Era marzo de 2022. Apenas había cumplido veinticuatro años y allí estaba yo, en Varsovia, cubriendo lo que entonces se consideró uno de los mayores éxodos de la historia después de la segunda guerra mundial. Rusia llevaba un mes atacando de forma indiscriminada a la población civil ucraniana y uno de los canales que utilicé para informar de la situación en la zona fueron mis redes sociales. La realidad de aquellas miles de familias, que se vieron forzadas a huir de su país casi de la noche a la mañana, debía ser contada y las redes sociales, para mí y para cientos de compañeros más, se habían convertido en el canal idóneo para hacerlo.
Una escalada de violencia imposible de frenar: de la “broma” a la amenaza
Primero llegaron los micromachismos – a los que una termina acostumbrándose, que no normalizando-: “Si fueras un hombre no hubieras encontrado ese puesto de trabajo”. Después, a raíz de una pregunta retórica en esa misma red social, llegaron los insultos: “Acomplejada, resentida”, “empiezas a dar asco”, “barbie resentida, ni una broma soportas”.

La pregunta que lancé en mis redes sociales fue: “¿Hubiese pasado esto si yo fuese un hombre?”. Un hombre, de forma espontánea, se coló en una de mis conexiones en directo con laSexta y amagó con darme un beso. Al terminar la conexión el tipo volvió para intentar acabar su faena. Mis compañeros le disuadieron y ahí quedó el asunto. En forma de rechazo, por ese acoso sentí haber sufrido, publiqué ese tweet. Y la escalada de violencia, desde entonces y hasta ahora, no hecho más que aumentar.
Callas o te mato
Cito textualmente: “Vete ya o recibirás tu merecido y totalmente doloroso y sangriento castigo mortal”, “las barbies sicarias no como tú no merecéis ningún respeto como persona, e incluso merecéis ser brutalmente apaleadas por la calle por vuestro cinismo intentando ir de feministas”.
Incluso cuando no pude acercarme a la manifestación del 8 de marzo del 2024, porque estaba cubriendo el asesinato de hombre en un pueblo de Cáceres, hubo quien tuvo el ‘detalle’ de recordarme que “no era una buena feminista”: “No es nada extraño que hoy 8 de marzo tú no te manifiestes en la calle en apoyo al feminismo viendo que tú eres otra putilla asquerosa, hijadeperra y tan cínica que intenta ir de feminista”.
El precio de posicionarse como feminista públicamente: perseguir también a la familia
Posicionarme como feminista, cuestionar el machismo estructural en el que vivimos, condenar la violencia contra la mujer o poner en duda los esfuerzos de nuestros políticos por hacer de la vida de las mujeres maltratadas más segura, llevó a ciertos acosadores a perseguir también a mi familia. “Estaría muy bien saber cómo lleva tu familia que seas otro putón televisivo”, “muy mal deben de llevar tus padres y pareja (mencionando sus nombres y apellidos en esos mismos comentarios) que tú vayas a acabar este año en el cementerio”, “que doloroso infierno va a vivir tu hermana”.

