Como aún mantienen en sus retinas, el 14 de diciembre de 2025, Bondi Beach, el icónico símbolo de la vida relajada y multicultural de Sydney, se convirtió en un escenario de horror. El hecho sucedió durante la celebración de la primera noche de la Janucá, festividad judía de Las Luces, cuando una congregación judía -familias con niños, ancianos, un rabino dirigiendo el encendido de la menorá— fue atacada por dos hombres armados, padre e hijo, seguidores del Estado Islámico. El resultado ya lo conocen: al menos 15 muertos y decenas de heridos, entre ellos un sobreviviente del Holocausto que protegió a su esposa con su cuerpo, muriendo en el acto. No fue un acto aislado de locura: fue un ataque deliberado contra judíos, en una festividad judía, replicando el patrón del 7 de octubre en Israel.
Como escribió Ayaan Hirsi Ali en un contundente artículo, este atentado no fue imprevisible. Australia ha asistido a un aumento exponencial del antisemitismo desde octubre del 2023: sinagogas incendiadas, escuelas judías vandalizadas, coches quemados o niños acosados. Las autoridades minimizaron los incidentes, llegando a justificar cánticos violentos como “protesta legítima”. Semanas antes, el rabino Eli Schlanger escribió al primer ministro Anthony Albanese suplicándole que no abandonara a Israel ni al pueblo judío. Albanese ignoró la carta y, en septiembre, Australia reconoció formalmente al Estado palestino. Esa decisión, en medio de una ola de odio nunca vista, envió un mensaje claro: el antisemitismo podía tolerarse si se enmarcaba como “crítica a Israel”.

Pero el vínculo es más profundo y peligroso. Como señaló Bret Stephens en The New York Times –citado por el historiador Simon Sebag Montefiore-, “Bondi Beach es lo que significa ‘globalizar la intifada’”. Los eslóganes gritados en manifestaciones occidentales -“cualquier medio necesario”, “resistencia justificada”, “globalizar la intifada”- no son meras abstracciones para todos. Para quienes lo creen de forma literal, para los fanáticos alimentados por la propaganda islamista, significan matar judíos dondequiera que estén. No importa que la celebración en Bondi no tuviera banderas israelíes ni conexión política con Oriente Medio: era suficiente con que fueran judíos celebrando una fiesta confiadamente. Las acusaciones constantes de “genocidio” contra Israel, repetidas por gobiernos, medios y activistas progres, deshumanizan al Estado judío y, por extensión, a los judíos en la diáspora. Efectivamente, al equiparar la defensa israelí con exterminio, se legitima la violencia contra cualquier judío como “justicia retributiva”. Así se globaliza la intifada: de Gaza a Sydney, pasando por París, Londres y Nueva York.
El gobierno australiano acarrea con ello una inmensa responsabilidad. Al reconocer un Estado palestino sin condiciones, mientras Hamás sigue en el poder y el antisemitismo campa en las calles australianas, Albanese contribuyó a normalizar el discurso que da pretextos al terror. Como denuncia Hirsi Ali, cada concesión al odio -considerar obvias llamadas a la violencia como “opinión” o llamar “disensión” a quemar símbolos judíos- prepara el terreno para la masacre. En Cataluña, un artículo en e-noticies.cat destacaba el silencio ensordecedor de las comunidades musulmanas ante el atentado: ninguna de las cientos de mezquitas que tenemos condenó la matanza ni expresó solidaridad con las víctimas judías. En cambio, sectores progres rebajaron el carácter antisemita de los tiroteos insinuando que podrían obedecer a una “falsa bandera”, o culpando al propio “sionismo” de la matanza. Esa miseria moral, esa priorización de la “islamofobia” imaginaria sobre el odio real, es un acto de complicidad.
Los judíos inocentes de Bondi pagaron con su vida esta irresponsabilidad colectiva. Nadie debería esconder su fe o su ideología para estar seguro. Y ellos no merecían que sus líderes políticos prefirieran el cobarde “apaciguamiento” al coraje moral de la denuncia. “Never again” no es un eslogan vacío: es una exigencia de acción. Si Occidente sigue suavizando las causas del extremismo islamista, si sigue legitimando el odio bajo pretextos de “antisionismo”, más sangre judía correrá en playas, sinagogas y calles. Australia tuvo una elección; la hizo mal. Ojalá que Bondi Beach sea el punto de inflexión, no otro precedente.



