Profesiones imposibles

La bróker que maneja millones… pero no invierte su dinero

Inma Cuadrado lleva 25 años trabajando como operadora de renta variable y ejecuta órdenes de entre 250.000 y 10 millones de euros

Inma Cuadrado
Inma Cuadrado
IGC

“En casa del herrero, cuchillo de palo: yo no invierto en bolsa”. La frase desconcierta en boca de Inma Cuadrado, operadora de renta variable desde hace 25 años. Tiene la suficiente sangre fría como para ejecutar, sin que le tiemblen las manos, órdenes que van desde los 250.000 euros hasta los 10 millones. Pero, pese a sus conocimientos en banca, ella no se juega su dinero. “Te tienes que dedicar a tu trabajo y no a mirar tu patrimonio”. Y añade un motivo de cumplimiento normativo: “El código de conducta me impide comprar y vender, por ejemplo, el mismo día el mismo valor, porque se sobreentiende que tienes mucha información”.

Su relación con la Bolsa empezó casi por casualidad. “Estudié la diplomatura de Empresariales y no tenía muy clara mi vocación; me interesaba la parte de bolsa y pensé que tendría más salidas”, recuerda. La puerta se abrió con una suplencia como secretaria de dirección. “Entré a trabajar haciendo una suplencia de secretaria en una empresa de bolsa y, fue entonces, cuando me propusieron sacar la licencia del Sistema de Interconexión Bursátil de España”. Era el año 2000, y ya había un cambio importante en los mercados. La imagen de los bróker gritando en mitad del parqué, con varios teléfonos en la mano, ya era historia. “No estaba el modelo del parqué a viva voz; ya estaba informatizado y las contrataciones se realizaban en el sistema de interconexión”. Aun así, vivió los últimos ecos de esa época: “Alguna vez sí que bajé al parqué a realizar operaciones y vivir esos últimos vestigios; no era lo mismo, pero bajé para ver cómo funcionaba”.

Inma Cuadrado
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Hoy trabaja desde casa, pero la presión sigue siendo la misma. Debe estar muy concentrada para no cometer errores y con la puerta bien cerrada para que nada la interrumpa. Un desliz puede costar miles de euros. “El operador de bolsa o bróker lo que hace es conseguir el mejor precio posible de compra o venta una vez que te llega la decisión del cliente. Si son grandes cantidades o clientes institucionales se suele delegar en el operador; trabajas la orden para conseguir el mejor precio posible”. Todo sucede frente a varias pantallas y con un reloj que manda: “Tienes que tener tus pantallas delante con información del mercado, teniendo en cuenta los horarios, la apertura de Wall Street…”.

Y no puede haber distracciones. “El horario es continuo: el mercado abre a las 9 de la mañana y cierra a las 17.30 horas y no hay descanso”, cuenta. “Toda mi vida laboral he tenido que cubrir todas estas horas y comes muchas veces en la mesa, encima del ordenador, para no perder esos momentos”. Esa exigencia tiene consecuencias para algunas mujeres cuando se convierten en madres. “He visto que alguna mujer que se ha acogido a la jornada reducida ha perdido su puesto de operador; si no cubres a tu cliente, es posible que lo pierdas”.

Es un trabajo muy exigente, de muchas horas pegada al ordenador, pero que le permite cierta flexibilidad desde que puede desempeñarlo en casa. “El teletrabajo ha sido una revolución total. Pero también ha sido un hándicap porque, para ejecutar una orden, si tienes distracciones tienes un riesgo constante de equivocarte: das una tecla que no es y puedes liarla.” Aunque buena parte del mercado ya se ejecuta de forma automática, hay tareas que exigen criterio humano y foco total: “El valor añadido de mi trabajo es hacerlo yo y eso implica un riesgo”.

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Hay que valer para manejar esas cantidades con aplomo, pero a Inma el vértigo del dinero no la bloquea. “No me pongo nerviosa; llevo 25 años haciendo esto y solo me pongo nerviosa cuando me equivoco”. ¿Y cuando algo sale mal? “La mayor pérdida de dinero que he tenido han sido 10.000 euros, que no es mucho. He visto pérdidas de compañeros de 30.000 euros; tienes un margen de maniobra y hay que cerrarlo de la mejor manera posible”. Su regla mental es simple: “Prefiero no mirar el dinero sino fijarme en la orden hasta que la cierro”.

En sus finanzas personales prima la prudencia. “Tengo tres hijas y mi cabeza no me da más para arriesgar mi dinero; tampoco se gana tanto y hay que gestionar la economía familiar”. Y a su entorno le da un consejo básico: “Si tienen dinero que no vayan a necesitar a largo plazo, sí; pero esto de jugar en bolsa no lo aconsejo”.

Pese a ser una profesión tradicionalmente masculina, dice que nunca ha visto desigualdades en 25 años. “Precisamente era una mujer la que montó la mesa en la que empecé a trabajar como operadora. Yo estaba rodeada de mujeres y nunca he visto desigualdad; siempre ha primado la competencia y el esfuerzo”. La única grieta llegó con la maternidad: “El momento en el que me sentí inferior fue cuando tuve a mi primera hija, porque dejas las líneas con tus clientes durante un tiempo y en ese espacio puede haber alguien que ocupe tu lugar”.

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A la hora de pensar en el futuro de sus hijas, casi prefiere que se dediquen a otra cosa: “No me gustaría que se dedicaran a esto… bueno, me da igual; que hagan lo que les guste y lo hagan con pasión”. Entonces se compara con su pareja y se da cuenta de la cara menos glamourosa del oficio. “Mi marido es profesor y viaja; una bróker no se mueve de su silla”.

Si pudiera dar un consejo para quienes se dedican a lo mismo que ella, no tiene dudas. “En bolsa no puedes distraerte”. Esa concentración es fundamental para trabajar sin paralizarse y evitar la ansiedad que puede provocar manejar millones de euros ajenos.

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