El prestigioso MIT de Cambridge (Massachusetts), una de las universidades e institutos tecnológicos más relevantes, ha presentado uno de los primeros estudios acerca del impacto de la Inteligencia Artificial sobre nuestra forma de pensar en esta nueva era colaborativa con las máquinas. Aunque esté pendiente de revisión por pares, deja ya abierto un inquietante debate.
Ese gran avance que nos permite hoy organizar vidas diarias y maximizar cuentas de explotaciones, tendrá indudables repercusiones sobre nuestras actividades laborales y sociales, pero “¿en qué medida podría afectar nuestro desarrollo y comportamientos neuronales?” se han preguntado algunos investigadores.
La observación de una cincuentena de estudiantes (y la posterior evaluación de su rendimiento) ha permitido sacar unas primeras conclusiones. Estaríamos en un nuevo paradigma de “deuda cognitiva” en el que los ordenadores nos permitirían “ahorrar” tiempo a cambio de quitarnos ciertos esfuerzos mentales. Los resultados apuntan a que nos haríamos más vagos, con cerebros “tecno-dependientes”, y destinados a atrofiarse.
Cada vez que la IA piensa, tu bombilla se apaga
Bajo la denominación de “Tu cerebro mientras usas ChatGPT”, el MIT Media Lab ha presentado un informe sobre la actividad cerebral de unas 54 personas, analizadas mientras realizaban una misma tarea. Los participantes fueron conectados a unos detectores craneales que escanearon detalladamente sus movimientos cerebrales, ofreciendo un interesante mapa de lo que estaba ocurriendo entre sus sienes.
Divididos en tres grupos de idénticas características, el primer grupo tenía la misión de escribir un texto usando su cabeza, el siguiente grupo podía usar Google y su omnipresente herramienta, mientras el tercer grupo podía usar ChatGPT y su potente IA. Los resultados obtenidos podrían ser un tipo de señal de alarma.
El grupo de redactores usando la inteligencia artificial redujo en cerca de un 55% la actividad de sus circuitos neuronales, y en particular en las zonas dedicadas a la atención, memoria y creatividad de su mente. Pero no es todo, la calidad de las entregas también se vio afectada. Aunque los textos inspirados con IA obtenían buenas calificaciones, incluían muchas repeticiones. Perdían “su alma” según los examinadores. ChatGPT les haría un 60 % más rápidos en realizar sus deberes, pero reduciría un 32 % el esfuerzo mental necesario para entregar las asignaciones, volviéndolos más perezosos y uniformes.
Luego, la mayoría de ese grupo tampoco se acordaba muy bien de lo que había presentado. Convertidos en meros secretarios transcribiendo, el 83 % de ellos no pudo recordar las frases de su ensayo tan solo unos minutos después de acabarlo. De hecho, en unas sesiones posteriores en las cuales se les retiró dicho apoyo informático siguieron mostrando una baja actividad cerebral y un peor rendimiento. Todo lo contrario a quienes escribieron sin ayuda informática y recordaron la mayoría de sus palabras.
Es como si sus cabezas, en parte, se apagaran en cuanto “subcontratan” sus tareas a las máquinas. Aunque podría parecer un tipo de dependencia puntual y anodina, podría conllevar a la larga una definitiva atrofia cognitiva.
Si Darwin levantase la cabeza
Charles Darwin hubiera probablemente soñado con vivir esta alocada época. No estamos únicamente en un momento de transformación industrial, económica, tecnológica o cultural. Los avances están hoy afectando a nuestra adaptación biológica al mundo actual.
Nos enfrentamos a un futuro imprevisible donde la pérdida de facultades del órgano cerebral que hizo de nosotros una especie superior y dominante podría correr peor suerte. La informatización omnipresente podría deteriorar lentamente nuestras capacidades mentales. Nos hacemos más reticentes a hacer cualquier esfuerzo y queremos que todo se nos ponga “de frente”. Nos desanimamos al no conseguir un resultado rápidamente o nos autoconvencemos de que, sencillamente, ya no somos capaces.
La lengua y las matemáticas están pagando los platos rotos y son reiteradamente maltratadas por los estudiantes. Dejar de expresarse correctamente es perder fe en las cosas bien hechas, dejándolos enfrentados a un destino impredecible. Ya no tendrían objetivos, metas, ni retos personales, implicando perder el control sobre su evolución y su necesaria adaptación a los cambios constantes.
