Desde aquella época en que FC Barcelona y Real Madrid competían no sólo por los trofeos nacionales, sino también por la supremacía europea, con Leo Messi unos y con Cristiano Ronaldo otros, el Balón de Oro ha ido conquistando terreno en los debates, no sólo en las semanas previas a su entrega sino durante todo el año.
La pelotita dorada de ‘France Football’ -hay que vender muchas revistas para pagar esa gala, eh- es un título más de la temporada. Hoy se celebra más un Balón de Oro que una Copa del Rey. Y ni siquiera hace falta que lo gane un jugador tuyo: basta con que no lo gane el contrario.
En alguna ocasión, menos de las que merecemos, las partes en conflicto nos han sorprendido con un alto el fuego, sobre todo cuando el ganador está cantado.
Esta temporada sucede todo lo contrario: a falta de un favorito claro, cada cual trata de convencernos de que su candidato es el idóneo. Y en ese empeño trata de abrumarnos con un catálogo de criterios que no son más que plastilina.
El gran experto en esto de dar a la realidad la forma que más nos convenga, como en tantas otras materias, es Tomás Roncero. El popular periodista del diario ‘As’ cambiaba las reglas del juego cada año al compás de Cristiano Ronaldo. Si el Madrid había ganado la Champions, lo que debían valorar los votantes ese año eran los títulos.
Si la temporada se había cerrado en blanco pero CR había conquistado el Pichichi, lo importante eran los goles, más aún si también había conseguido mojar en la repesca de la fase de clasificación del Mundial.
Este año hallamos dos bandos nítidamente enfrentados: los que apoyan a Lamine Yamal y los que apoyan a cualquier otro futbolista. Y cuando digo “cualquier otro futbolista”, eso incluye a sus compañeros en el Barça. “Lamine Yamal es nuevo, tiene el pelo pollo y se pone unas gafas de sol encima de otras. La gente quiere novedades y Lamine Yamal es la novedad”, decía el viernes pasado Paul Tenorio en ‘La tribu’ (Radio Marca). En su opinión, Lamine Yamal no ha sido ni siquiera el mejor de su equipo, honor que corresponde a Raphinha.
En este caso, como se ve, el pasaporte español no genera adhesiones. El candidato de Tenorio, no obstante, es Ousmane Dembélé: “Tiene una Copa de Europa, que vale más que meter dos goles en el partido de ayer [España-Francia de semifinales de la Nations League], uno de penalti y otro que la mitad es de Maignan”.
Qué evolución meteórica la de Dembélé, que en apenas dos años ha pasado de inadaptado social a outsider de lujo. “Hay que ser un poco abierto de miras: alguien que no ha ganado la Liga de Campeones es muy complicado que gane el Balón de Oro”, añadía José Luis Sánchez, súbito ‘dembeliever’.
Desde la otra trinchera, asistía a estos parlamentos David Bernabéu. Lo de asistir es un decir; lo que hacía en realidad era hablar por encima, como acostumbra a hacer cuando oye algo que no comparte, lo que sucede muy a menudo: “Vuestro único problema es que Lamine Yamal no viste de blanco, es la única desgracia que tenéis. Si vistiera de blanco, diríais todo lo contrario”. La frase no puede ser más acertada y viene avalada además por la autoridad de Bernabéu en esa misma práctica: la de cambiar radicalmente de ideas según la camiseta que tercie. Experto en jugar con plastilina.
En 2021, cuando a Vinícius Junior se le empezaba a relacionar con el Balón de Oro y no como hasta entonces con las escopetas de feria, Bernabéu dictó su propia ley para distinguir al mejor del mundo; un perfil que, obviamente, no encajaba con el de aquel Vinícius: “Hay que meter 30 goles cada temporada, jugar finales de Champions y marcar la diferencia cada tres días durante mucho tiempo. No hagamos reír”.
Vinicius está jugando a un gran nivel. ¿Quién va a negar eso? Sería absurdo. Pero para ser el mejor jugador del mundo hay q meter 30 goles cada temporada, jugar finales de champions y marcar la diferencia cada tres días durante mucho tiempo. No hagamos reir.
— David Bernabeu Reverter (@DBR8) November 28, 2021
Ahora, casi cuatro años después, Bernabéu califica a Lamine Yamal como “el mejor futbolista del mundo, indiscutiblemente” pese a no cumplir con nada de lo que él mismo exigía a Vinícius. Unos requisitos tan volubles como absurdos: si nos guiamos por ellos, el Balón de Oro, con suerte, se habría podido entregar dos o tres veces en toda la historia del fútbol. ¡La de debates tontos que nos habríamos ahorrado!