Publiqué una columna hace unas semanas en este mismo periódico sobre el declive de las Identificaciones Trans y No Binarias. Ahora ha aparecido un interesante artículo en la revista Aporia Magazine titulado “The Rise and Fall of a Signal: ¿Why has transgender identity declined?” (Auge y caída de una señal exhibitoria: Por qué ha ido de baja la identidad transgénero?) de Jimmy Alfonso Licon. En él, el autor, frente a este declive, adopta un enfoque sociológico basado en la teoría de las señales costosas que tanto nos gusta a los que vemos la vida social desde la antropología evolutiva. Licon explica el fenómeno como un ciclo de difusión y saturación de una “señal social” de bajo costo que tuvo un pico en la década de 2010, exacerbado por la pandemia, y ha dado paso a un declive acelerado, independientemente de factores políticos o de salud mental.
Como expliqué, mi posición parte de una premisa biológica: el sexo es binario, determinado por cromosomas y exposición prenatal a hormonas, y el género no es un constructo social arbitrario, sino un conjunto de preferencias y comportamientos influenciados mayoritariamente por la biología. Por ello, rechazo la noción de un “espectro” de género y lo considero incomprensible e infundado científicamente pues las variaciones atípicas (por ejemplo, en expresión sexual como vestimenta o maneras) no equivalen a ser trans, sino a una diversidad natural dentro de lo binario. La orientación sexual se refiere al deseo hacia el sexo opuesto o propio, pero no altera la base biológica. Trabajos del psicólogo Steve Stewart-Williams y un informe del politólogo Eric Kaufmann (del Centro para las Ciencias Sociales Heterodoxas), basado en encuestas a jóvenes estadounidenses, ya anunciaban un descenso de este fenómeno. Kaufmann descartaba explicaciones más a mano como un viraje conservador, mayor religiosidad o menor uso de redes sociales, ya que los datos no lo respaldan del todo. En su lugar, proponía dos hipótesis: una “epidemia” ligada a la crisis de salud mental juvenil durante la pandemia de COVID-19, que se recupera parcialmente, y un fenómeno de moda efímera, similar a otras tendencias juveniles que surgen y se desvanecen luego. Hay que insistir en que el declive ocurre uniformemente, sin correlación con cambios políticos, sugiriendo que estas identidades estaban “infladas” en entornos progres o en línea. Y que refleja una variabilidad sexual natural que no justifica ese espectro ilimitado de cientos de identidades.
El artículo de Licon profundiza en esta caída desde la “teoría de la señalización”, un marco de la biología evolutiva y de la economía que explica cómo los individuos emiten “señales” para transmitir rasgos o compromisos creíbles con una causa o un colectivo. En este caso, declararse simplemente como trans o no binario actúa como una señal de “bajo coste” —fácil de verbalizar en redes sociales, escuelas o empresas que adopten la tendencia—, indicador que categoriza al emisor como progre, empático o abierto a la diferencia. Pensemos en Irene Montero publicando una fotografía de sus gemelos varones, con uno de ellos con falda. Por otro lado, a diferencia de las de “bajo coste”, existen las “señales costosas”, que son acciones irreversibles como tomar hormonas o someterse a cirugías radicales. Son difíciles de fingir, por su riesgo y compromiso, y son señales más fuertes de autenticidad y menos corrientes.
Con el apoyo mediático y el peer pressure (presión de los colegas) esta señal de “bajo coste” se difundió rápidamente pero cuando llegó la saturación se redujo su valor informativo. Efectivamente, cuando todos la usan, deja de ser un rasgo especial y los “free-riders” (imitadores) pierden credibilidad. El declive, por tanto, no refleja un backlash cultural ni que haya habido mejoras mentales (aunque la pandemia influyó), sino un ajuste en la recompensa social: la señal pierde novedad e impulsa a algunos a opciones alternativas o al abandono total del asunto. En resumen, el ciclo —ascenso, pico, caída— ilustra cómo señales sociales efímeras se adaptan a entornos saturados, sin alterar creencias subyacentes. Se puede pensar que la identificación transgénero pasó de moda debido a una reacción cultural negativa y/o a su menor prominencia en el catálogo de las políticas de la izquierda. Pero, como sugiere Licon, existe otra explicación más sutil para este patrón: la dinámica de la señalización en un entorno social abarrotado. Y la pregunta es: ¿ese declive es un retorno a la norma biológica o una mera evolución de cómo señalamos virtud en nuestras sociedades polarizadas?


