La película de culto más compleja del siglo XXI (y la más devastadora)

Un retrato desolador de la identidad, la muerte y el tiempo. 'Synecdoche New York' es una de esas películas que te destrozan por dentro

Synecdoche New York (2008) - Cultura
Fotograma de la película 'Synecdoche New York' (2008), un clásico de culto
Likely Story, Sidney Kimmel

A veces, una película no se ve: se experimenta. Se sufre. Se rumia durante días. Ese es el caso de Synecdoche New York, la ópera prima como director de Charlie Kaufman, guionista de ¡Olvídate de mí! y Cómo ser John Malkovich.

Estrenada en 2008, esta cinta fue incomprendida, ignorada y hasta rechazada por buena parte del público. Pero con el tiempo ha sido reivindicada como una de las películas de culto más complejas, ambiciosas y emocionalmente demoledoras de las últimas décadas.

Desde entonces, Synecdoche New York se ha convertido en una especie de test de Rorschach cinematográfico. Cada espectador proyecta sus propios miedos, ansiedades y recuerdos sobre ella. Y, cuanto más íntimo sea ese reflejo, más te golpea.

¿De qué trata realmente ‘Synecdoche New York’?

A nivel superficial, Synecdoche New York narra la historia de Caden Cotard, un director de teatro que comienza a construir una réplica a escala de Nueva York dentro de un gigantesco almacén para montar una obra total sobre la vida. Pero cuanto más avanza la obra, más se disuelven los límites entre lo real y lo ficticio. Los actores representan a personas reales, pero también a quienes los representan, en un bucle interminable.

Sin embargo, decir que Synecdoche New York va de eso es como decir que La divina comedia trata sobre un viaje. Es cierto, pero no capta la esencia. Esta película es un poema fílmico sobre la muerte, el paso del tiempo, la descomposición del cuerpo y la imposibilidad de capturar la vida en una obra de arte.

Cada escena encierra una alegoría: desde los relojes que se desajustan hasta las casas ardiendo, desde los nombres que se olvidan hasta los personajes que envejecen de forma desincronizada. Todo habla del deterioro, del miedo a no dejar huella, de esa sensación de que nada tiene sentido… salvo el intento por darle uno.

Una experiencia laberíntica e intransferible

La estructura narrativa de Synecdoche New York es profundamente inusual. No hay actos tradicionales ni una evolución clara. El tiempo salta, se pliega sobre sí mismo, se fragmenta. Lo que en otra película parecería un error aquí es deliberado. Kaufman no quiere que comprendas el relato: quiere que lo sientas como la vida misma, con sus huecos, sus repeticiones, sus desajustes.

Póster de Synecdoche New York - Cultura
Imagen promocional con el póster de ‘Synecdoche New York’
Likely Story, Sidney Kimmel

Por eso, Synecdoche New York exige del espectador una implicación activa. Verla es como leer a Kafka o a Beckett: necesitas rendirte al caos. Necesitas aceptar que no obtendrás respuestas fáciles. Que muchas de las preguntas —sobre quién actúa, quién dirige o incluso quién está vivo— quedarán suspendidas. Como ecos que se repiten en tu cabeza mucho después de que aparezcan los créditos.

Y, sin embargo, esa misma ambigüedad es lo que convierte a Synecdoche New York en una de las películas más emocionantes jamás rodadas.

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