Nadie podrá decir precisamente de un personaje como Tilda Swinton que tenga poca voz, que trate de hacerse pequeña y ocupar poco espacio o que no haya reivindicado su lugar delante de los focos. De hecho, la actriz pelirroja vive en un palacete en Escocia con sus gemelos y el padre de estos, el dramaturgo John Byrne, y su amante, Sandro Kopp, un atractivo artista de pelo desgreñado casi 20 años más joven que ella.
No sólo por su excelente gusto a la hora de elegir o implicarse en proyectos cinematográficos, sino que Tilda Swinton mantiene su originalidad e independencia a la hora de desafiar los cánones de belleza y de género en la industria del cine. A lo largo de su carrera, ha rechazado los estereotipos tradicionales asociados con las actrices de Hollywood, optando por mantener una imagen única y auténtica. Además, ha sido una fuerte defensora de la libertad creativa y ha promovido una visión más inclusiva y diversa del arte y el cine.
Por su parte, Begoña Gómez sí que ha jugado más el papel de “esposa de” (siempre que le ha convenido). Aunque suele acompañar a Pedro Sánchez en eventos oficiales y en viajes internacionales, suele mantener un perfil relativamente discreto en comparación con otras primeras damas. Es él, como Presidente del Gobierno, quien da declaraciones, se sitúa en el centro de la foto, saluda y estrecha manos.
Sin embargo, en el Premio Donostia, que ha sido entregado a Pedro Almodóvar en el marco del Festival de Cine de San Sebastián, una fotografía (y sabemos que una fotografía es sólo el reflejo de un momento preciso, y que ha de ser entendida en su contexto) ha encendido el debate público. En ella, el director manchego, que ha llamado a Pedro Sánchez “Mr. Handsome y Míster Guapo”, y el Presidente, comparten risas, cotilleos y confidencias.
A ambos lados permanecen ellas, Begoña Gómez y Tilda Swinton, mirando desde la barrera el compadreo entre hombres que, pase el tiempo que pase, sigue haciéndose patente en el espacio público. Almodóvar sujeta la cintura de la actriz, nueva musa del manchego que ya la dirigió en La voz humana, mientras la “primera dama” se queda excluida de la foto con los brazos incómodamente reposados en sus piernas.
Siempre, siempre el compadreo
No se libra Almodóvar por su condición de luchador y defensor del colectivo LGBTIQ+, al que pertenece desde siempre, del escrutinio público. Siempre escribe y centra sus historias en las mujeres, esas grandes desconocidas para él: ellas están en el centro, sí, pero en el centro del melodrama, destruidas emocionalmente por un hombre (o por varios), por amar de forma total, entregada, sin medida. Solo a veces, después del calvario, las chicas Almodóvar triunfan, y lo hacen porque se unen, se hacen fuertes, se apoyan, como en Todo sobre mi madre o en Julieta (un gran retrato de la amistad femenina).
Cuando uno se enfrenta a Almodóvar con las gafas del feminismo hay que separar, también aquí, su obra de su discurso. A él le queremos y le respetamos, pero el retrato que hace de la mujer es en ocasiones limitado y casi siempre dañino (si bien es el de la mujer que él retrata: es decir, de la mujer que él conoce).
En Hable con ella, una de sus mejores películas, hay toreras y bailarinas y hombres llorando, y entonces… las dos mujeres en coma. Ellos hablan, ellas callan. Todo degenera cuando el enfermero que cuida, llamado en un giro galdosiano Benigno, decide violar a su enferma. Y esa violación no se representa como algo terrible, criminal: Almodóvar muestra una violación como un acto de amor.
Átame se estrenó antes de que yo naciera y fue siempre para mí un oscuro objeto de deseo: quería verla y, a la vez, sabía que se me había prohibido. Y con razón. En ella, un expresidiario aparentemente bueno como Benigno pero bruto y mucho más estúpido allana la casa de una mujer a la que lleva días acosando, la golpea, la secuestra y la mantiene atada durante días, tratando de convencerla a la fuerza de que él le conviene, de que va a casarse con ella y a ser el padre de sus hijos. Una auténtica pesadilla.
Cuando “al fin” la penetra, la mujer acaba reconociendo que él tenía razón: Almodóvar diluye aquí el consentimiento, aceptando el amor de una mujer traumatizada, acosada, agredida y violada, que acaba amando a su maltratador. Y también hay una violación en Kika, y en clave de comedia.
Un poco off topic, pero era necesario entender también el universo almodovariano para comprender que incluso él, que ha buscado la representación femenina más que ningún otro director de cine, o que nuestro Presidente, que ha sido el único en reclamar públicamente que nunca ha habido una secretaria general en la ONU, son “víctimas” (o cómplices) también de la cultura patriarcal, esa por la que, en una foto ante millones de focos, los hombres van a tender a estrecharse las manos. Y las mujeres… van a sonreír, fuera de plano.