¿A qué edad debemos sentar al bebé en la mesa familiar?

La comida es una oportunidad única para aprender buenos hábitos, descubrir nuevos sabores y texturas y crear lazos duraderos

Fotograma de la película 'Bebé jefazo'.

La primera comida del bebé en la mesa familiar la tomamos como una ceremonia casi tribal, un rito de paso tan emocionante que lo primero que hará el niño será aplaudir con las manos llenas de salsa. Con su sentido de la generosidad aun en ciernes, la repartirá entre la pared, el mantel y la cara del papá que, orgulloso, se disponía a captar el momento. Antes de que la abuela le ría la gracia, el pequeño sorprenderá disparando contra el cristal de sus gafas en una de sus pedorretas y la salpicará las copas de ese vino que alguien había reservado para tal ocasión.

“No cunda el pánico, solo son babillas y, con ayuda de una cucharilla, se retiran”, dice mamá. “¿En serio pretende que nos llevemos a la boca los restos de su papillazo?”, masculla un cuñado. No hace falta. Se encarga el bebé de tirar de una esquina del mantel y arramplar con todo lo que había sobre ella, sin distingos entre el Romanée-Conti elaborado con uva pinot noir, escandalosamente caro, y la humilde jarra de agua que levanta de un respingo al más serio del clan obligándole a caminar como un vaquero recién bajado del caballo.

“Tal vez no fue buena idea sentar al bebé a la mesa”, sentencian al oído los papás de la criatura. Cuando vuelven la vista a su tierno retoño, el sueño le ha vencido y ya está dando cabezazos en su trona con un hermoso ramillete de brócoli en su mano. En fin, una de esas escenas familiares que quedarán para el recuerdo. Puede que nos hayamos venido arriba al imaginar el debut del bebé en la mesa familiar, pero pasan los días y la decisión es inaplazable. ¿Dónde colocamos la trona? ¿Con los adultos o la dejamos a la altura de una de esas minimesas infantiles tan monas que nos venden?

Esta opción es ideal para las meriendas, para dibujar, jugar o compartir espacio si tienen hermanos. ¿Pero no será mejor hacerle un hueco en la mesa familiar? El bebé aprenderá a comer observando a los demás; verá que la comida es un momento de conversación, risas y experimento con los alimentos; y se acostumbrará a permanecer sentado hasta que terminen todos. La trona favorece todas estas cosas tan vitales para su desarrollo.

Existen muchas razones para dejar que comparta la mesa de los adultos. Otra de ellas es la seguridad. En su trona, él amplía su campo de visión y quedará también al alcance de nuestra vista, por lo que detectaremos cualquier señal de atragantamiento u otro percance. También le aporta autonomía y nos resultará más fácil inculcarle ciertos hábitos, como comer en pequeñas porciones, masticar bien y beber agua cuando lo necesite. ¿Cuándo está listo? Generalmente cuando ya puede sentarse erguido y mantener su cabeza. Es decir, alrededor de los seis o siete meses, aunque cada niño tiene sus ritmos.

Sobre todo, el gran argumento para incorporar al bebé en la mesa es la conexión familiar. Comer o cenar juntos es una experiencia que nos enriquece como seres humanos tanto como los nutrientes e influye de manera decisiva en los hábitos y en la salud física y emocional de nuestros hijos. Es un espacio, a veces el único, de comunicación e intercambio de muestras de amor.

Llegados a este punto, las estadísticas nos dan un buen tirón de orejas. Según la encuesta Sociedad y decisión alimentaria en España, de la Fundación Mapfre, ha bajado el porcentaje de las personas que comen sentadas y conversando. Sobre todo en la población más joven, la comida familiar está siendo reemplazada por la llamada alimentación silenciosa, esa que tiene lugar sin más compañía que una bandeja y con la vista fija en una pantalla.

A pesar de la alta proporción de españoles que declara comer y cenar con familiares o amigos (entre el 64% y el 86%, dependiendo del día de la semana), alrededor del 40% admite que lo habitual es comer o cenar frente a la televisión u otro dispositivo.

La experiencia de muchos padres es que, al compartir la mesa con el bebé, mejoran sus hábitos alimenticios. Nada de comidas procesadas. En su lugar, alimentos saludables y una dieta equilibrada y variada cada día, con mucha fruta, hortalizas y verduras. La mesa, aunque más sucia, gana color y alegría. Parece una huerta mediterránea. Se han acabado las prisas, apresurarse por recoger. Merece la pena el papillazo y el campo de batalla con olor a puré. Las primeras veces son abrumadoras, pero con los años las pedorretas del bebé serán conversaciones profundas, divertidas.

En una mesa aparte y en horarios diferentes, el bebé se perderá todos esos beneficios y no tendrá la oportunidad de demostrar que en muy poco tiempo sabrá comportarse (más o menos). Descubrirá nuevos sabores, olores, texturas… Ácido, dulce, salado, crujiente, masticable, tierno o duro… para cada uno tendrá una mueca diferente. Manoseará la pieza antes de llevársela a la boca, tratará de masticar con las encías, la moverá con la lengua. Finalmente, puede que la trague, puede que la escupa. Es posible que el yogur le inspire untarse la cara o que vuelque alegremente el plato para expresar que ya terminó. Son los gajes del destete. Relajémonos. Si hay perro en casa, ya sabemos quién se encargará de que el suelo quede impoluto.

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