Opinión

Tiempo de luces de navidad

Actualizado: h
FacebookXLinkedInWhatsApp

La de incendios que tuvo que haber cuando la gente iba por la casa con palmatoria. La de incendios que debió de haber cuando la gente iluminaba el árbol de Navidad con velas de verdad. La de incendios que hubo en los teatros, y la de incendios que hubo en los Palacios, y de rebote en los callejones. La luz eléctrica nos negó las estrellas, pero nos dio seguridad, amén de una mejor visión en la noche. A la maravilla de la invención de la luz eléctrica sobrevinieron su popularización y posterior abaratamiento. Vino como signo de estatus y después como elemento decorativo. Quien no sabe iluminar su casa, no sabe iluminar su propia vida. Ay de aquellos que malviven con una lámpara de seis brazos en la que solo sobrevive una bombilla titilante.

La etapa navideña es el pico de consumo eléctrico más absurdo del año. Si bien la decoración es estas fiestas es la más bonita que hay, también se ha convertido en la más hortera y excesiva (especialmente en Vigo, aunque Madrid no le va a la zaga). No sé cuánto dinero destinan los ayuntamientos a cambiar las luces cada pocos años. No se reduce a cada cambio de consistorio, sino que se produce también cuando en el ayuntamiento alguien necesita darle dinero a otro alguien que casualmente es empresario o diseña cosas que pueden ser vestidos, botas, meminas, o juegos de bombillas. No hay nada de poético en la celebración de la mediocridad moral. Cuando miro los autobuses que se fletan desde el centro para ver la iluminación de Navidad y veo a esos niños pequeñitos mirando maravillados tal derroche lumínico pienso en la suerte que tienen de ver solo eso dentro del despropósito en que se ha convertido el mes de diciembre, que empieza ya a mediados de noviembre, adelantándose incluso al Black Friday. Una parte de la belleza de las fiestas navideñas radicaba en su brevedad. Son cuatro semanas dentro de un año entero. Cuatro semanas que algunas personas odian, porque tienen que compartir mesa con seres con los que comparten deudas, consanguinidad, y no pocos traumas que se exorcizan viendo el vestido de Nochevieja de la Pedroche. Celebraciones que se acaban el año en el que la matriarca dobla la servilleta. A partir de entonces no hay Nochebuena que valga. Cada mochuelo a su olivo, a quejarse en soledad.

De unos años a esta parte el ritual empieza casi un mes antes, casi solapándose con Halloween. El centro las grandes ciudades se convierte en un espectáculo granguiñolesco de gorros feos, pelucas, estridentes, objetos que pitan, y árboles moribundos. Y luces, muchas luces. Los gorros, las pelucas, los juguetes, las bolsas, e incluso la ropa, tienen pinta de arder al mínimo chispazo. A veces me apetecería pasear por el centro con una palmatoria. Si algo me lo impide es la legislación vigente.

Ayer, que era noviembre igual que hoy, me encontré con un tremendo atasco porque era el encendido de las luces de Navidad. No me parecieron especialmente bonitas, aunque este año tampoco son especialmente feas. Algo es algo. Las luces de colores ya no indican que es Navidad. Indican que viene otra oleada de consumismo salvaje en lo que se nos ofrece comprar todo menos tiempo. Y el tiempo es lo que más necesitamos. El tiempo es carísimo y no admite devoluciones. Todas las cosas que compramos compulsivamente las consumimos con el secreto deseo de que se conviertan en tiempo de felicidad, o al menos en tiempo de descanso. Esos libros, esos vales por un curso de natación, esa invitación a un spa, ese set de bordado. Todo es la promesa de un tiempo relajado. El tiempo que debió de haber antes de que el mundo estuviera inundado de luces que perdieron su significado de alegría para convertirse en un símbolo de esclavitud. Este año saquemos la palmatoria. Iluminemos sólo lo que nos importa. Que se apaguen los horteras, los mediocres, los taimados. Vamos a probar a iluminar de verdad la vida, a ver si nos devuelven el tiempo robado y, de paso, las estrellas.

TAGS DE ESTA NOTICIA