En pleno corazón de la comarca de Tierra de Pinares, al sur de la provincia de Valladolid, se alza Íscar, un pueblo que aún hoy conserva el perfume de las gestas medievales y el rumor de los pinares que lo abrazan. Esta localidad no es solo un lugar perdido en el mapa de Castilla. Es un destino insólito que resiste el paso del tiempo con una fortaleza pentagonal que domina la llanura y una historia tan intensa como desconocida.
Íscar fue tierra de frontera, de paso, de disputas. Pero también de asentamientos milenarios. Aunque en su término se han hallado vestigios romanos y visigodos, no fue hasta el año 939 cuando se documentó por primera vez su nombre, tras el paso devastador de las tropas del califa Abderramán III. Fue la repoblación cristiana la que cimentó la historia de este enclave, hoy silencioso pero repleto de huellas.
El castillo de Íscar: piedra viva sobre un mar de pinares
El alma de esta localidad se yergue sobre un espigón calizo: su castillo. Visible desde kilómetros a la redonda, la fortaleza de Íscar no solo impresiona por su peculiar planta pentagonal, sino también por la historia de luchas nobiliarias que esconde entre sus muros.
Íscar fue codiciado por reyes y casas nobles. Fernando III, Sancho IV, los Lara, los Haro y, finalmente, los Condes de Miranda del Castañar. Todos ellos se sucedieron como señores de estas tierras, dejando su impronta política y arquitectónica.

Este castillo, que domina el horizonte desde el siglo XIII, fue reformado en el XV para resistir asedios con una imponente torre del homenaje, un cuerpo de barbacana con puente levadizo y un espolón defensivo flanqueado por torrecillas. Los escudos de los Zúñiga y Avellaneda aún vigilan el paisaje desde las alturas. En este sentido, Íscar es mucho más que un pueblo. Es una crónica en piedra.
Juana la Loca: la cerveza que nació entre murallas
Pero Íscar no solo vivió de la historia. También la reinterpretó. En 2012, la fortaleza que una vez defendió reinos se convirtió en la sede de una aventura cervecera única. El Ayuntamiento cedió parte del castillo para crear la que fue anunciada como la única cerveza del mundo producida en una fortaleza medieval.
Se llamó Juana la Loca, en honor a la reina, y ofrecía cinco variedades artesanas elaboradas in situ, con estilos como la Pilsen o la Witbier.
Durante un breve periodo, los visitantes podían contemplar los pinares desde la torre mientras degustaban esta bebida legendaria. Sin embargo, la iniciativa no prosperó más allá de unos años. Y Juana la Loca quedó como un recuerdo tan exótico como inolvidable en la historia reciente de la localidad vallisoletana.
Íscar y el ritual del pinillo

Entre las tradiciones que aún sobreviven, Íscar conserva una de las más curiosas de la provincia: el ritual del pinillo. Cada 31 de abril, los jóvenes de 17 años trepan hasta la cima del castillo para clavar una enorme rama de pino como homenaje a quienes cumplirán 18 y, en otros tiempos, se preparaban para el servicio militar.
Estos últimos, a su vez, plantan un pino en la plaza. Un simbólico cruce de caminos entre infancia y madurez. Aunque ya no haya mili, el pueblo no ha olvidado la ceremonia que marcaba generaciones.