Pulsera ‘Centinela’, colgantes y pulseras ‘Bindi’, llavero -granada ‘FlamAid’, o pintalabios lanzallamas: sí, lo que leen. Granadas y lanzallamas. Todos ellos artilugios creados por y para disuadir aquellos hombres que solo este pasado 2024, por ejemplo, cometieron una de las 14 violaciones diarias en nuestro país o alguna de las cincuenta y cinco (cinco- cinco, 55) agresiones sexuales al día que se denunciaron. Agresores sexuales, va por vosotros.
El mercado se reinventa para proteger a vuestras futuras víctimas. Al menos, esa es, aparentemente, su intención. Podemos aplaudir o podemos condenar. Quizá, las dos. ¿Qué está pasando para que el mercado, también, haga negocio con la violencia sexual ejercida sobre las mujeres? Reflexionemos.
Desde granadas hasta lanzallamas de bolsillo
Una de las últimas novedades en este mercado es la pulsera ‘Centinela’. Descrita por los propios creadores como un producto de “innovación en Seguridad Personal y Detección de Sustancias”, su finalidad no es otra que averiguar si alguien ha manipulado tú bebida con algún tipo de droga o sustancia tóxica para, posteriormente, manipularte, agredirte o violarte. Con esta pulsera la víctima podrá hacer un test rápido con solo una gota de su bebida y, en cuestión de segundos, averiguar si la drogaron o no.
El llavero- granada ‘FlamAid’ nace también con la misma intención; disuadir a un posible agresor sexual. Aunque, esta última, tiene una función más: alertar al entorno de esa situación de peligro inminente. Su creadora, Julieta Rieff, afirmó a este periódico que este llavero con forma de granada, lo diseñó pensando en “su propia seguridad”, después de haber vivido situaciones de violencia de las que le resultó difícil escapar. Ella, como víctima, se “obsesionó” con “crear una herramienta práctica, accesible y legal que pudiera proteger a las mujeres en cualquier lugar”. En España ya se han vendido más de 500 granadas portátiles alerta violadores.
En China, el pasado 2017, se puso de moda un lanzallamas versión de bolsillo. Como lo oyen. Con forma de pintalabios, al alcance de todas y todos, mujeres de toda china compraron este artilugio para protegerse de los agresores sexuales. Resultó ser ilegal y se retiró del mercado. Pero ahí estaba. Otra herramienta más para que las mujeres, hartas de ser acosadas por la calle o en los bares, pudieran defenderse.
A falta de un sistema seguro, buenas son tortas. O no.
A falta de pan buenas son tortas, podríamos pensar. “No es la opción más ideal, desde luego”, opina Laura López Navarro, presidenta de la Federación de Mujeres Jóvenes. “Pero si la propia administración no es capaz de protegernos, tendremos que optar por usar esas herramientas para poder disfrutar en igualdad condiciones del ocio”. El problema reside, fundamentalmente y una vez más, en el sistema patriarcal en el que vivimos. “Si cuando denunciamos una agresión sexual lo que nos encontramos es un sistema de justicia patriarcal que ni da una respuesta de justicia, ni es capaz de proteger a las víctimas y muchos menos recuperarlas para que puedan vivir libres y sin culpa en sociedad”, cree López Navarro, “qué vamos a esperar”. Opciones. Y esas opciones son las pulseras ‘Centinela’, los lanzallamas de bolsillo o las granadas alerta violadores.
Solución ideal: reforzar las penas y la coeducación Realmente la solución no debería pasar por ninguno de estos artilugios, aseguran desde la Federación. “Nosotras, como asociación feminista, abogamos por el reforzamiento de penas contra los agresores sexuales”, sentencia López Navarro. Todo ello debería pasar, además, por “la coeducación, en la que los hombres nos vean (a las mujeres) como seres humanos”. Desde Mujeres Jóvenes tienen “muy claro” que “las leyes educan”.
Además, para ellas, “está claro” que la existencia de este tipo de herramientas lanza un mensaje oculto – y no tan oculto- a la sociedad: hagamos negocio con las agresiones sexuales. Eso no significa que se creen con un único objetivo lucrativo, “ni mucho menos”, pero sí evidencian “que el capitalismo, que se encuentra dentro del patriarcado” se nutre también de la violencia contra las mujeres.
López Navarro recuerda: “No todas las mujeres pueden permitirse pagar este tipo de herramientas, especialmente las más jóvenes”. Así que, sin ánimo de ello, todo apunta a que se crea una desigualdad (más) entre mujeres.
Lo ideal no llega
Sea como fuere, el camino vuelve a llevarnos a esa misma cuestión que desde hace años, – y que estas últimas semanas se ha visto reforzada tras las polémicas con el caso Errejón, investigado por ser un presunto agresor sexual,- reclaman asociaciones feministas, juristas, abogados y un largo etcétera de nuestra sociedad: la legislación que abarca la violencia machista debe caminar, pie a pie, mano a mano, codo a codo, con la educación. Mientras eso no suceda parece imposible juzgar (y menos aún condenar) el papel que tienen las herramientas anti-violadores que se lanzan al mercado. Artilugios que intentan velar por la seguridad de las mujeres. Artilugios, recuerden, creaciones, armas, al fin y al cabo, no el Estado.