Ahora que la palabra soberanía finalmente se puso de moda en el contexto de la crisis venezolana, es preciso explicarla y ubicarla. Para eso, nada mejor que la propia Constitución de Venezuela que la define directamente así en su artículo quinto:
“La soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, quien la ejerce directamente en la forma prevista en esta Constitución y en la ley, e indirectamente, mediante el sufragio, por los órganos que ejercen el Poder Público. Los órganos del Estado emanan de la soberanía popular y a ella están sometidos”.
Dicho artículo constitucional responde a la tesis de democracia participativa en la que el pueblo tiene incluso el poder constituyente originario, o sea, que está por encima de los poderes constituidos. Abusando de este principio, el régimen chavista usaba su popularidad para justificar la concentración del poder y la violación de los derechos de las minorías. Hasta que pasó lo de siempre: ese poder absoluto se volvió en contra del propio pueblo para consolidar una dictadura totalitaria.

Se puede debatir sobre cuál fue el momento en que la ilegitimidad de desempeño derivó en ilegitimidad de origen, rompiéndose definitivamente el hilo constitucional. Pero de lo que no hay duda, es que el año pasado en Venezuela se dio un golpe de Estado para desconocer los resultados de la elección presidencial. No fue siquiera un fraude, sino un golpe, al punto que nunca se publicaron los resultados oficiales, justamente porque todas las actas electorales evidencian la contundente victoria de Edmundo González sobre Nicolás Maduro. Un golpe militar (recordemos la puesta en escena) contra la soberanía popular. Ese era el momento de defenderla.
El caso es que hoy todo el mundo sabe que Maduro perdió la elección y que se mantiene en el poder por la fuerza sin ninguna legitimidad, contraviniendo los resultados electorales y la constitución. La diferencia está entre quienes pretenden normalizar eso, como si los venezolanos no tuvieran ya ningún derecho a decidir su futuro, y quienes se mantienen luchando en favor de la restitución de la soberanía popular. Y que nadie se confunda, estamos hablando de la inmensa mayoría de los venezolanos que están dentro de su país, los cuales eligieron primero a María Corina Machado como candidata presidencial, y luego votaron por su candidato sustituto Edmundo González.

Porque, además, la misma Constitución venezolana establece en sus artículos 333 y 350, no solo el derecho a desconocer cualquier autoridad antidemocrática, sino también el deber de colaborar a restablecer la vigencia de la propia constitución. Queda muy claro entonces, que aquellos que reconocen y defienden a Maduro son los verdaderos enemigos de la soberanía venezolana, que reside única y exclusivamente en su pueblo. Ningún poder o autoridad que no emane del pueblo y se someta a él, representa la soberanía de Venezuela. Al contrario.
Sin pretender hacer paralelismos y solo a manera de epílogo, me parece interesante recordar que cuando los aliados y soviéticos entraron en Alemania en 1945, muchos en España lo celebraron, albergando la esperanza de que esas mismas fuerzas internacionales propiciasen a continuación la caída de la dictadura de Franco. Es muy amplia la hemeroteca que evidencia esa expectativa, convertida luego en demanda y finalmente en frustración, de parte, sobre todo, de socialistas y republicanos.

Lo que está claro es que, tanto la soberanía alemana como la española, se restablecieron después del fin de sus respectivas dictaduras, y no durante. Lo mismo aplica para el caso venezolano. No hay soberanía sin democracia y no hay democracia sin elecciones libres.



