A partir del 19 de diciembre, el cometa 3I/ATLAS podría revelar un cambio en el origen de la vida en la Tierra

El cometa 3I/ATLAS reaparecerá el próximo 19 de diciembre y podría ofrecer pruebas de la panspermia interestelar

Cometa que cambia la ciencia - Sociedad
Una imagen simbólica de la caída del cometa sobre la Tierra.
Artículo 14/ Krea

El próximo 19 de diciembre de 2025, los telescopios de medio mundo volverán a apuntar hacia un punto concreto del cielo: el lugar donde reaparecerá el cometa 3I/ATLAS, el tercer visitante interestelar confirmado en la historia. Su regreso marcará el fin de semanas meses de invisibilidad, tras quedar oculto detrás del Sol, y el inicio de una nueva etapa en la investigación científica. Lo que los astrónomos esperan descubrir no es solo su estado tras el paso por el perihelio, sino algo mucho más profundo: las claves químicas que podrían reescribir nuestra comprensión sobre el origen de la vida en la Tierra.

Un visitante de otro sistema estelar

El cometa 3I/ATLAS fue detectado en 2024 por el sistema de alerta ATLAS, un conjunto de telescopios diseñado para rastrear cuerpos cercanos a la Tierra. Desde su hallazgo, los científicos confirmaron que su trayectoria hiperbólica —una curva abierta— indicaba que no pertenecía a nuestro sistema solar. Procedía, por tanto, del espacio interestelar, expulsado probablemente de un sistema estelar remoto hace miles de millones de años.

Se trata de un viajero sin retorno: cruzará nuestro entorno planetario una única vez antes de desaparecer rumbo al vacío. Y sin embargo, su paso podría resultar decisivo para entender cómo comenzó la vida en nuestro propio planeta.

A partir del 19 de diciembre, el cometa 3I/ATLAS podría revelar un cambio en el origen de la vida en la Tierra
Una imagen de la captura del cometa 3I/ATLAS.
NASA Ciencia

Antes de su desaparición tras el Sol, el cometa 3I/ATLAS mostró un comportamiento peculiar. Las observaciones del telescopio James Webb revelaron una superficie extremadamente irradiada, compuesta por capas endurecidas de hielo, polvo y dióxido de carbono. Esa “costra cósmica” se habría formado tras miles de millones de años de exposición a los rayos cósmicos en el espacio profundo. Al calentarse durante su aproximación solar, comenzó a liberar chorros de gas y partículas, dejando al descubierto su interior: material virgen, inalterado desde el nacimiento de su sistema de origen.

El 19 de diciembre: la fecha de su reaparición

El próximo 19 de diciembre, el cometa 3I/ATLAS volverá a ser visible desde la Tierra, esta vez en su fase de alejamiento. Se situará a 1,8 unidades astronómicas de nuestro planeta y su brillo podría ser captado de nuevo por los telescopios del hemisferio norte. Para los astrónomos, este será el momento crucial para comprobar si el paso por el Sol ha modificado su composición.

Los científicos esperan comparar los datos previos y posteriores al perihelio, con el fin de identificar nuevas moléculas liberadas tras el calentamiento. En particular, se buscarán compuestos orgánicos complejos, como formaldehído, cianuro de hidrógeno o metanol. Elementos que, en condiciones adecuadas, pueden dar origen a los bloques básicos de la vida.

De confirmarse su presencia en un cuerpo interestelar, el hallazgo reforzaría una hipótesis que lleva décadas rondando los laboratorios y observatorios del mundo: la panspermia interestelar, la posibilidad de que los ingredientes de la vida viajen entre sistemas solares dentro de cometas como este.

La panspermia interestelar: un dios hecho de hielo y polvo

Según esta teoría, los cometas interestelares actuarían como cápsulas de transporte cósmico, portando moléculas orgánicas simples desde su sistema de origen hasta otros planetas jóvenes. Al impactar con esos mundos, podrían sembrar los cimientos químicos de la vida. La Tierra, por tanto, no habría generado la vida de manera aislada, sino que la habría recibido como un regalo —o un accidente— del espacio exterior.

A partir del 19 de diciembre, el cometa 3I/ATLAS podría revelar un cambio en el origen de la vida en la Tierra
Una imagen del cometa 3I/ATLAS capturada en julio de 2025.
NASA

En los últimos años, los hallazgos de misiones como Rosetta (que estudió el cometa 67P/Churyumov–Gerasimenko) han demostrado que los cometas del sistema solar contienen azúcares, aminoácidos y otros precursores biológicos. Pero el cometa 3I/ATLAS representa algo distinto. Su composición proviene de un entorno completamente ajeno al Sol. Si en él se encontraran las mismas moléculas que en nuestros cometas locales, podría confirmarse que los componentes de la vida son universales, y no un fenómeno exclusivo de nuestro sistema planetario.

En ese sentido, el cometa 3I/ATLAS sería más que un objeto celeste: sería una prueba tangible de que la vida, en sus formas más primitivas, podría tener un origen interestelar. Tal vez no en sentido espiritual, pero sí en un sentido material. Un dios sin voluntad, pero creador por accidente.

¿Qué podría cambiar el próximo 19 de diciembre?

Los equipos científicos de la NASA, la ESA y el Instituto Max Planck ya han programado nuevas observaciones del cometa 3I/ATLAS para finales de diciembre. Se busca detectar cambios en su espectro infrarrojo, un indicador de que nuevas moléculas han sido liberadas desde el interior. El James Webb, que ya estudió su composición antes del perihelio, volverá a apuntar hacia él para analizar si el calor solar alteró su estructura o expuso capas más antiguas y puras.

Si los resultados confirman que los compuestos orgánicos del cometa 3I/ATLAS coinciden con los que se han hallado en meteoritos caídos en la Tierra, el hallazgo tendría implicaciones profundas. Significaría que los mismos ingredientes que iniciaron la vida aquí podrían estar dispersos por toda la galaxia, transportados por cometas que cruzan los límites de los sistemas solares como mensajeros del pasado cósmico.

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Una fotografía reciente del cometa 3I/ATLAS.
Archivo

Incluso los escépticos reconocen el valor de esta posibilidad. No se trata de imaginar civilizaciones extraterrestres, sino de comprender que la vida —o al menos sus semillas químicas— podría ser una propiedad natural del universo. En otras palabras: no estamos hechos de polvo de estrellas solo de forma poética. Lo estamos también en un sentido químico y biológico.

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