El nuevo plan de paz para Gaza, anunciado esta semana a bombo y platillo tras dos años de guerra, ha sido presentado por Donald Trump como un éxito histórico. Pero más que un punto final, parece tan sólo una pausa. El pacto, alcanzado entre Israel y Hamás con la mediación de Estados Unidos, Qatar, Egipto y Turquía, prevé la liberación de todos los rehenes israelíes, el intercambio por unos 2.000 prisioneros palestinos y una retirada parcial del Ejército israelí, que ya ha comenzado a desplegar sus tropas . La ayuda humanitaria empezará a entrar “en masa” en la Franja. Y, de momento, el fuego cesa.
Lo que cambia principalmente este pacto “es que hay una implicación directa de Trump, que se juega su prestigio”, explica Ignacio Cembrero, excorresponsal en Oriente Medio y una de las voces más reconocidas sobre la región. “El alto el fuego será duradero y habrá una retirada parcial del Ejército israelí, así como una liberación de todos los rehenes. Pero es una paz muy frágil“, explica en conversación con este periódico.

El impulso personal de Trump
Lo cierto es que el papel del presidente estadounidense ha sido decisivo. De hecho, Cembrero se refiere a el como “el único que podía presionar eficazmente a Netanyahu”, y lo ha hecho “tras nueve meses en la Casa Blanca”. La motivación, sin embargo, no parece sólo diplomática. “Compensa así un poco su fracaso con Putin. Rusia no depende de EE UU como Israel”, señala el periodista. “Detrás de sus presiones no hay una estrategia regional sostenible. Es un político demasiado pusilánime como para desarrollar tal estrategia. Se ha apuntado un gran tanto”.
La jugada encaja con el estilo Trump: intervención personalista, cálculo de prestigio y una lectura inmediata del éxito. Pero sin estructura detrás. El nuevo alto el fuego es más una demostración de poder negociador que un diseño de paz a largo plazo. La propia letra del acuerdo lo demuestra: deja sin definir las siguientes etapas y se apoya -casi exclusivamente- en la palabra del presidente estadounidense. “En el fondo no existen mecanismos más que la palabra, el compromiso de Trump”, insiste Cembrero. “El acuerdo no es nada preciso sobre las etapas posteriores.”

Los límites de la mediación árabe
A diferencia de lo que sugieren las imágenes de Sharm el Sheij (Egipto), donde se selló la primera fase del plan, el excorresponsal tampoco cree que los mediadores regionales hayan sido determinantes. “Los mediadores no han sido claves. Sólo EE UU ha sido clave”, resume.
Cada actor jugaba su propia partida: “Egipto es importante porque es el gran vecino temeroso de que Israel empuje a los palestinos hacia su territorio; preocupado también de ir a contracorriente de la calle que simpatiza con los palestinos. Qatar es el mediador de siempre gracias al cual Hamás sobrevive políticamente. Su cúpula política está en Doha. Tiene afinidades religiosas con Hamás. Ha ayudado mucho económicamente a Gaza todos estos años con el beneplácito de Israel. Y Turquía se ha apuntado la última a la mediación.”
El resultado es un equilibrio inestable: Egipto actúa por contención, Qatar por afinidad y supervivencia, y Turquía por ambición diplomática. Pero, al menos de momento, ninguno parece capaz de sostener la tregua sin el impulso de Washington.

Hamás, una fuerza que no se extingue
La gran pregunta ahora es qué quedará de Hamás una vez completado el intercambio de rehenes y la retirada parcial israelí. El plan habla de reconstrucción y de una futura desmilitarización, pero no de quién gobernará la Franja ni con qué legitimidad.
“Hamás va a luchar por no desaparecer políticamente en Gaza y quizás militarmente pasando a la clandestinidad”, advierte Cembrero. “Hamás nunca desaparecerá políticamente. Es mucho más que un movimiento armado. Es una manera de ver, de enfocar la cuestión palestina profundamente enraizada en la población”.

El corresponsal considera que el grupo islamista podrá mutar, pero no desaparecer. “Quizás evolucione tras dos años de guerra, pero no desaparecerá”, insiste. Su lectura coincide con la de muchos analistas que consideran imposible reconstruir una Gaza arrasada ignorando a quien sigue controlando gran parte de su tejido político y social.
Un futuro prendido con alfileres
Las siguientes fases del plan son todavía futuribles. Se habla de reconstrucción, de un eventual gobierno tecnócrata palestino y del desarme de Hamás, pero sin plazos ni garantías. “Todo el resto del plan es muy confuso. Es difícil hacer pronósticos”, admite Cembrero. “Netanyahu ha sido privado de acabar su tarea de reconfigurar la región, algo que logró en parte en Líbano, en Siria y con Irán. En Gaza es donde menos lo ha conseguido por ahora: no ha derrotado militarmente a Hamás; no ha expulsado a la población palestina e Israel no se ha adueñado de la Franja”.
El resumen del pacto alcanzado es un alto el fuego duradero, pero una paz frágil e inestable que dependerá, sobre todo, de la implicación personal de Trump en el conflicto y de cuánto quiera presionar el magnate a su homólogo israelí. “Más allá de la primera fase, el resto -desde la desmilitarización de Gaza hasta el despliegue de una fuerza internacional- está prendido con alfileres y hasta es confuso”, sentencia.