Si las anteriores generaciones memorizaban todos los números de teléfonos, hoy no le pidamos a los jóvenes que recuerden más allá del suyo y del de sus padres. También se lían con los recorridos y las calles ya que “para eso está el GPS”.
Ya se ha demostrado científicamente que nos sentimos más solos (y frágiles) sin nuestros móviles. Hoy tenemos la confirmación de que las máquinas nos hacen dependientes. No por nada, la mayoría de los gurús tecnológicos y empresariales envían a sus hijos a escuelas sin tabletas ni smartphones, ni portátiles.
No hay futuro, se hace futuro al pensar
Hace unos días, y para cerrar adecuadamente la época académica, evaluamos entre varios profesores el desarrollo anual de nuestras aulas. Varios compañeros docentes levantaron la mano para compartir su preocupación ante el comportamiento ya habitual y taciturno de sus estudiantes. Desmotivados y sin interés, buscaban eternamente y con sus dedos el tacto de sus móviles. Y en cuanto a tareas se trataba, ChatGPT se había convertido en su única arma. Cada nuevo curso se presenta como un calvario tanto para educadores como para sus alumnos.
La propia Joanna Stern, columnista del Wall Street Journal, le pedía a Sam Altman (el CEO de ChatGPT) unos consejos para poder seguir enseñando a esta nueva generación de desanimados. El empresario contestó de la forma más previsible. Para él habrá que adaptarse. Alumnos y profesores deberán aprender a usar la IA lo mejor posible y aprovechar para dedicarle más tiempo a cultivar su adaptabilidad, empatía, resiliencia y otras habilidades.
Stern subrayó también que no deberían perder su intrínseca curiosidad y búsqueda de la verdad, ni dejar de trabajar en grupos frente a la autocracia de los algoritmos y sus fórmulas. Cada vez más prohíbo los móviles y las pantallas, en detrimento del uso de bolis de colores y hojas, y curiosamente los alumnos lo agradecen y acaban con la sonrisa puesta.
No es una opinión aislada. En muchos países se alzan voces de filósofos en contra de las máquinas y su potencial dictadura. Luc Julia, por ejemplo, trabaja en Renault y fue el inventor de Siri, una de las más famosas. Lleva tiempo advirtiendo de sus riesgos en teles, radios y en las propias aulas. Conoce mejor que nadie su “engendro” y, precisamente por eso, pone el foco en su uso consciente y de forma cuidadosa. El científico francés nos recuerda que la IA no es realmente “inteligente”, sino que nos imita sin tener emociones ni (de momento) consciencia. Si dejamos de usar nuestras propias capacidades de procesar, tener nuestro propio criterio y compartir opiniones, corremos el riesgo de ver menguar esas facultades.
¿Eres de escaleras o ascensores?
No sé si es por la edad o mis recientes motivaciones, pero cada vez más me encuentro con unos contenidos digitales relacionados con la necesidad de fortalecer nuestros músculos y mentes. Leo mucho sobre la capacidad cognitiva y la necesidad de ejercitarla con frecuencia. Sin embargo, la vida urbana nos lleva precisamente a una situación totalmente contraria y obediente. Humanos anquilosados en sus sofás, esperando a que las pantallas les digan que hay que consumir, opinar o contestar cuando, al contrario, deberían volver a escribir, leer y pintar. Si dejas que “otro” siempre piense por ti, puede que pierdas la capacidad de hacerlo. La verdadera deuda cognitiva no es la pereza, es el olvido de cómo se hacía, un desaprendizaje disfrazado de eficiencia.

Deberíamos también evitar tomar el ascensor y subir las escaleras de vez en cuando. La IA, en ese sentido, puede ser un elevador formidable, pero si siempre la tomas, olvídate de tener piernas firmes.
A lo largo de cientos de milenios, nuestro metabolismo se fue adecuando al entorno. El apéndice, que servía para digerir vegetales en tiempos remotos, se convirtió en un incordio, tanto como el cóccix o las muelas del juicio. Tuvieron su importancia, pero hoy perdieron todo su significado.
Adaptarse significó, en muchas ocasiones, perder parte de lo que fuimos. Pero en este caso, podríamos perder todo lo que nos hizo distintos.