Esta semana en el Senado hemos vuelto a ver como Pedro Sánchez construía una ficción de héroe restaurado desde la incapacidad de sus adversarios y su sibilino método de propulsarse sobre las miasmas de lo trágico, lo escandaloso y lo negativo. Incluso antes de que compareciera ya había una pregunta instalada encima de la mesa: ¿puede salir el Presidente reforzado de la Comisión de Investigación del caso Koldo? La respuesta es clara y sencilla. No, es imposible. Sánchez, por muchos ríos de tinta que corran y tuits que se viralicen, por más ardides que se emplearan y más epopeyas que se escriban, Sánchez no salió reforzado del Senado. Salió vivito y coleando, pero salió, aunque ahora nos parezca lo contrario, peor de lo que entró.
Nadie pone en duda la capacidad que tiene para amoldarse a las adversidades, para darle la vuelta al calcetín de las apariencias y lidiar con las situaciones límites e incómodas, esas que harían que cualquiera se sintiera acorralado. Sí, es cierto que es desesperante la incompetencia de una oposición que tras siete años de sanchismo no ha sido capaz de entender cuál es la manera de ir a la ofensiva contra Sánchez, que aún no ha comprendido que en la sobreactuación y en las palabras gruesas se encuentra la gasolina de un tipo que sabe cómo nadie utilizar las cuerdas del ring para balancearse y mantener el equilibrio.

Sí, Sánchez fue más inteligente que todos los que le interrogaron porque traía preparado un plan comunicativo para danzar de manera distinta según quién le preguntara. Y usando su talento camaleónico desplegó sus múltiples personalidades para ir minando la comparecencia y convertirla en una suerte de juego de roles en el que a ratos era una víctima, a ratos alguien que pasaba por allí y a ratos un envalentonado macarra que calificaba aquello de circo y repetía en bucle, como una jaculatoria, las corrupciones pasadas del PP.
A todo esto, hay que sumarle que es gran conocedor del infantilismo que impera en la anestesiada opinión pública, y que él, experto en darle la carnaza que pide, hizo el numerito del look de las gafas para hacer de la anécdota el tema de conversación sobre el que girase el después. Todo esto está muy bien, pero más allá del tacticismo efectivo al que jugó, más allá de esa moral de victoria que consiguió arrancar echando mano de su Manual de Resistencia, más allá de que sus altavoces mediáticos se afanen en vender que toreó como nunca y acabó saliendo por la Puerta Grande, la realidad, la que no se atiene a esa alquimia trilera, es que el espejismo de esta nueva épica tiene un recorrido muy corto. Y que, por mucha sensación de remontada que se pretenda transmitir, la puerta de la enfermería está cada vez más cerca.

Por cada una de las preguntas, mejor o peor formuladas, peor o mejor orientadas, de los senadores que le apretaron se abrió una grieta más grande en su ya soslayado horizonte. Por cada célebre ‘no me consta’ y cada salida por peteneras había un avance hacia ese futuro cada vez más próximo en el que veremos al líder de los socialistas respondiendo a las preguntas de un juez. Lo más relevante de lo que ocurrió el jueves es que sigue sin poder dar explicaciones claras y solventes sobre la maraña de indicios sólidos que condenan su porvenir. Y si aún no ha sido capaz de encontrar un argumentario es que no lo tiene.
Todo aquello que sigue esquivando con sus ejercicios de funambulismo y su promoción de la polarización es lo que realmente le preocupa. No, no le tiene miedo a la oposición, que ya ha dejado claro que es manifiestamente incapaz de empujarlo por el precipicio de sus circunstancias, le tiene miedo a la verdad que la Justicia y los medios de comunicación están sacando a la luz. Y por mucho que sea un maestro del fingimiento, la batería de cuestiones que consiguió neutralizar con su rostro de cemento armado y su desvergüenza, no van a desaparecer por más lupas que se ponga ni más propaganda que diseñen. Las personas que le ayudaron a llegar donde llegó, el Peugeot y toda la oscuridad que se ha movido en su entorno al calor de sus Gobiernos, no se van a esfumar.
Ya el viernes, Koldo trajo de vuelta el pasado con una ristra de fotografías que dejaban al desnudo esa mentira de que su relación con el presidente había sido mínimo. En ese álbum, en el que el aizcolari guardaba hasta una tierna publicación que Sánchez le dedicó en Facebook reside la raíz del verdadero problema de Sánchez. Nadie puede huir de su pasado. Y no, Sánchez no puede huir de él porque no puede despejar sin evasivas todos esos signos de interrogación que lo acabarán destruyendo.
Desde los cobros en efectivo a las bolsas con dinero que llevaba Carmen Pano a la sede de Ferraz. Desde las andanzas de sus dos secretarios de Organización a la sombra del nexo corruptor. Desde las amistades y actividades de su mujer al modus vivendi de su hermano. Desde la financiación de sus campañas hasta los rescates. Desde el embrollo venezolano hasta las saunas de Sabiniano. Y todo esto, recordemos, solo es en el plano judicial, porque en el plano político, su coalición del bulo del somos más, se desintegra a pasos agigantados, sin capacidad de hacer otra cosa que convertir el debate público en una riña de patio de colegio.
A Sánchez le consta que no le salvarán sus ‘no me consta’.



