Opinión

¿Para cuándo lo del acoso laboral?

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Hace unos días quedé con una amiga para un fugaz aperitivo. Entre otras muchas cosas, salió el tema del acoso laboral, y de la enorme permisividad que hay. Me comentó su breve paso por un programa en el que una coordinadora acumulaba casi treinta denuncias por acoso laboral. Lo sorprendente no es tanto la cifra (elevadísima) sino que fue dentro de un lapso de tiempo muy breve. Si hubo 27 denuncias, ¿cuánta gente no se atrevió siquiera a denunciar? Es aún más sorprendente que, en un sector en el que se sabe todo (el audiovisual) esta persona haya encontrado trabajo en un puesto parejo donde sigue ejerciendo el mismo trato sobre sus subordinados.

Asistimos ahora al metoo del acoso escolar. Ya era hora. Tiene mimbres similares al del acoso sexual, pero sin el sesgo machista, aunque cuenta también con el agravante de tratarse de menores de edad desamparados por sus centro educativos y, por supuesto, por los padres de las bestezuelas que ejercen el acoso.

Estoy deseando que, ya entrados en harina, abramos el melón del mobbing, sea horizontal o vertical. Hace exactamente 24 horas he visto al tipo que peor me ha tratado nunca hablar en una rueda de prensa sobre “romper el ciclo de la violencia”. El mismo tipo que un buen día pensaba que me iba a pegar delante de todo un equipo. El mismo tipo que amenazaba, humillaba y gritaba a todo el mundo, incluyendo a los que inexplicablemente le eran fieles, tercos ineptos que quizás supieran que sin él no tendrían trabajo en este negocio.

Decir que es cosa de un sector sería faltar a la verdad. Conozco el caso de una chica a la que le llegó a reventar la vejiga del miedo que tenía a ir al baño durante la jornada laboral. Conozco el caso de otra (muy amiga) que para su “despedida” tuvo que ir ella misma a por las pizzas de la celebración. Conozco unos cuantos casos, y en todos ellos aparece la angustia del “¿de qué voy a comer?”.

Los responsables y consentidores del mobbing saben que si te vas, pierdes. Pero si te quedas, pierdes también. Esperas un despido, una indemnización. Pero no va a llegar, porque buscarán el menor de tus errores para culparte, aislarte. Por algún extraño motivo psicológico, las víctimas de mobbing se aferran a sus trabajos a pesar de que nunca van a ganar. La victoria pírrica está en ser despedido y denunciar. O marcharse y denunciar. Esta vía es la más recomendable. No sé cuántas empresas tendrán un protocolo antiacoso, pero imagino que muy pocas, y aún menos si son PYMES. Tampoco tengo la más mínima duda de que, en casos de denuncias, casi nadie habrá visto u oído nada. Es normal si tenemos en cuenta que el que es una rata lo es antes, después, ahora y siempre. No le va a surgir la valentía justo en un juicio. Conozco casos en el audiovisual (muchos), pero también en el mundo de la moda, en la docencia, en oenegés, sindicatos. Conozco, como todos ustedes, empresas que se sostienen sobre el acoso laboral y la explotación. Que cada uno ponga esos nombres tan evidentes.

Son estas dinámicas las que hacen que la gente se vea obligada a ir  a actividades de teambuilding en su tiempo libre, a cenas interminables, merendolas, chocolatadas, o cualquier otra ocurrencia pseudolúdica que se le ocurra al sátrapa de turno. Todo esto sucede porque el capitalismo salvaje en el que vivimos premia al psicópata. Como lo único que importa es el beneficio (exponencial, infinito, desmesurado), los medios para conseguirlo son lícitos. Esto va de las grandes empresas a las pequeñas, y se suma a la eterna existencia de los cicateros, esos personajes tan viejos como la humanidad. El día que dejemos de consentir a la gentuza no harán falta más hashtags de #metoo. Ese día, si es que llega, tal vez podamos vivir en paz.

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