Apenas se cruza el umbral de la carpa del Circo Raluy Legacy, algo cambia. Hay un silencio cargado de historia, de ruedas sobre asfalto, de luces que se han encendido una y otra vez en mil ciudades. En medio de ese universo itinerante, son dos mujeres quienes lo dirigen todo.
Louisa y Kerry Raluy son hermanas, artistas, madres, y la cuarta generación de una saga que ha hecho del circo su único hogar. “Somos el único circo en Europa dirigido por dos mujeres”, explican con orgullo, conscientes de que representan una excepción en un mundo tradicionalmente masculino. Pero no sienten que hayan roto ningún techo de cristal, simplemente siguieron el camino natural. “Mi padre no tuvo hijos varones. Nosotras éramos las siguientes. Y lo asumimos con naturalidad”.
Seis caravanas centenarias, de unos 25 metros cuadrados cada una, nos transportan a otro tiempo. Están colocadas estratégicamente para que “corra el aire” entre los Raluy. Porque en estas seis caravanas conviven cuatro generaciones: abuelas, madres, hijas, tías, sobrinos, nietos… “Tenemos de todo: cama, ducha, lavadora, tele… pero, sobre todo, tenemos lo necesario. Aprendes a vivir con poco, a no acumular, a valorar lo esencial”. Estas caravanas son su hogar, con más kilómetros que muchas vidas juntas.
Desde pequeñas, Emily y Niedziela -las hija de Louisa Raluy- supieron que su vida no se parecería a la de casi nadie. “Nos regalaban un monociclo, una cuerda… y jugábamos. Pero poco a poco se fue volviendo algo más serio. Una pasión”, recuerda Niedziela. El juego se transformó en vocación, y la vocación, en un estilo de vida que nunca llegaron a cuestionarse.
“¿Dónde íbamos a estar mejor que aquí?”, se preguntan. “Esto es magia pura. Ves a tus ídolos cada día. Entrenas, mejoras, sueñas con salir al escenario… y un día lo haces”.
Su infancia y adolescencia transcurrieron entre los cinco continentes. Cada mes y medio, una nueva ciudad, un nuevo colegio, nuevos amigos. “Hemos estudiado en más de 300 colegios a lo largo de nuestras vidas”, dicen con naturalidad. Lejos de sentirlo como inestabilidad, lo ven como una ventaja privilegio. “Nos espabiló. Nos dio mundo. Nos enseñó que lo raro no es malo, sólo diferente”.
En Noruega, aprendieron noruego en la escuela local. En Madagascar, francés. Una vida nómada que ahora también comparten con los hijos de Niedziela. “Tienen 4 y 2 años y ya se saben de memoria todos los números del espectáculo. Se emocionan como lo hacíamos nosotras. Les brillan los ojos”, cuenta.
Ha decidido dejarles explorar, probar, equivocarse y, si quieren, seguir ese camino. “Si un día deciden que quieren otra cosa, también estará bien. Pero por ahora, este mundo les fascina”.
La carpa se convierte, coniciden, en la mejor escuela de valores: esfuerzo, repetición, resiliencia. Todo lo que ellas vivieron desde niñas lo reviven ahora a través de sus propios hijos, la sexta generación.
En su espectáculo de patinaje acrobático, un número que entraña mucho riesgo, también han roto moldes. Es la primera vez que lo ejecutan dos mujeres. Una hazaña que exige precisión y confianza absoluta. “Normalmente lo hace un hombre corpulento con una mujer más liviana. Pero nosotras nos dijimos: ¿y por qué no?”, recuerda Emily. “Entrenamos horas y horas cada día. Lo más duro es que tenemos un peso similar, y eso exige un control extremo. Nos hemos caído muchas veces. Y claro que hay miedo. Pero también una conexión brutal. Si una se cae, la otra se cae con ella”.
Quizá esa complicidad sea el corazón de todo. Porque el circo es intensidad. No hay distancia entre familia, trabajo y convivencia. “Es como un camping eterno, un pequeño reality. Nos peleamos, nos reímos, nos apoyamos. Estamos juntos 24/7. Pero nos gusta. Nos gusta el drama, nos gusta la comedia. Y tenemos la suerte de llevarnos bien”.
Las mujeres Raluy han conseguido transformar el legado familiar en un espectáculo contemporáneo. “No puedes seguir haciendo lo que hacías en los años 70”, explican. “Hoy la comicidad, la estética, el ritmo y el humor han cambiado. Hay que sorprender a un público que lo ha visto todo, que lo tiene todo a un clic”.
Fueron las primeras en introducir tecnología, efectos especiales, luces, música y coreografías modernas en sus shows -y sin perder la esencia-. “Nuestro espectáculo se llama Cyborg, porque es una mezcla entre pasado y futuro. Y eso es lo que somos. Tradición y vanguardia. Caravanas de 1920 con sistemas digitales de sonido. Nostalgia con un pie en lo que viene”.
Las cifras hablan por sí solas: más de 100 años de historia, seis generaciones, 45 personas en la compañía -12 de ellas, familia directa-, y un público que sigue emocionándose como en los viejos tiempos. Porque, al final, lo que permanece es la experiencia. “La gente sale con ganas de hacer circo. Los niños intentan hacer acrobacias en las butacas. Y entonces te das cuenta de que algo hiciste bien”.
Por ahora, el legado continúa. Con fuerza, con gracia, con ruedas siempre listas para partir. Porque, como dicen ellas, “todos los lugares son casa. Pero sólo aquí, bajo esta carpa, somos de verdad nosotras mismas”.