Hay días que se vuelven trascendentales en la vida. El 24 de octubre de 2024, en Estrasburgo, fue uno de ellos. Recuerdo cada detalle de la conversación con Maria Corina Machado. Los preparativos para garantizar su seguridad, los nervios contenidos, la voz quebrada y el orgullo inmenso de escuchar a una mujer de hierro. “María Coraje”, le dije ese día. Así es como la veo.
Aquel día, la puerta de la esperanza se abrió un poco más. El el pleno del Parlamento Europeo acababa de votar a favor de concederle a ella y a Edmundo González el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia por su defensa valiente, su lucha justa, libre y pacífica, y el deseo inquebrantable de justicia y democracia para todo un pueblo.
Ella recibía la noticia escondida en algún lugar incierto de Venezuela, lejos de las garras de Maduro. Llevaba semanas en búsqueda y captura, separada de su familia, alimentada por la esperanza de vivir el regreso de la democracia a Venezuela. La razón: haber ganado unas elecciones. Recuerdo que pensé con tristeza que el exilio y la clandestinidad son también, algunas veces, el precio de defender la libertad.

Pero lo que yo creía que sería un momento agridulce se transformó, con sus palabras, en una razón para la alegría. Toda Europa (excepto los Verdes, el grupo de Podemos y, vergonzosamente, todo el grupo socialista, incluidos los eurodiputados del PSOE) había votado democracia y libertad para Venezuela. Y eso no solo era una conquista personal. Era un mensaje rotundo al mundo que hoy sigue vigente: Europa no cederá un milímetro contra la tiranía.
La historia juzgará con severidad al Partido Socialista por ordenar a sus eurodiputados a votar “no” a María Corina y Edmundo. Hoy, con el Premio Nobel de la Paz a “María Coraje”, se constata que estábamos en el lado correcto de la historia cuando les propusimos al Sájarov para ella y para Edmundo. Y celebramos con ella, de nuevo en la distancia, que la libertad siga abriéndose paso contra la oscuridad. Que el miedo y la amenaza no basten para acallar su voz, y que los demócratas no nos rendimos jamás.
María Corina personifica la pesadilla más terrorífica para Nicolás Maduro: una mujer a la que no puede quebrar, una voz que no pueden silenciar, una esperanza que no pueden apagar. Su ansia de libertad, su grito de esperanza y su espíritu de lucha son más fuertes que todas las armas de su ejército. No pueden herirla. Es inmune a la propaganda. Y nadie puede desacreditarla, porque su verdad es una verdad incuestionable, y eso es algo que desquicia al tirano Maduro.

Fue siempre una sombra para los esbirros de Chávez y es hoy un viento ingobernable para los asesinos de Maduro. Nadie sabe dónde está, pero todos sienten su presencia. En cada calle que protesta, en cada plaza donde se escucha libertad, en cada sonrisa de esperanza que la represión no puede aplacar. María Corina hoy es el viento de la dignidad que guiará al pueblo venezolano hasta el triunfo final.
Por eso Maduro tiembla. Porque una mujer, armada solo con su voz, está llevando a su régimen de terror a su fin.
Hoy, el Nobel de la Paz no solo corona a María Corina Machado. Ilumina el camino de millones de venezolanos que resisten, que esperan, que luchan. Y nos recuerda a todos que la libertad, por más que intenten sofocarla, al final, siempre, siempre, termina triunfando.