María Corina Machado ha ganado el Premio Nobel de la Paz 2025. Y con ella, lo ha ganado un país entero. Venezuela, esa tierra desgarrada por la dictadura, el hambre, la migración y la desesperanza, encuentra en este reconocimiento un faro. No es solo un premio individual: es la prueba de que incluso en medio del caos, la paz puede germinar.
Crecí pensando que la paz era un lujo ajeno, reservado para otros países. En Venezuela, hablar de paz sonaba ingenuo, casi utópico. Vivimos entre el miedo, la violencia institucional y el exilio forzoso. Pero hoy, gracias a una mujer que decidió no rendirse, comprendemos que la paz no se hereda ni se firma: se conquista.

María Corina ha enfrentado a un narcoestado atrincherado en el poder. Su lucha no fue con armas ni con odio, sino con la fuerza moral que nace de la verdad. Soportó persecución, amenazas, difamaciones y destierros interiores. Nunca respondió con violencia, sino con convicción. En un mundo donde la democracia retrocede, ella eligió el camino más difícil: creer en la gente, en la palabra y en la esperanza.
Lo que supone para las niñas de Venezuela
Me recuerdo con ternura como la niña que soñaba con ser presidenta y cambiar el país. Aquella niña veía en María Corina un modelo de valentía. Hoy, esa misma niña (y millones más) la miramos como la prueba de que los sueños imposibles también pueden cumplirse. Este Nobel no solo reconoce su liderazgo político, sino su lucha espiritual por la dignidad humana.
Ha logrado lo que pocos líderes consiguen: unir a un pueblo fragmentado. Transformó el dolor en propósito, la rabia en energía, el miedo en acción. Lo hizo sin promesas vacías ni discursos populistas, sin renunciar a su verdad. Su mayor victoria no fue derrotar a un régimen en unas elecciones amañadas, sino despertar la conciencia de millones de venezolanos que volvieron a creer que el cambio es posible.
El cambio sí es posible
No les voy a mentir: un año después de las elecciones robadas, con María Corina escondida, su equipo preso o torturado, y con la sensación de que nada cambia, muchos sentimos que la esperanza se apaga. Pero días como hoy nos recuerdan que el cambio sí es posible, que aún hay razones para creer y seguir luchando por una Venezuela libre.
Para las niñas venezolanas, este Nobel es una inspiración. Como lo fue para mí, es la prueba de que los sueños resisten cualquier obstáculo; que la honestidad y la perseverancia abren caminos incluso en los tiempos más oscuros. María Corina les enseña que creer en uno mismo y actuar con convicción puede transformar el destino de un país.
Una mujer puede cambiar la historia
Ella no buscó la paz como destino, sino como camino. Enseñó al mundo que la paz no es ausencia de conflicto, sino presencia de justicia. Y que incluso en un país devastado, una mujer puede cambiar la historia sin disparar una sola bala.
Este Nobel también pertenece a cada madre que espera a un hijo que migró, a cada joven que marchó por libertad, a cada niña que creció pensando que soñar no valía la pena. Hoy sabemos que sí vale la pena. Que luchar por la libertad también es una forma de paz; ojalá pronto la consigamos, porque no hay que olvidar que esta lucha aun no acaba.
Gracias, María Corina, por recordarnos a los que más nos cuesta creer, que Venezuela no está perdida, solo dormida. Gracias por mostrarnos que la fuerza de una nación puede caber en el corazón de una mujer. Y gracias por devolvernos la certeza de que la paz, cuando nace del coraje y la verdad, puede florecer incluso entre los escombros.