se necesitan dos milagros para ser elevado a los altares del palacete de Felipe IV: el milagro de que te voten y el de que no te veten.
No quiero ni pensar el tormento interior y las pesadillas jurídicas que sufre el presidente de la RAE, Santiago Muñoz Machado, jurista de profesión (uno de los más insignes de España), ante el aquelarre jurídico que presenciaron sus ojos. En las votaciones del día veintinueve (cumpliéndose la letra) se violó claramente el espíritu de los Estatutos de la Academia. Allí un grupo de académicos (legos en derecho, además de en otras muchas cosas) cometieron una flagrante injusticia, una flagrante arbitrariedad y un flagrante abuso de derecho.
Si el desaire sufrido por Luis Alberto y Fernández-Galiano en la RAE es inadmisible, el sufrido por Andrés Rábago, El Roto, unas semanas antes en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando es, sencillamente, intolerable. El genial dibujante de El País, cuyas viñetas diarias son pura metafísica, pura poesía, sufrió el mismo desprecio que el poeta y el arquitecto, pero con la terrible agravante de que era el único candidato. Los académicos de “malas” artes desconocen en su ignorancia, en sus vanidades y soberbias, que con su voto “el roto” no se lo causaron a Andrés Rábago, se lo causaron a sí mismos y a la Academia. Y lo hicieron por irresponsabilidad y sectarismo para con una institución que debería ser santuario indiscutido de la cultura y no lupanar indiscutible de la ligereza.
Una academia de muros desmoronados
Hay que recuperar el prestigio de la Academia, por eso apelo a todos los grandes nombres, a las mujeres y hombres de máximo nivel que todavía ahí se sientan, para que actúen sin demora e impidan que la RAE (como decía el torero) siga degenerando. Por eso apelo a esa mayoría de académicos rectos, justos y honrados para que reaccionen, para que impidan que la RAE se convierta en una academia de muros desmoronados, que diría Quevedo. No puede ser que las votaciones de académicos sean más frívolas y esperpénticas que las nominaciones de Gran Hermano. No puede ser que los mayores enemigos del español sean los encargados de cuidarlo y que a su lado el presidente Puigdemont sea una cheerleader de la lengua de Gonzalo de Berceo. No puede ser que por medio de prácticas y tácticas torticeras y corleónicas la RAE pase de ser la Docta Casa a ser la Casa Nostra de nadie.
La lengua es el gran tesoro oculto de este viejo Reino de España y, retirado Rafa Nadal, es nuestra mejor embajadora en el mundo. El español es el único idioma que planta cara al inglés en el orbe y, además, ha desplazado en el bazar de las lenguas al habla de Montaigne, Baudelaire y Flaubert, hecho asombroso y admirable. Lo que los académicos tienen entre manos es muy importante y por eso debe ser terreno estéril para las miserias humanas y terreno fértil para el rigor y la seriedad. Contribuir a volver a darle a la Academia brillo y esplendor no es solo un deber patriótico, es un imperativo categórico.
A los miembros de La Bandada de la Concha les perdono todo. Les perdono sus prejuicios, sus ruindades, sus anatemas; les perdono su mediocridad, su irrelevancia, su indigencia. Les perdono todo, salvo el daño que le han hecho a la Academia dejándola huérfana de esplendor, desierta de luz, yerma de brillo; dejándola sin que Galiano proyecte Las ciudades invisibles y sin que Luis Alberto cante al unísono a Loquillo y a Homero.
Salieri vs Mozart
A pesar de este daño irreparable mi espíritu y mi conciencia me exigen ser indulgente y comprensivo con los autores de la conjura de la Academia. No hace falta ser Cervantes, Shakespeare ni Dostoyevski (los grandes anatomistas del alma humana) para saber lo que sienten los miembros y miembras de La Bandada de la Concha ante Luis Alberto (a veces el lenguaje inclusivo es delicioso); para saber lo que sienten ante la obra, ante la erudición oceánica, ante el éxito colosal del bardo de El Pilar. Los miembros y miembras de La Bandada de la Concha sienten ante Luis Alberto lo mismo que sentía Salieri ante Mozart.
El bardo seguirá su camino feliz y satisfecho, con las alforjas repletas por el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana que tanto escuece. Seguirá, como bibliófilo empedernido, en busca del libro perdido y, como borgiano hechizado, en busca del “verso incorruptible”. El vate seguirá escribiendo el poemario de nuestro tiempo y esculpiendo la lengua española en versos, y como Max Estrella podrá decir: “Tengo el honor de no ser Académico”.
El último humanista
Stefan Zweig, que vio en Erasmo al primer europeo, vería en Luis Alberto al último humanista de la península ibérica. Un humanista vestido siempre con el traje de luces de la cortesía, de la elegancia; con el traje de luces de la tolerancia. Un humanismo nacido en Grecia, cultivado en los marianistas de la calle Castelló y consagrado en el rompeolas de todas las Españas.
Dicen que Alejandro dormía con la espada y La Ilíada bajo la almohada. Yo sé que cuando se dividió su imperio y su ajuar, Luis Alberto heredó La Ilíada y los académicos conjurados heredaron la espada. Por eso, que veten a Luis Alberto de Cuenca en la Real Academia Española es como si hubiesen vetado a Eduardo García de Enterría en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación o a Severo Ochoa en la Real Academia Nacional de Medicina de España.
Siempre termino mis columnas con poesía y en esta ocasión la exigencia es máxima. Le quiero dedicar a La Bandada de la Concha la inigualable sextina de Jaime Gil de Biedma, inmenso poeta sin premios y sin Academia, pero que hoy encabeza indiscutiblemente el canon de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX, al igual que Luis Alberto de Cuenca lidera el canon poético del siglo XXI: “A menudo he pensado en esos hombres, / a menudo he pensado en la pobreza / de este país de todos los demonios. / Y a menudo he pensado en otra historia / distinta y menos simple, en otra España / en donde sí que importa un mal gobierno”.
Y quiero también brindar con champán con mis lectores por Luis Alberto y Luis Fernández-Galiano; por la poesía y la arquitectura; por la lengua española, el talento y la excelencia.