La felicidad compartida también se convirtió en escenario de amenazas: “Muy pronto tu felicidad se puede convertir en tú peor pesadilla e infierno”. Y así casi a diario. Cuanta más actividad en esas redes sociales más probabilidad de recibir alguna de estas amenazas. Para cuando quise ser consciente de la violencia que sufría los “puta” o “zorra” se habían convertido en un habitual para mis ojos y para mis oídos.
El 73% de mujeres periodistas sufren violencia digital
Progresivamente, y forzada de forma casi imperceptible por estos acosadores machistas, fui disminuyendo mi presencia en redes sociales. Hubo un día en que comprendí que era más seguro silenciar esos comentarios que responder a todos ellos. Todas las veces que he denunciado públicamente ese acoso o esas amenazas la oleada de apoyo por parte de otros colegas de profesión ha sido superior a la de odio. De eso no cabe duda. Y es precisamente por ellos, y especialmente por ellas, por los que una sigue firme en su camino. Pero eso no quiere decir que debamos mirar hacia otro lado.
La carga mental que supone soportar todo ello solo pueden entenderla el 73% de mujeres periodistas que han denunciado ante la Unesco haber sufrido violencia digital en algún momento de su vida o el 20% que ha sufrido agresiones fuera del ciberespacio directamente vinculadas a campañas de odio digitales.
“Te quedan horas, se dónde vives, tic, tac”
Una de esas compañeras es Cristina Fallarás. Ella lleva más de una década sufriendo esta violencia: “El primer señalamiento fuerte que recuerdo fue en 2017. Tenía cientos de amenazas de muerte. Desde entonces no ha parado ni un poco”, cuenta en una entrevista con Efeminista. También en Articulo14 denunció la reciente persecución y campaña de hostigamiento que el partido ultraderechista Vox lanzó contra ella. Estuvo más de 15 días encerrada por miedo a su propia integridad física: “Si alguien me escribe “te quedan horas, sé dónde vives” o pone “tic tac” junto a una foto de mi ciudad, no puedo saber si es verdad o no. Temo por mi seguridad y por la de mi familia”.

La realidad es que todos estos ataques contra mujeres periodistas se intensifican cuando las profesionales abordan temas de género. Son el 49 % de las denuncias. Los insultos y amenazas también contra aquellas que informan u opinan – en sus redes sociales personales- de política y elecciones (44 %) o de derechos humanos (31 %). Son datos del informe ‘The Chilling: global trends in online violence against women journalists’.
“Estos ataques forman parte de una estrategia para descreditarnos y violentarnos”
Otras organizaciones, como Periodistas Sin Fronteras, detallan que el 60 % de las periodistas que cubren temas de género son víctimas de ciberacoso. Y advierten que, a pesar de que el discurso feminista ha ganado más visibilidad mediática, ese discurso ha generado una “reacción organizada de violencia”.
Ana Raquena, redactora jefa de género en el Diario.es, en entrevista también para Efeminista, explica: “Estos ataques son personales y no son personales. Forman parte de una estrategia más grande de ataque, de descrédito y de tratar de violentar a quienes estamos públicamente haciendo un discurso que es feminista. No tiene que ver con el nombre y el apellido que tengamos, ni siquiera con el cargo que tengamos, sino con lo que representamos en el espacio público”.
Cuando la violencia se convierte en algo “normal”
El objetivo de estos acosadores es amedrentar para después silenciar. De hecho, en ocasiones, cumplen su objetivo: el según el Informe sobre la ciberviolencia contra las mujeres del Lobby Europeo de Mujeres (2024), en la Unión Europea el 37 % de las periodistas evita publicar o cubrir ciertos temas para no ser atacadas en redes. Y el 76 % de las mujeres con voz pública cambia su forma de usar redes como Instagram o X para protegerse. Un 30 % directamente se autocensura y deja de opinar, retira publicaciones o cierra comentarios para evitar estos ataques.
Son ellas, somos nosotras, las que terminamos encerradas para evitar consecuencias peores. Por miedo a lo que les pueda suceder también a ellos, a nuestros familiares. A los que esos mismos acosadores terminan incluso aconsejando que vayan preparándose “para celebrar muy pronto tú funeral”. Y las pocas opciones que quedan es denunciar –pública y policialmente hablando- y esperar a que algo cambie ante la impasividad de una parte de la sociedad que sigue normalizando esta violencia. Porque, “total”, dicen: “¿Que esperabais? Sois vosotras las que os exponéis a ello”.
Si algo de lo que has leído te ha removido o sospechas que alguien de tu entorno puede estar en una relación de violencia puedes llamar al 016, el teléfono que atiende a las víctimas de todas las violencias machistas. Es gratuito, accesible para personas con discapacidad auditiva o de habla y atiende en 53 idiomas. No deja rastro en la factura, pero debes borrar la llamada del terminal telefónico. También puedes ponerte en contacto a través del correo o por WhatsApp en el número 600 000 016. No estás sola.

