Hace cuatro décadas, el cine mundial asistía al nacimiento de una de las cumbres del género. Una obra monumental que redefiniría el concepto de la mejor película bélica de la historia del séptimo arte. Su título es Ran; su autor, Akira Kurosawa, y su legado sigue tan intacto como devastador.
En un año colmado de aniversarios cinematográficos, esta producción japonesa brilla con luz propia. No solo por su impacto estético, sino por su capacidad de seguir interrogando al espectador sobre el poder, la traición y la destrucción del alma humana.
Un hito estético que cambió la historia del cine bélico
Cuando se habla de la mejor película bélica de todos los tiempos, Ran ocupa un lugar indiscutible en la conversación. Inspirada en El rey Lear de William Shakespeare, pero situada en el Japón feudal del siglo XVI, la cinta de Kurosawa no solo reinterpretó una tragedia universal, sino que la elevó con un lenguaje visual único, propio del cine japonés clásico y de la tradición teatral del Nō y el Kabuki.
La historia del señor de la guerra Hidetora Ichimonji, que divide su dominio entre sus tres hijos solo para ver su imperio colapsar, se convirtió en una alegoría profunda sobre el fracaso del orden, el dolor del arrepentimiento y la crueldad de los vínculos familiares rotos.
Ran no se limita al campo de batalla. La que muchos consideran la mejor película bélica de todos los tiempos es, en realidad, una tragedia shakesperiana que utiliza la guerra como paisaje emocional. Kurosawa construyó una ópera fílmica donde cada movimiento, cada silencio y cada mirada está cargada de un peso simbólico casi religioso.
El uso expresivo del color, especialmente los trajes de los tres hijos de Hidetora (rojo, azul y amarillo), permite identificar a cada uno con un destino trágico, mientras que las secuencias bélicas se filman con una serenidad casi pictórica, despojadas de glorificación y plagadas de sufrimiento.
La influencia global de la mejor película bélica
Desde Martin Scorsese hasta George Lucas, pasando por Quentin Tarantino, la influencia de Ran se ha dejado sentir en la filmografía de algunos de los cineastas más influyentes de Occidente. La mejor película bélica no solo cautivó al público japonés y a los festivales europeos, sino que redefinió el canon visual del cine histórico. Su fotografía, a cargo de Takao Saitō y Masaharu Ueda, es un manual de composición en movimiento. Los planos generales, casi coreografiados, transmiten la magnitud de la catástrofe sin perder la intimidad de la tragedia personal.
En 2025, Ran regresa al primer plano cultural gracias a su reedición en alta definición, disponible en plataformas como Filmin y Apple TV+. Este retorno permite que nuevas generaciones descubran la mejor película bélica jamás rodada con una calidad visual que hace justicia a su ambición. Ya no es necesario rebuscar en ediciones físicas o festivales especializados: ahora basta con una suscripción para revivir una de las obras más inmortales del cine mundial.

La vigencia de Ran no se explica solo por la maestría de su realización, sino por la hondura de sus preguntas. ¿Qué queda del poder cuando se ha destruido todo? ¿Qué sentido tiene la lealtad en un mundo regido por el miedo? ¿Dónde se aloja la locura cuando el alma ya ha sido vencida?
Estas cuestiones, que atraviesan la trama como cuchillas invisibles, siguen latiendo con la misma intensidad que en 1985. Quizá por eso, incluso en un siglo saturado de épicas bélicas digitales, Ran mantiene su corona como la mejor película bélica del siglo XX.