Cada diciembre, la pregunta se repite en miles de parejas: ¿con quién cenamos en Nochebuena? A veces la respuesta parece fácil, casi automática. Siempre en el mismo sitio, con la misma familia, sin demasiada conversación. Pero detrás de ese “me da igual” que se pronuncia para evitar conflictos, puede esconderse una dinámica mucho más profunda -y problemática- para la relación.
Según la psicóloga Elena García Vega, cuando una persona cede sistemáticamente, no suele ser casual. “Cuando en una relación uno de los dos cede siempre, ya nos deja ver que hay una dinámica complicada y una relación de poder, sea por complacencia o por imposición“, explica. Y aunque esta fórmula puede sostenerse durante un tiempo, el desgaste no tarda en aparecer.
Cuando ceder cada Navidad deja huella en la pareja
Uno de los principales indicadores de que algo no va bien es la repetición: misma decisión, mismo perdedor silencioso. “Puede ocurrir que una persona se olvide de sus propias necesidades o no conecte con lo que quiere, o que el otro, o su familia, imponga sus deseos porque la consecuencia de no hacerlo es peor que anularse”, señala la experta.

Las consecuencias no siempre estallan en Nochebuena, pero se acumulan. Rencor, sensación de desequilibrio, discusiones recurrentes que no llegan a ninguna solución y conflictos con las familias políticas son algunos de los efectos más habituales. “Muchas veces uno de los miembros queda en medio, sufre, y la relación de pareja se resiente o se distancia”, advierte García Vega.
Además, el problema rara vez se limita a las fiestas. “Si esto pasa cada Navidad, probablemente se extienda a otras decisiones importantes de la pareja”, añade. La incapacidad para negociar y llegar a acuerdos termina debilitando el vínculo: “Es una habilidad esencial para que la relación sea sana y fuerte”.

Cómo negociar una alternancia justa sin convertirlo en un ‘tú contra mi familia’
No existe una fórmula universal para repartir las fiestas. Cada pareja tiene su historia, sus tradiciones y sus circunstancias. “Esta negociación es muy personal e íntima, y mientras a ambos les funcione, es correcta”, afirma la psicóloga. Pero hay una base imprescindible: la comunicación asertiva.
Eso implica, según García Vega, “conectar con las propias necesidades, carencias y emociones, y comunicarlas desde la calma, sin atacar, culpar ni juzgar”. El objetivo no es ganar, sino implicar al otro en una búsqueda conjunta de soluciones: “Las decisiones deben ser habladas, negociadas y aceptadas por ambos, no impuestas por uno”.
Aquí entra también la flexibilidad. “El otro puede tener tradiciones, visiones y necesidades distintas a las nuestras, y son igual de válidas”, recuerda. Muchas parejas encuentran equilibrio alternando años, repartiendo fechas (Nochebuena con una familia, Navidad con otra), o teniendo en cuenta factores logísticos y emocionales. Lo importante es que ambos sientan que el acuerdo es justo y que no se repite siempre el mismo sacrificio.

Límites claros con las familias (sin culpa ni drama)
Si negociar en pareja ya es complejo, hacerlo frente a la familia puede ser aún más delicado. “Entramos en sistemas familiares, roles, apegos y dinámicas que no siempre son sanas”, explica García Vega. A veces hay comprensión; otras, chantaje emocional, enfados o imposiciones.
La clave está en la claridad y la coherencia. “Los límites tienen que estar muy claros y ser firmes para que la familia los acabe aceptando como algo inamovible”, subraya. Ceder por culpa o dar explicaciones excesivas suele jugar en contra: “Si entro en un bucle de justificación y cedo, mis límites se pisan con facilidad”.
La experta recomienda comunicar la decisión desde la calma, con las explicaciones justas y, cuando sea posible, ofreciendo alternativas. Por ejemplo: “Me encanta pasar las fiestas con vosotros, pero este año el día 25 comeremos con mis suegros porque es el único día que estarán en Madrid. Te llamaré por la tarde y el 31 lo celebramos juntos”. Y no olvidar el refuerzo positivo: “Gracias por comprenderlo”.

Cuando hay presión o culpa, el apoyo dentro de la pareja es fundamental. “En estas situaciones es vital hacer equipo: juntos contra el problema, sin reproches ni críticas a la familia del otro, y sin invalidar su malestar”, insiste.
La conclusión, según García Vega, va más allá de la Navidad. “Las relaciones se trabajan. Hay patrones que revisar, conversaciones incómodas que no tienen por qué convertirse en discusiones, y habilidades que se entrenan”. Negociar, poner límites y aceptar al otro sin intentar que se adapte siempre a nuestras expectativas no solo decide dónde se pasa Nochebuena, sino cómo se construye la pareja el resto del año.


