Crónica negra

Tamara: la abuela que descuartizaba a sus inquilinos y se los comía

Tamara era una anciana amable y culta. Pero ocultaba una vida de asesinatos y canibalismo. Durante años, drogó y descuartizó a sus inquilinos. Su macabro diario reveló sus atroces crímenes

Tamara era una adorable abuelita de 70 años que había nacido en Siberia. Fue una estudiante brillante y en la Universidad se graduó hablando ruso, inglés y alemán. Se casó con un hombre llamado Alexei y trabajó en diversos hoteles de lujo. Su vida era feliz y tranquila hasta que en el año 2000 Alexei desapareció sin dejar rastro.

Tras la ausencia de su marido, Tamara comenzó a alquilar habitaciones en su casa. El primer inquilino fue un hombre de 44 años llamado Sergei. Todo parecía ir viento en popa hasta que un día la casera y el inquilino discutieron. La abuelita Tamara acabó con su vida. Para deshacerse del cuerpo lo desmembró, envolvió los restos en bolsas de plástico y los dispersó por el barrio.

Meses después Tamara se mudó temporalmente al hogar de su amiga Valentina. Se hacían compañía mutuamente y daban grandes paseos por el vecindario. Pero un día Valentina le dijo a su amiga que era hora de abandonar la casa.

Tamara compró fenazepam y lo disolvió en la ensalada que más tarde se comería Valentina. Cuando ésta se durmió, Tamara la destripó con dos cuchillos y una sierra, mientras todavía estaba viva. Le cortó la cabeza, piernas y brazos. Envolvió los trozos en bolsas y los fue sacando de la casa poco a poco. Su último movimiento fue guardar la cabeza de Valentina en una olla y meterse en el ascensor.

¿Cómo la descubrieron?

Una mañana un perro callejero encontró bolsas con restos humanos frente al edificio de Tamara. Las autoridades rastrearon las cámaras y pudieron ver a una vecina del inmueble bajando escaleras con bolsas negras y una olla humeante. Siguieron la pista y llegaron hasta el apartamento de Tamara. La escena que encontraron los investigadores era dantesca. En la bañera cuchillos y sierras con sangre. En la nevera, restos humanos. Además, un cuaderno con innumerables notas: se trataba de un diario macabro.

En él describió actos escalofriantes: asesinatos, desmembramientos, ocultamiento de restos e incluso canibalismo. “Maté a mi inquilino Volodya, lo corté en pedazos en el baño con un cuchillo y puse los trozos en bolsas de plástico para tirarlos en diferentes partes de la calle”. Otras entradas mezclan lo cotidiano y lo espeluznante: “Dormí mal y luego preparé café. Más tarde la nueva inquilina ya no respiraba.” Tamara se comió órganos: pulmones, piernas, incluso partes de cráneo tras hervirlas.

La abuelita confesó haber matado a 11 personas, entre ellas a su marido y su suegra. Pero se cree que el número de víctimas es de 20. En el juicio se mostró tranquila: lanzó besos a la prensa y aplaudió cuando se dictó prisión. Los expertos la calificaron de “peligro para sí misma y para los demás” y fue enviada indefinidamente a un hospital psiquiátrico de alta seguridad.

Tamara no encaja en el estereotipo de criminal: culta, educada, políglota, trabajadora en establecimientos de lujo. Pero su mente tejía una historia demoníaca. Pobres inquilinos.

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