Castilla y León

El pueblo de Soria que no tiene turismo, es una joya medieval y se convirtió en un refugio de escritores y poetas

A orillas del Duero, Salduero combina historia, naturaleza y poesía en un entorno casi secreto en el corazón de Soria

Salduero (Soria) - Sociedad
El río Duero a su paso por Salduero
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En un rincón secreto de la comarca de Pinares, entre espesos bosques de pinos y a orillas de un Duero joven y transparente, se levanta Salduero. Una aldea soriana que parece detenida en un sueño mineral. Con poco más de un centenar de habitantes y ajena a las rutas del turismo masivo, esta localidad es uno de esos lugares que no buscan deslumbrar, sino hechizar. Y lo consigue.

En sus calles empedradas, en sus puentes de sillería, en el reflejo tembloroso de sus aguas. Aún resuenan los ecos de los poetas que lo amaron: Antonio Machado y Gerardo Diego, entre otros, encontraron aquí un remanso donde habitar el silencio.

Salduero fue, en efecto, tierra de carreteros, de ganaderos, de emigrantes vascos que cruzaron montañas para asentarse y levantar un puente que cambiaría la historia del pueblo. Y también fue tierra de palabras. De versos susurrados al río, de prosas escritas bajo la sombra de los pinos. A pesar de su belleza serena y su riqueza patrimonial, este lugar permanece invisible para el gran público, como un poema sin publicar que espera al lector adecuado.

Un paisaje escrito en piedra, agua y memoria

El alma de Salduero se despliega en cada rincón. El puente carretero, una sólida construcción del siglo XIX de seis arcos y bóvedas escarzanas de sillería, es uno de sus emblemas. Sustituyó a una pasarela anterior y permitió conectar el pueblo con Molinos, Abejar y Soria. Fue erigido no por manos locales, sino por emigrantes llegados del País Vasco, atraídos por las posibilidades de una tierra fría, bella y dura. Esa mezcla de tradición e hibridación es parte del carácter callado de este pueblo soriano.

Pasear por Salduero es recorrer un museo vivo de cantería. Las casas, de piedra trabajada, dialogan con el tiempo sin alardes. En el centro, la fuente dedicada al carretero —obra del escultor Ricardo Santamaría Bañuelos— recuerda el oficio que sostuvo la economía local durante siglos.

Iglesia de San Juan de Duero en Salduero
Una fotografía de archivo de la Iglesia de San Juan de Duero
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Y en las márgenes del Duero, el rumor del agua acompaña al viajero. Especialmente, en verano, cuando una pequeña presa eleva el nivel del río y transforma su cauce en zona de baño: mesas de picnic, pasarelas de piedra y zonas sombreadas hacen del lugar un paraíso discreto donde refrescar cuerpo y alma.

Iglesias, ermitas y una historia que resiste

La Iglesia de San Juan Bautista, otro de los hitos de Salduero, reúne siglos de historia y arte en un único espacio sagrado. Su capilla mayor gótica, los retablos rococós y su valiosa platería del siglo XVIII son testigos del esplendor eclesiástico de esta villa soriana. A ello se suman dos ermitas: la del Santo Cristo, de piedras sillares y corazón devoto, y la de Santa Elena, más reciente, ubicada en pleno Monte Dehesa Comunera, a unos tres kilómetros del núcleo urbano.

La segunda fue reconstruida tras un incendio, pero conserva su función ancestral: ser punto de llegada de romerías, paseos y plegarias.

La Ermita del Santo Cristo en Salduero
Una fotografía de archivo de la Ermita del Santo Cristo
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Por otro lado, el entorno de Salduero invita a la contemplación, pero también a la acción. Las rutas senderistas que lo rodean se multiplican, como la que conduce al Pico del Águila, desde donde se obtiene una vista panorámica del pueblo y del embalse de la Cuerda del Pozo. Otra opción es seguir el GR-86, que se adentra en el bosque hasta alcanzar Santa Elena.

Para los caminantes más curiosos, están también la Fuente de Piquillos, la enigmática Piedra Andadera o la Ruta 66 de Pinares, que lleva hasta la cascada del Arroyo Mojón, la Cueva Morena y el mirador del Picozo.

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