Si nos preguntásemos por cual es el feudo socialista por antonomasia, probablemente lo primero que se nos vendría a la cabeza sería Andalucía. Sin embargo, la hegemonía del PSOE en este territorio es un chiste si lo comparamos con Extremadura porque no ha habido un lugar donde haya ganado más elecciones regionales que esta autonomía.
En diez de las once ocasiones que los extremeños han concurrido a las urnas, el PSOE ha ganado de forma aplastante. En en cuatro de ellas, con más del 50% de los votos y en todas las demás superando el 40 por ciento, a excepción de las últimas donde se quedó en el 39,9. Solo perdió los comicios en una ocasión: en 2011, a pesar de lo cual sacó el 43 por ciento del respaldo ciudadano. En aquella ocasión, con la peor crisis económica que se recuerda, fue la única derrota socialista dado que, aunque fuera poco un puñado de votos, también ganó en 2023. Pocos partidos pueden presumir de semejante palmarés.
El caso es que el próximo domingo el PSOE va a horadar su suelo histórico, seguramente en unos 10 puntos. La explicación no es ningún cataclismo económico mundial, sino la decadencia de un proyecto político sumido en el caos y el descrédito.
Analicemos las posibilidades del PSOE en las elecciones extremeñas del próximo domingo en tres planos, el local, el nacional y el global.
Si sólo nos centrásemos en el contexto local tendríamos al PSOE presentando a un candidato procesado por haber enchufado, presuntamente, en un cargo público al hermano quien dirige el país. Tendríamos una autonomía con unas comunicaciones ferroviarias precarias tras ser sistemáticamente perjudicada e infrafinanciada por un presidente del Gobierno que anda más centrado en colmar de millones las infraestructuras de sus socios catalanes y vascos. Y tendríamos a un jefe del Ejecutivo cuya agenda ecológica antinuclear condena a la ruina a miles de extremeños que se quedarían sin trabajo si se cumplieran el calendario de cierre previsto.
Analizado el plano local demos el salto la agenda nacional que desde luego no ayuda. Aquí nos encontramos con una macrotrama corrupta y delictiva que opera desde que el líder del PSOE se instaló en el palacio presidencial, con dos secretarios de Organización coleccionando delitos de todo tipo y destinados a pasarse unos años en prisión, varios altos cargos con graves problemas con la justicia y una cloaca de bajos fondos confeccionada para destruir a quienes investigan toda esta corrupción. Sumemos a todo esto el #Metoo del PSOE con la constatación de que durante años se ha protegido a los acosadores del partido silenciando a mujeres acosadas que los sufrían.
Si a todo esto añadimos la tendencia mundial de crisis de la socialdemocracia y el malestar de las clases medias empobrecidas por la inflación y expoliadas a base de impuestos ya tenemos el cuadro completo. ¿Qué mejor manera de encarar una cita con las urnas?
En estas circunstancias, lo único que le queda al PSOE es fraccionar el voto cultivando el voto de Vox. Cuanto más dependa de Vox María Guardiola, la candidata del PP estará más débil y esto le otorga al sanchismo la única victoria posible. Cuanto mayor sea la influencia de los de Abascal en el PP más argumentos tendrá Pedro Sánchez para seguir cultivando la polarización que es su terreno de juego favorito. Sin embargo, no descartemos que el próximo domingo el PP tenga una noche agridulce por el grave problema que tienen en Génova con la inflada y tradicional gestión de las expectativas que luego suele traer problemas. Eso si naturalmente excluimos el clásico error no forzado de la derecha en la última semana de campaña que es un clásico como lo son las uvas en Nochevieja.
Por convicción ideológica y por inercia histórica, Extremadura ha sido durante décadas el refugio más fiel del socialismo español. Pero cuando un proyecto político deja de ofrecer futuro, cuando confunde poder con impunidad y lealtad con silencio, incluso los feudos más férreos terminan resquebrajándose. El próximo domingo no se decide solo un cambio de Gobierno autonómico: se pone a prueba si el PSOE aún puede sobrevivir sin el miedo, la polarización y el clientelismo como muletas. Si Extremadura empieza a dejar de creer, el problema del socialismo español ya no será territorial, sino existencial.



