El atentado perpetrado el domingo en la playa de Bondi, en Sídney, que dejó 15 muertos, ha devuelto a primer plano una amenaza que muchos daban por contenida: el Estado Islámico sigue activo, descentralizado pero con capacidad de inspirar ataques lejos de Oriente Próximo. Las autoridades australianas ya han confirmado que los dos presuntos autores -un padre y su hijo- actuaron impulsados por la ideología del ISIS y que habían viajado semanas antes al sur de Filipinas, una de las regiones donde el yihadismo mantiene todavía presencia operativa.
La investigación apunta a que Sajid y Naveed Akram pasaron casi un mes en Filipinas, con destino final en Dávao, puerta de entrada a la isla de Mindanao, un territorio históricamente golpeado por la insurgencia islamista. Al parecer, el viaje pudo tener como objetivo recibir entrenamiento de tipo militar. Una hipótesis que adquiere cada vez más fuerza dado que en el vehículo utilizado en el ataque se hallaron banderas rudimentarias del Estado Islámico y artefactos explosivos.

De hecho, el caso australiano encaja con el patrón actual del yihadismo global. Lejos de la imagen del califato territorial que el Estado Islámico llegó a controlar en Siria e Irak entre 2014 y 2019, la organización opera hoy como una red fragmentada de filiales locales, capaces de radicalizar, entrenar o inspirar a individuos que actúan de forma autónoma en países occidentales.
Filipinas, último bastión del ISIS
Y Filipinas es uno de esos nodos clave. En concreto, el sur del país se ha convertido en el principal bastión del Estado Islámico en el sureste asiático. En 2017, algunas milicias llegaron a ocupar durante meses la ciudad de Marawi, en Mindanao, en un asedio que obligó a huir a más de 350.000 personas y evidenció la capacidad de combate de las células terroristas en la región.

Aunque las Fuerzas de Seguridad filipinas lograron debilitar a estos grupos, no han sido del todo erradicados. Según la propia agencia de inteligencia australiana (ASIO), Filipinas sigue siendo un “punto crítico” para el Estado Islámico del Este de Asia, una de las ramas regionales del grupo. “El país continúa siendo un objetivo para combatientes terroristas extranjeros”, advierte la agencia, que reconoce vínculos entre yihadistas australianos y redes asentadas en el archipiélago.
El sureste asiático se ha consolidado, además, como un espacio de repliegue estratégico para ISIS tras sus derrotas en Oriente Próximo. A la presión militar sufrida en Siria e Irak se suma la existencia de conflictos locales no resueltos y zonas enredadas en conflictos desde hace años con escasa presencia estatal. Todo ello facilita la circulación de combatientes, financiación y propaganda.

Más allá de Filipinas, el Estado Islámico mantiene al menos quince filiales activas en distintas regiones del mundo. Según los últimos datos, la célula terrorista tendría presencia en Afganistán, Pakistán y Asia Central. Pero también en África. El grupo ha encontrado terreno fértil en el Sahel, la cuenta del lago Chad y el este del Congo. También en Somalia, aunque de forma más debilitada, mantienen su actividad.
¿Por qué el sudeste asiático?
El sudeste asiático ocupa un lugar particular en ese mapa. Indonesia, Filipinas y Malasia combinan alta densidad poblacional, conflictos locales sin resolver y fronteras marítimas difíciles de controlar. Aunque la mayoría de la población musulmana de la región rechaza abiertamente el extremismo, los expertos advierten de la existencia de células durmientes y redes de radicalización que aprovechan grietas sociales y políticas.

A diferencia de la etapa del califato, el ISIS actual no necesita grandes estructuras. Su fuerza reside en la capacidad de inspirar ataques individuales, difíciles de detectar, cometidos por personas que no siempre forman parte de células organizadas. Así lo reconoció el primer ministro australiano, Anthony Albanese, al señalar que los autores del ataque no estaban integrados en una red amplia, lo que hizo, precisamente, que pudieran burlarse de vigilancia continuada.
El atentado de Bondi no demuestra que el Estado Islámico haya recuperado poder, pero sí que no ha sido derrotado ideológicamente. Filipinas, y en particular Mindanao, sigue siendo uno de los pocos lugares donde esa ideología encuentra infraestructura suficiente para sobrevivir. Un recordatorio incómodo de que, aunque el califato cayó, el problema no desapareció: ahora basta con inspirar a actores que ya viven en sociedades occidentales, y que, como ha ocurrido en Australia, “no formaban parte de una célula amplia”.


