Hace solo unos días, la periodista de The Guardian Lucía Bates describió en una de sus columnas su experiencia en el metaverso. El relato de lo que se encontró no difiere de los datos que aportan las encuestas: abundante contenido sexual explícito, acoso, abuso y amenazas de violencia. Descubrió también clubes virtuales frecuentados por hombres adultos con presencia de cuerpos femeninos infantiles.
En su artículo reproduce extractos de algunas de sus conversaciones: “Menos de dos horas después de sumergirme por primera vez en el metaverso, vi que el avatar de una mujer estaba siendo agredido sexualmente”. Cuando le preguntó, confirmó: “Se me acercó y me agarró el trasero”. Bates quiso saber si eso pasaba a menudo. “Todo el tiempo”, respondió ella. “¿Te han atacado en el metaverso?”, insistió. La respuesta fue instantánea. Mujeres de diferentes nacionalidades gritaron casi al unísono que sí, continuamente.
No olvidemos que, aunque algunos espacios son de pago, existen otros accesibles desde cualquier dispositivo. Las mujeres y las niñas son especialmente vulnerables. Un informe de la Sociedad Nacional para la Prevención de la Crueldad contra los Niños (NSPCC) confirma que internet no protege a la mujer en ninguna etapa de nuestra vida. Según una de sus investigaciones, entre 2017 y 2023 se utilizaron 150 aplicaciones, juegos y sitios web para captar menores en línea.
¿De verdad existe este nivel de misoginia en el metaverso? Si es así, ¿qué riesgo corren las mujeres más jóvenes? Antes de que se agolpen las preguntas, se las trasladamos a Ariadna Vilalta, psicóloga especializada en ciberpsicología. Sin ánimo de demonizar la tecnología, confirma que, “lamentablemente, es así”.
El metaverso está poblado de hombres acosadores y con comportamientos sexistas. ¿Qué está pasando?
Hay una lógica: sigue siendo un espacio en manos masculinas y los inversores siguen siendo hombres. Sumémosle que la sensación de anonimato y la falta de regulación refuerzan conductas tóxicas. De hecho, un estudio muy reciente dice que también los puestos de trabajo femeninos están más amenazados por la inteligencia artificial que los masculinos.
¿Es culpa del metaverso?
No. Este es un tema que, como mujer, con hermana y con sobrinas, me toca muy de cerca, me afecta y me hace sentir culpable porque, durante años, viví creyendo que no necesitaba de políticas feministas porque vivía en un mundo justo. No sé exactamente en qué momento cambió, pero sí sé que a los 35 sabía que no era así. El asunto necesita un debate profundo que va más allá de internet y el metaverso. Biológicamente, las mujeres vivimos en constante desventaja. Sirva de ejemplo la presión social y cultural por la maternidad. El metaverso es una reproducción de la realidad. Ni más ni menos. Si damos anonimato, pero sin formación ética, daremos rienda suelta a instintos primarios. Esto no favorece a la mujer. Cuando se habla de igualdad, creo que el problema no está en el metaverso. Es algo que está arraigado en la sociedad, cultura y los prejuicios.
El cerebro femenino no distingue si estas prácticas intimidantes y degradantes se cometieron en el mundo real o virtual. Como padres o profesores, ¿cómo podemos detectar que un adolescente es cómplice o víctima de un comportamiento misógino?
Es fundamental estar muy pendientes de sus hijos porque hay señales que pueden ser inequívocas, sobre todo si las muestran después de las sesiones virtuales. Una de ellas son los cambios de humor. Nos falta tanto por conocer sobre el cerebro humano, que da a veces vértigo. Los jóvenes están también expuestos a problemas de identidad, autoestima y adicción.
¿De qué manera podemos prevenir?
Establezcamos límites digitales: horarios sin pantallas, descansos tecnológicos. Hay vida ahí fuera. Fomentemos el uso consciente. Necesitamos también alfabetización digital emocional: saber identificar cuándo algo online le afecta negativamente. Busquemos un equilibrio analógico-digital, combinando actividades tecnológicas con ejercicio, lectura, naturaleza y relaciones reales.
Es importante, además, educar sobre consentimiento digital. También lo es hablar de sexo. A veces tengo la sensación de que la doctora Elena Ochoa vivió en una generación más avanzada que la actual. Se les da acceso a muchas libertades, pero no estamos hablando con ellos de enfermedades sexuales o de que la pastilla del día después no es un método anticonceptivo.
¿Qué hacemos con la pornografía?
Hablemos con ellos de pornografía. Esto sí que es un peligro especialmente para las niñas. Es fundamental educar en qué es real y qué es pornografía y ficción. Dar libertades y transmitirles confianza está muy bien, pero la clave está en promover espacios de diálogo donde los hijos puedan hablar de lo que viven online sin miedo a ser juzgados o sin sentir que hay temas tabú. Ayudemos a reducir complejos, vergüenzas y traumas que podrían quedar en nada, pero acaban siendo un problema mayor por la ausencia de comunicación.
¿A qué desafíos te enfrentas como ciberpsicóloga?
El primero es darse a conocer. Uno de los retos es comprender cómo la realidad virtual, la inteligencia artificial, las redes sociales, etc. afectan la mente humana. No se puede tratar desde puntos de vista tradicionales, sin tener en cuenta aspectos intrínsecos de este ámbito. Otro de los mayores desafíos es la rapidez tecnológica, lo que deja poco margen para investigar sus efectos a largo plazo.
¿La ética y las nuevas tecnologías se darán la mano?
Hay una necesidad urgente de establecer marcos éticos para el uso de herramientas digitales en muchos de nuestros entornos. Soy pro tecnología, pero también una gran defensora de la ética, la filosofía y la historia. Hay que tener bases sólidas para hacer frente a todo lo que tenemos delante.
Además de la misoginia, ¿cuáles son las principales amenazas?
No estoy a favor de demonizar la tecnología. No me siento cómoda cuando se demonizan redes sociales y tecnología en favor del apagón digital. Es como querer prohibir la comida a una persona con trastornos alimenticios. Cuando estudias adicciones, es curioso ver cómo se intenta poner las adicciones a las pantallas en el mismo saco que las drogas, el alcohol o el sexo. Desde mi punto de vista, esto va mucho más allá. Estamos hablando de identidades digitales. De una especie de mundo paralelo, con personalidades diversas.