En el artículo de El País sobre el premio Nobel de Literatura de este año, el escritor húngaro Làszló Krasznahorkai, Sandra Ollo, su editora en España, recordaba esta frase del autor: que la realidad la filtren los poetas. Sus palabras me llevan a un libro que leí sobre la importancia de la poesía en China, principalmente durante la dinastía Tang. Los futuros gobernantes debían de saber escribir poesía. No era un pasatiempo refinado, sino un requisito para ejercer el poder. No era una cuestión estética sino un deber moral y político. El dominio del verso era condición para presentarse a los exámenes imperiales, el sistema de selección de funcionarios que duró por lo visto hasta principio del siglo XX. Se exigía al candidato capacidad para el buen hacer poético, el dominio de la métrica, pues éste era reflejo del equilibrio interior del político, necesario para gobernar. Una prueba de que el gobernante tenía dominio de sí mismo, educación y sensibilidad.
Dicho esto, y leída la noticia del Nobel, cambio de diario y, haciendo el scroll típico de estos tiempos, me encuentro con el último titular del caso Ábalos- Koldo: “Hay que comprar pulseras para la puta”. La frase me lleva a otra joya reciente, que también ocupó titulares hace unos meses: “Tengo preparada otra nueva, se enrolla que te cagas”. El suspenso en los exámenes imperiales estaba garantizado. Nosotros, que con nuestra mentalidad del siglo XXI nos permitimos muchas veces juzgar la Antigüedad como si de un tiempo bárbaro se tratara, ¿se imaginan lo que hubieran pensado los políticos chinos del siglo X si leyeran algunos de nuestros titulares o escucharan algunos debates parlamentarios?
Cierto es que se puede alegar una separación de disciplinas en aras de la modernidad, la que nos llevó en el mundo occidental a separar Iglesia de Estado, la que nos llevó a la división de poderes de la Ilustración, por un lado, la poesía, por otro la política. No le podemos exigir a un político que componga odas. ¿Se imaginan a nuestros diputados hablando en verso en el Congreso? Pero si a la política no se le exige métrica hoy en día, sí debería al menos exigírsele los valores que la dinastía Tang reclamaba para sus gobernantes: ética, educación y sensibilidad.
No he leído todavía a Krasznahorkai. Se le considera sucesor de la tradición literaria centroeuropea de Kafka. Muchas de sus obras son distópicas, donde — según he leído— muestra un fatalismo lúcido, un terror estético. Pero cuando una lee las conversaciones entre Koldo y Ábalos, siente que estamos en la España “cavernícola”, como la llamaba Umbral, la de siempre: la del macho, las putas y el marisco. Krasznahorkai tiene razón: la realidad deben filtrarla los poetas, al menos a veces para hacerla soportable. Él escribe desde la distopía, sobre mundos que se desmoronan. Yo me inclino aquí por la utopía Tang: aquella en la que la poesía formaba parte del Estado.