A mi madre.
Muchísimas veces las apariencias engañan. Cuando cae en nuestras manos El Principito creemos que es una fábula, o un cuento infantil, y es, en realidad, una de las más deslumbrantes cartas de navegación de ese océano insondable que es el alma humana. Antoine de Saint-Exupéry no nos regaló una pequeña flor, nos regaló la Amazonia entera.
Lo mismo me ocurrió hace poco frente al televisor. Yo creía que estaba viendo un programa de televisión más y me encontré, de repente, con una maravilla, con una joya. Una maravilla que para más inri tenía el título más prosaico y escatológico del mundo: No tenéis ni **** idea. Sí, hace unas semanas vi de madrugada, del tirón y con retraso, los tres capítulos de esa serie fascinante y asombrosa sobre la primera temporada de Luis Enrique Martínez en París dirigiendo al PSG. Quiero felicitar a todo el equipo de Movistar Plus+ por regalarnos, en estos tiempos en que la telebasura es la reina, este impagable tesoro.
Lo confieso desde el principio: soy luisenriquista. Y lo confieso, sobre todo, para tranquilidad y solaz de todos los que padecen luisenriquitis; así mis palabras no les harán recaer en su dolencia. Sus críticos, sin embargo, lo tienen muy difícil. Luis Enrique es un ser bendecido desde la cuna. Es de Gijón y a los asturianos el Creador les concedió el privilegio de elegir su lugar en el mundo. Ellos lo tuvieron muy claro: queremos un hogar con vistas a Galicia.
Un quinteto de dream team
Por si esto fuera poco, en la pila bautismal le impusieron Luis por nombre y si en las Islas Británicas Oscar Wilde hablaba de La importancia de llamarse Ernesto, nosotros en España tenemos que hablar de la importancia de llamarse Luis. Luises son los integrantes del quinteto inicial imbatible del dream team de la cultura española: Luis Landero, Luis García Montero, Luis Alberto de Cuenca, Luis Tosar y Luis Zahera.
No tenéis ni **** idea nos muestra al entrenador asturiano tal como es, sin trampa ni cartón y con todas sus peculiaridades y manías, y descubrimos con una sonrisa que Lucho es igual en la intimidad que en la calle, es igual en el vestuario que en el césped. Yo destacaría dos rasgos de su carácter: su autenticidad y su valentía. Auténtico como los Estopa, en esta época de postureo y Auto-Tune, y valiente como los mineros leoneses y asturianos, admirables héroes anónimos, heroicos héroes diarios. Ya decía Borges: “Entre las cosas hay una de la que no se arrepiente nadie en la tierra… Esa cosa es haber sido valiente”.
Marea pensar en las toneladas de trabajo, de tesón y de talento que se necesitan para que un niño del Mareo llegue a ser el rey del Parque de los Príncipes. A este asturiano indómito no hay Tassotti, Bernabéu ni Chiringuito que lo frene. Lucho cree en sí mismo y en sus ideas de una manera feroz y apasionada, y este es el único camino que conozco para que los demás crean en ti. De esa coherencia nacen el carisma y el liderazgo. Es delicioso ver como el gijonés le explica al prodigio de Bondy, a Kylian Mbappé (el Montaigne de los estadios) el mandamiento que resume sus Essais: el mejor ataque es una buena defensa.
Los españoles mágicos
En París, con el triunfo del PSG en la Champions, Luis Enrique se ha convertido en el mejor entrenador del mundo, en un auténtico consul sine collega de la república del futbol. El asturiano se ha convertido en la cima de esa pléyade de extraordinarios entrenadores españoles que ocupan los banquillos más deseados del orbe. En la capital del Sena, este don Pelayo de los campos ha convertido al PSG en una maquina arrolladora donde los hombres están por encima de los nombres, el sudor por encima de los egos y el equipo por encima de las estrellas. En la ciudad que vivió una Revolución que cambió el mundo, este futuro Príncipe de Asturias del Deporte ha protagonizado otra revolución que ha cambiado el fútbol: Un PSG repleto de Vitinhas y Fabianes y ayuno de Vinicius y Neymares, un PSG campeón.
En París, ese otro Betanzos, el asturiano Luis Enrique Martínez García ha unido su nombre al mallorquín Rafael Nadal Parera y al malagueño Pablo Ruiz Picasso para configurar ese triunvirato mágico de españoles que han triunfado, apoteósicamente, en la ciudad donde solo triunfan los Hugos, los Monets, los Balzacs; donde solo triunfan los Richelieus, los Mazarinos, los Bonapartes.
Pasaban los minutos de la serie y mi entusiasmo no decaía, sino que se acrecentaba. De pronto el entusiasmo mudó en emoción y las lágrimas perlaron mis mejillas. Luis Enrique empezó a recordar a su hija, la pequeña Xana. Sus palabras me impactaron en el corazón. Mientras le escuchaba recordaba a don Quijote: “Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres”. Mientras le escuchaba me acordé de mi querido hermano Juan, me acordé de mi madre…
Esa brújula impagable
Luis Enrique, como el verso eterno de Auden, nos transmitió la más honda, hermosa y arrebatadora “derrota del dolor” que jamás he escuchado. Solo el lenguaje poético nos permite dibujar las honduras y profundidades del alma que el asturiano transita hablando de su hija Xana. Palabras emocionadas y emocionantes convertidas ya en los más hermosos versos. El amor de un padre por una hija convertido en pura poesía. Unas palabras que me recuerdan los versos hermosísimos de Ángel González, otro asturiano universal: “Mientras nada / me llene el corazón / si no es tu imagen, y haya / una remota posibilidad de que estés viva / en algún sitio”.
Luis Enrique y su familia saben ya, como Antoine de Saint-Exupéry, cuál es la brújula para conducirnos por el mundo, saben ya cuál es el secreto de la vida, de ahí la maravillosa labor que realiza la Fundación Xana: “No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Esa brújula impagable, ese secreto precioso se lo regaló la pequeña Xana, su PRINCIPITA.



