“Hay que vivirlo, el miedo que se pasa cuando miras por la ventana y ves la fuerza del agua no se entiende si no has pasado por ello”. Alma (nombre ficticio) recuerda la noche que la DANA inundó su pueblo como una de las peores de su vida. Embarazada de siete meses, el día de la catástrofe, se preguntaba qué haría si tenía que correr o nadar para huir en su avanzado estado de gestación y con un niño de cuatro años, asustado y abrazado a sus piernas. Por suerte, vive en un piso alto y aunque la riada se llevó por delante las infraestructuras y arrasó con los bajos de su bloque, su vivienda no sufrió grandes daños.
Tuvo que denunciar dos veces
Alma es víctima de violencia de género y tuvo que denunciar dos veces (la primera vez se archivó) para que el sistema la creyese, aunque en realidad, no fue el juez quien confió en su palabra, sino en la de su maltratador quien confesó la agresión ante la multitud de pruebas y testigos que la presenciaron. Le impusieron una orden de alejamiento y se decretaron visitas en un Punto de Encuentro Familiar (PEF). Unas visitas que no se deberían de haber concedido porque la ley de Protección a la Infancia de 2021 solo las permite si responden al interés superior del menor de edad. Su expareja nunca se ocupó de su hijo. De hecho, cuenta, que desde que nació el niño, desaparecía meses enteros y volvía cuando le apetecía. Aún así, se consideró que lo mejor para el pequeño era estar con un condenado por maltrato. Desde entonces, Alma planea su vida en función de esos encuentros a los que acudía en Metro, que se suspendieron cuando la gota fría impedía moverse con libertad por la zona.
Respirando polvo embarazada de ocho meses
Cuando se establecieron autobuses lanzadera en su localidad, las responsables del PEF comenzaron a llamar de manera insistente para recordarle que tenía la obligación de reiniciar las visitas. Sin embargo, la situación de Alma se había complicado por una pubalgia, una dolencia frecuente en el embarazo que produce fuertes dolores y para la que se recomienda reposo. Además, con las líneas de Metro suspendidas, llegar hasta al PEF es una odisea. Se ve obligada a recorrer medio pueblo hasta la parada respirando polvo, para llegar a la localidad donde suceden los encuentros, recorrer un largo camino desde donde la deja el autobús hasta el Punto de Encuentro Familiar, esperar a que la visita tenga lugar y repetir la operación en sentido contrario con un niño pequeño, dolores insufribles y embarazada de ocho meses.
Alma tiene miedo
Alma no entiende al sistema. No comprende por qué es ella quien debe modificar su vida y realizar un esfuerzo superlativo cuando es la víctima de esta historia. Tiene miedo, además, porque las responsables del PEF, como ocurre en toda la geografía española, tienen un poder de decisión sobre su vida brutal. Si escriben un informe desfavorable sobre su actitud podría llegar a perder la custodia de su hijo. No sería el primer caso. Así que no sabe qué hacer y cómo actuar para cuidar su salud sin temer las consecuencias.
Sin apenas poder moverse a ratos, y para evitar tener que acudir esta semana, se vio obligada a visitar a su matrona para que la atendiese y le hiciese un justificante que la libre de ese viaje eterno al que la abocan las instituciones. Ya en ese momento, no se encontraba bien del todo, no solo por la pubalgia, si no por una gripe, que tras la cita en el centro médico, ha empeorado. Apenas puede respirar y su avanzado embarazo le impide tomar un medicamento que le alivie los síntomas, tan solo paracetamol. Es una de las consecuencias de tener que acoplarse a las visitas, su salud, que debería ser lo principal en este momento, se ha resentido.
Limpiaba encorvada por los puntos del parto
Alma conoció a su pareja por redes sociales y todo iba bien hasta que se quedó embarazada. En ese momento comenzaron los reproches, la violencia psicológica e insultos hasta que llegaron los golpes. Le costó mucho salir del ciclo de la violencia, “estaba muy enganchada, le quería mucho”, recuerda. Lo pasó muy mal, cayó en una depresión y se tuvo que hacer cargo del bebé ella sola. “Limpiaba encorvada por los puntos del parto porque nunca me echó una mano, y si le despertaba para pedir ayuda, se enfadaba muchísimo. Desaparecía uno, dos o tres meses hasta que se cansaba de estar de fiesta, con otras mujeres y volvía diciendo que me echaba de menos”, cuenta.
El hijo de Alma no sabe nada de los malos tratos ni de la condena. Era muy pequeño cuando pasó todo y no tiene recuerdos, a pesar de que varias de las agresiones sucedieron en su presencia y la orden de alejamiento incluía al pequeño, en un principio. Ella no le ha contado nada y le parece normal ver a su padre una hora a la semana en un Punto de Encuentro Familiar.
Alma se recuperó, le costó retomar su vida, pero lo hizo. Un esfuerzo titánico que se empaña con la obligación de recorrer, muerta de dolor, la zona cero de la DANA, para cumplir con la ley. Ahora espera un bebé con su nueva pareja, pero el sistema no le pone fácil olvidar un pasado marcado por la violencia.