Día de la Salud Mental

“La depresión me paralizó, pero aprendí que pedir ayuda salva vidas”

La joven María Aránguez comparte su testimonio con un trastorno depresivo severo: un viaje entre dolor, estigma y recuperación

María Aránguez junto a su perro
María Aránguez junto a su perro

La depresión te desgarra, te anula, te paraliza. Hace más de dos años que fui diagnosticada con un trastorno depresivo ansioso severo. Entonces aún trabajaba y arrastraba malestar desde hace años. No fue hasta que me senté ante el ordenador y no pude ni leer un correo electrónico (no lo entendía) que decidí acudir al médico de cabecera para solicitar una baja laboral.

El miedo a parar. El miedo a mirar de frente lo que está pasando. Metida en la vorágine de la productividad, no quería parar. Pero mi cuerpo no me dejó otra opción. Y ahí comenzó el camino a la recuperación, que no curación, extremo que empiezo a entender desde hace bien poquito.

Los días pasaban con un dolor profundo, insostenible, inexplicable; no sabes lo que duele, solo que es insoportable. Tanto, que morir, de repente, te parece un alivio, una opción más para poner fin a ese sufrimiento. El dolor físico te alivia. Dormir se convierte en tu mayor aliado al tiempo que conciliar el sueño es casi imposible. Comienzas el camino de prueba y error con la medicación psiquiátrica.

Cada actividad se convierte en un reto, en una montaña que resulta inalcanzable. Comer, asearse, dormir, hablar, escuchar. Al fin y al cabo, estar viva. Nada te genera ni el más mínimo interés. Sin saber cómo, tienes 33 años y tu madre se muda a vivir contigo. Eres una persona dependiente. Cuerpo y mente te gritan que no pueden más.

Con lo que tú eras, te dices. Independiente, apasionada por el trabajo, sociable, siempre te ha encantado salir y entrar, conocer gente, viajar, estudiar. Sientes que pierdes tu identidad, ya no sabes quién eres.

He tenido la suerte de estar muy bien acompañada desde que comencé a mostrar mi malestar. Puedo confirmar que mis amigas y familia han sido quienes, en un primer momento, me salvaron. Me salvaron la vida. Después, han sido la muleta y trampolín para que pueda hacerlo por mí misma.

El trabajo psicológico y psiquiátrico, el hilo fino e intermitente de cordura, de racionalidad, es el que te permite aceptar la situación y comenzar a andar el camino. Aceptar y pedir ayuda. Dos cosas que pueden sonar baladí pero que con seguridad afirmo es lo más complejo a lo que el ser humano actual puede enfrentarse, con o sin trastorno o enfermedad psiquiátrica.

Después de mucho tiempo, mucha terapia, muchos altibajos, probar muchas medicaciones y acudir al hospital de día, comienzo a encontrar una estabilidad. Empiezo a reconectar con aquello que me produce placer y reaprender aquellas maneras de hacer que un día sirvieron y después dañaron.

Los procesos de recuperación son indeterminados en el tiempo, no lineales y requieren de mucha conciencia y mucho amor.

Desgraciadamente, la sociedad y las instituciones no están preparadas para acompañar y sostener este tipo de enfermedades. El estigma, propio y ajeno, sigue vivo. La normativa laboral no prevé, por ejemplo, una reincorporación progresiva tras una enfermedad larga de este tipo. Lo que aboca nuevas crisis o situaciones económicas imposibles. El sistema de doble revisión Seguridad Social/Mutua de trabajadores intensifica el autocuestionamiento y dificulta la aceptación.

La sociedad no está preparada porque no ha recibido ningún tipo de educación emocional. Pero todo esto es reversible.

No obstante, en mi caso (que sé que no es el más común), he de agradecer al sistema público de salud de Catalunya que me facilita un servicio de psiquiatría impecable y que me ha permitido, a día de hoy, estar en un hospital de día psiquiátrico (Centre Forum). Ambos han actuado como piedra angular para mi recuperación, gracias a sus profesionales.

El camino hacia la salud mental es complejo pero posible si cuentas con los recursos pertinentes.

TAGS DE ESTA NOTICIA