Hoy el mundo reconoce con el Premio Nobel de la Paz a una mujer que ha hecho de la verdad su única estrategia, y de la dignidad su arma más poderosa. Felicito de corazón a María Corina Machado, líder indoblegable que ha puesto el cuerpo y la palabra al servicio de la libertad de Venezuela.
Este galardón no premia solo a una persona, sino a una causa: la de millones de venezolanos que, pese a la persecución, la censura y el exilio, se niegan a rendirse. El Nobel otorgado a María Corina es, en esencia, un acto de justicia moral que devuelve visibilidad y esperanza a una nación sometida al silencio.
Su lucha —pacífica, civil, coherente— ha desarmado las máscaras del poder autoritario y ha mantenido viva la exigencia de elecciones libres, instituciones legítimas y soberanía ciudadana. Frente a la represión, María Corina ha respondido con serenidad y coraje; frente al miedo, con una fe inquebrantable en la fuerza del pueblo.

Este reconocimiento internacional llega en un momento crucial: cuando Venezuela y toda América Latina enfrentan el desafío de resistir la expansión del autoritarismo y la corrupción transnacional. La voz de María Corina, amplificada ahora por el eco del Nobel, nos recuerda que la libertad no es una consigna, sino una tarea que se cumple cada día.
Como Coordinador del Consejo Político Internacional de su movimiento y compañero de lucha, he sido testigo de la profunda convicción con la que ha llevado esta causa a cada foro, a cada conversación y a cada ciudadano. Por eso este premio nos compromete aún más a sostener la lucha democrática en todos los espacios donde aún sea posible hacer oír la verdad de Venezuela.
Hoy celebramos a María Corina Machado, pero también celebramos la fuerza moral de un país que, a través de ella, le recuerda al mundo que la dignidad no se negocia.