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¿Fiestas sin dramas? Manual de supervivencia para tu relación

Entre cenas, regalos y compromisos, la clave no es “sobrevivir” a la Navidad, sino llegar con acuerdos, límites y cuidado mutuo

'Amor de calendario' (John Whitesell, 2020)

La Navidad tiene mala fama en pareja, pero no siempre por lo que pasa… sino por lo que se acumula. Más planes, más gasto, más familia, menos descanso y menos conversación de la buena. El cóctel perfecto para discutir por detalles que, en realidad, no son tan “detalles”. “La Navidad no es el problema”, suele repetirse en consulta, y lo confirma la psicóloga y terapeuta de parejas Patricia Sánchez, que insiste en que estas fechas actúan como un amplificador: si hay heridas, desigualdades o silencios pendientes, suenan más fuerte cuando sube el volumen de la vida social.

El primer campo de minas suele ser el dinero. No solo por lo que cuesta diciembre, sino por lo que simboliza: esfuerzo, reconocimiento, justicia, control. Según Sánchez, en la mayoría de casos el conflicto no está en el número de euros, sino en la sensación de desequilibrio: quién paga más, quién renuncia más, quién decide qué se compra, quién carga con la logística. Su recomendación práctica para desactivar la bomba antes de que explote es simple: presupuestos cerrados y explícitos (regalos, comidas, eventos, viajes), acordados antes del “ya veremos”. Y, si el tema se repite año tras año, mirar un poco más hondo: a veces detrás del “te estás pasando con los regalos” vive un “no siento que esto sea equitativo” o un “me da miedo quedarme sin margen”.

Cuando una parte de la pareja siente que el otro no la protege, no la prioriza o la deja sola ante comentarios incómodos, aparece la grieta

El segundo gran clásico llega con la familia política. Las fiestas traen una expectativa silenciosa: estar, caer bien, aguantar, sonreír, opinar lo justo… y no “liarla”. Pero cuando una parte de la pareja siente que el otro no la protege, no la prioriza o la deja sola ante comentarios incómodos, aparece la grieta. Aquí, Sánchez es clara: la pareja necesita funcionar como equipo y establecer límites. Límites que pueden ser tan cotidianos como pactar cuánto tiempo se pasa en cada casa, acordar una señal para retirarse si la situación se pone tensa o decidir que ciertos temas “polémicos” no se discuten en la mesa (política, religión, fútbol, lo que sea que incendie la cena). El objetivo no es ganar una batalla familiar, sino que ninguno sienta que su tranquilidad se sacrifica para que todo el mundo esté contento.

Escena de la película ‘Amor de calendario’ (John Whitesell, 2020)

Y el tercer enemigo, quizá el más traicionero, es la saturación. Diciembre es un mes que empuja “hacia fuera”: comidas de empresa, quedadas, compras, compromisos, planes infantiles, tradiciones… y, de pronto, la pareja se queda sin aire. Sánchez lo describe como una pérdida de espacios: se reduce el tiempo individual, el de pareja y el de calma familiar.

El resultado es previsible: irritabilidad, distancia y una sensación de desconexión que luego se expresa en discusiones absurdas (“me contestaste mal”, “siempre llegamos tarde”, “otra vez con tu madre…”). La salida pasa por una palabra poco navideña pero muy eficaz, la organización. Reservar en agenda momentos mínimos pero intocables para descansar, para hablar y para estar juntos sin rendimiento social. Y sostener rutinas que protegen la salud mental (dormir, moverse, comer decentemente), porque llegar agotados convierte cualquier roce en drama.

La Navidad debería tener más de paz, calma y disfrute que de perfección y sacrificio

¿Cómo se aterriza todo esto sin que suene a manual?

Con acuerdos sencillos y realistas. Uno: no hay que ir a todo. Las fiestas no deberían convertirse en una prueba de amor a base de presencia obligatoria. Elegid qué planes os suman y cuáles os drenan. Dos: la prioridad no se presume, se demuestra: si uno de los dos sale de cada encuentro sintiéndose “el accesorio”, hay que revisarlo. Tres: hablad antes. No cuando ya estáis en el coche de vuelta, con el enfado a punto de caramelo, sino antes de entrar: qué esperáis, qué os preocupa, qué necesitáis del otro. Y cuatro: recordad para qué era esto. Sánchez lo resume con una idea que funciona como brújula: la Navidad debería tener más de paz, calma y disfrute que de perfección y sacrificio.

‘Amor de calendario’ (John Whitesell, 2020)

En el fondo, sobrevivir a estas fechas en pareja no va de evitar conflictos a toda costa, sino de gestionarlos sin dañarse. De convertir el “tú contra mí” en un “nosotros contra el problema”. A veces bastará con un presupuesto, un límite y una tarde libre. Otras, diciembre solo destapa lo que ya venía pesando y tocará hacer una revisión más valiente: conversaciones pendientes, resentimientos, roles desequilibrados.

Pero si algo pueden dejar las fiestas, además de fotos y sobras, es una oportunidad: terminar el año con menos cargas, más claridad y un pacto renovado de cuidado mutuo. Paciencia, acuerdos y equipo. Con eso, la Navidad no rompe, puede incluso acercar.

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