Aunque por descontado es el cine el protagonista de los festivales cinematográficos, en realidad hay dos elementos que cobran un mayor protagonismo edición tras edición: la alfombra roja, que no deja de ser el escenario perfecto para que las grandes firmas puedan mostrar al mundo creaciones de costura y joyas de alta gama, y las ovaciones, esas que parecían reservadas para un número reducido de películas verdaderamente excepcionales y que en algunos festivales se han convertido casi en una costumbre más de cada edición. En el instante en el que comenzó el Festival de Venecia, los titulares que hablaban de interminables ovaciones se sucedieron.
La nueva película de Pedro Almodóvar, La habitación de al lado, recibió una ovación de pie de 17 minutos, siendo de esa forma el largometraje más aplaudido en la historia de la Mostra. Semejante número hizo que los ocho minutos de aplausos que hicieron a Angelina Jolie llorar de emoción en la presentación de Maria, donde interpreta a Maria Callas, parecieran escasos. El cine es arte, de acuerdo, pero siempre queremos cuantificar lo incuantificable, y por eso perseguimos poder cuantificar el nivel de maestría haciendo uso de algo tan poco artístico como lo son los números. El gran problema es que en el instante en el que parece que cuenta más el aplausómetro que el cine, emerge la duda de si realmente tras los aplausos no hay más marketing que emoción y si la palabra “ovación” no ha quedado vaciada de significado.
“A veces, una ovación breve es una forma educada para que el público presente emita un veredicto colectivo sobre lo que acaba de ver, una forma de expresar que la película no ha emocionado. Si te preguntas qué ocurre si no hay ovación alguna, te diré que es algo casi impensable. Ahora se espera un aplauso de pie, algo que en algún momento fue un indicador de entusiasmo excepcional del público pero que en estos momentos es una formalidad en cualquier estreno de alto nivel al que asiste el equipo, aunque sólo sea para reconocer su
presencia y el esfuerzo por llevar una película al festival, especialmente si de por medio hay figuras célebres y queridas”, explica en The Guardian el periodista Guy Lodge, que asegura que en la mayoría de los casos, las ovaciones de pie en los festivales de cine no significan nada en lo que respecta a las perspectivas a largo plazo de una película. Sin embargo, estas ovaciones, ya sean un mero trámite o fruto de la emoción, ya cuentan con una dilatada tradición en los festivales. La diferencia es que ahora se repiten y exageran tanto que el público ha terminado por verlas tanto como una obligación como aliadas publicitarias que ayudan a los medios a conseguir titulares carne de clickbait.
Resaltamos el número de nominaciones que consigue un largometraje, la puntuación que sitios como Rotten Tomatoes le ha dado y cómo no, la duración de los aplausos que recibe en los festivales, pues se da por hecho que las películas más aplaudidas son las más buenas. Pero, ¿es esto cierto? Para comenzar, hemos de tener en cuenta que de la supuesta duración de los aplausos que es comunicada a la real hay de por medio a veces idealizaciones y fantasías que terminan por hacer que un aplauso sea alargado en los medios, como aseguran muchos periodistas de cine y como incluso recordaba un joven Steven Spierlbeg al echar la vista atrás para hablar del aplauso que recibió E.T en el Festival de Cannes. “Fue una ovación de seis minutos y medio, pero cuando aterricé en Los Ángeles, me encontré con que la gente decía que había sido de 20 minutos. Un segundo: yo estoy feliz con esos seis minutos. Hasta entonces, no había tenido ni una ovación de dos minutos”, dijo. Supongo que del mismo modo que en Gran Hermano “las emociones se magnifican”, en los festivales de cine, los aplausos también…
“Los recuentos de aplausos en los grandes festivales son una idea más impuesta por el departamento de marketing de productoras y distribuidoras que los periodistas hemos comprado de forma absurda. Quieren tener un titular que avale la calidad de sus películas, cuando lo cierto es que el agasajo a los artistas en los festivales no quiere decir nada”, explica a Artículo 14 David Martos, director de Kinótico, medio especializado en la industria audiovisual. “De los minutos de aplausos que reciben en estos encuentros, el 99 % son una cortesía al equipo presente en la sala. Todo lo demás son especulaciones absurdas que no tienen que ver con la calidad de la película. Es una operación de marketing que los periodistas tenemos que evitar, aunque forma parte del color que impregna los festivales, a nivel de los atuendos de la alfombra roja o de las llegadas en barca”, asegura.
La “ovacionitis” no da signos de abandonarnos, y por eso es importante comprender que los aplausos no responden siempre necesariamente a la calidad de la película ovacionada. Pese a todo, recomiendo a quien acuda a un festival de cine que se asegure de haber entrenado con esmero el tren superior de su cuerpo, pues semejantes sesiones de aplausos bien merecen unas buenas sesiones de pesas. Además, esas ovaciones de pie no están pensadas para los más débiles, por lo que hay que llegar al visionado de las películas en los grandes certámenes del cine tan preparados como a una sesión de CrossFit, aunque de etiqueta, claro.