Opinión

Diversas mujeres

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Hay noticias que, cuando aparecen a la vez, dibujan un retrato tan nítido de un país como cualquier macroestudio. Son una muestra tomada al azar, una nota esbozada en la actualidad que marca un pequeño cambio. . En los últimos días, dos nombres —Clara Rodríguez y Sara Berbel— han circulado por ámbitos distintos, sin cruzarse: la primera, árbitra española de lucha olímpica que aspira a convertirse en la primera mujer en arbitrar unos Juegos Olímpicos; la segunda es una psicóloga social reconocida por su liderazgo inclusivo y por impulsar políticas de igualdad desde dentro de las instituciones. Dos trayectorias distintas, dos ámbitos muy alejados, pero que pertenecen a una misma conversación: cómo avanza la igualdad cuando se combinan los hitos visibles y el trabajo silencioso.

De lo segundo andamos sobradas. Es lo primero por lo que se pelea, lo que se necesita, por lo que arrebatamos espacios públicos como se puede para que los ocupen estas noticias y estos nombres. La historia de Clara Rodríguez es directa y poderosa: una mujer con un objetivo que, hasta ahora, no ha alcanzado ninguna otra en su disciplina. El deporte, sobre todo en sus espacios jerárquicos —arbitraje, dirección técnica, federaciones—, se mantiene como un terreno de preeminencia masculina. Que una mujer aspire a entrar en la categoría olímpica como árbitra no es solamente un logro personal: desmonta la idea de que ciertos lugares no están hechos para ellas. A nivel simbólico, rompen inercias mentales antes incluso de transformar estructuras. Abren una grieta por la que, si las cosas se hacen mínimamente bien, luego pasarán muchas más.

La relevancia de este avance va más allá de los Juegos Olímpicos: cuestiona quién tiene la autoridad para impartir justicia en ámbitos tradicionalmente masculinos. En un deporte donde la fuerza física domina la narrativa, la autoridad se asocia —de forma casi automática— a un cuerpo masculino. Que una mujer ocupe ese rol trastoca el imaginario, y por eso tiene un efecto multiplicador.

 

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Pero, si Clara Rodríguez simboliza ese primer golpe al techo de cristal, Sara Berbel representa otro pilar igualmente imprescindible: la transformación de los mecanismos internos. Su reconocimiento por su trabajo con políticas de igualdad, diversidad e inclusión carece de la épica de un primer hito olímpico, pero aporta la profundidad de lo que cambia las cosas a largo plazo. Su trabajo, como el de tantas otras, no suele aparecer en fotos de portada ni inspira titulares emocionantes, porque se desarrolla en el interior de las instituciones, donde se diseñan los procesos que más tarde sostienen —o impiden— esos hitos individuales.

Si lo de Clara ilumina el “qué” —el logro visible—, lo de Berbel ilustra el “cómo”. ¿Cómo se llega a esos puestos? ¿Cómo se definen los criterios de acceso y de promoción? ¿Cómo se reparten los recursos, el tiempo, la estabilidad, los cuidados, la energía? La igualdad no avanza solo con las primeras mujeres que abren puertas: si fuera así, hace ya mucho que la habríamos obtenido en la literatura, la política, la medicina o el derecho. Avanza también con quienes se ocupan de revisar las bisagras, refuerzan el marco, redistribuyen el peso y se aseguran de que la puerta no vuelva a cerrarse después del aplauso.

Ambas noticias —una tan espectacular, la otra tan estructural— definen bastante bien   la situación actual en España: hemos avanzado en visibilidad y en referentes, pero la infraestructura aún necesita mucho mantenimiento. No estamos ya en el momento en que contábamos cuántas mujeres aparecían en la foto; ahora la cuestión es qué condiciones hacen posible que esa mujer llegue a la foto sin agotarse, sin pagar un peaje personal desproporcionado y sin que su presencia sea una rareza celebrada como milagro.

De hecho, lo más interesante de la coincidencia entre Rodríguez y Berbel es el reflejo de las dos velocidades a las que se mueve la igualdad. La de los hitos —rápida, llamativa, inspiradora—, y la de las reformas internas —desesperante, lenta, discreta, imprescindible—. Sin la primera, no hay referentes que inspiren cambios culturales. Sin la segunda, esos referentes se quedan aislados, convertidos en excepciones que confirman la regla.

Y esto nos lleva a un debate que España arrastra desde hace años: ¿qué hace falta para que las mujeres alcancen la igualdad real en los ámbitos de poder? No me refiero al discurso de cada 8 de marzo, no hablo de los gestos simbólicos, sino del funcionamiento cotidiano de los sistemas. La respuesta no es única, pero sí bastante evidente: acceso a ellos, recursos, tiempo, seguridad, autoridad y redes de apoyo.

Clara y Sara, además, invitan a una interpretación más amplia del liderazgo femenino, entendido como capacidad de influir en las reglas del juego. Por eso, cuando celebramos la candidatura de Rodríguez conviene recordar que su logro se sostiene sobre el tipo de trabajo que realiza Berbel. Y cuando elogiamos la labor estructural de Berbel, conviene no perder de vista la importancia emocional, social y cultural de que una mujer entre en un espacio que parecía cerrado.

Las historias de Clara Rodríguez y Sara Berbel lanzan un mensaje claro: tan importante es llegar como asegurarse de que, cuando lleguen otras, encuentren un camino menos áspero, menos excepcional, menos heroico. Ese día, las fotos serán otra cosa. Y también los titulares. Hasta entonces, conviene escuchar con atención estas dos historias: la del foco y la del engranaje, la del logro y la del andamiaje. Tan distintas y, sin embargo, tan necesarias para entender dónde estamos realmente y hacia dónde queremos encaminar nuestros futuros pasos.

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