La comunidad judía australiana vive días de duelo y conmoción tras el atentado terrorista ocurrido este domingo en Sídney, en plena encendida de la primera vela de Janucá, la fiesta de las luces. El ataque, perpetrado por Sajid Akram (50) y su hijo Naveed (24), dejó quince asesinados y decenas de heridos, en uno de los episodios antisemitas más graves de la historia reciente en el mundo. El golpe ha sacudido no solo a Australia, sino a comunidades judías en toda la diáspora, que enfrentan una sensación de extrema vulnerabilidad.
Eva McGowan, judía australiana residente en Barcelona, siguió los acontecimientos desde la distancia, pero con el impacto emocional de quien siente que el ataque ha ocurrido “en casa”. Criada entre una madre, hija de supervivientes del Holocausto, y un padre de origen católico irlandés, Eva creció en los márgenes de la comunidad judía en Melbourne, aunque con una identidad clara y firme.

En conversación con Artículo14, McGowan reflexiona sobre la tragedia y el auge del antisemitismo en Australia desde el 7 de octubre de 2023. Hasta la fecha, solo hombres han cometido atentados terroristas y actos violentos antisemitas en el país. En su actividad como guía del antiguo barrio judío de Barcelona, recibió la triste noticia mientras acompañaba a un numeroso grupo por los vestigios de la antigua judería. Como de costumbre, bajo fuerte protección de los Mossos d’Esquadra.
-¿Cuál fue su primera reacción tras enterarse del ataque en Sídney?
-Miedo, mucho miedo. Estaba en el metro cuando empezaron a llegar las noticias y me puse a llorar allí mismo. Sentí que esto era algo más grande, algo que no es un hecho aislado. Por primera vez pensé: “Esto también nos puede pasar a nosotros, en cualquier lugar”. Nunca había tenido esa sensación tan física de inseguridad.

-Australia se percibe como un país abierto y multicultural. ¿Imaginaba que algo así pudiera ocurrir en su país?
-No, no a esta escala. Y al mismo tiempo, después de estos dos últimos años, ya nada sorprende. Australia se define como una sociedad abierta, y en muchos sentidos lo es. Los judíos allí se sienten profundamente australianos. Pero hay una fractura muy fuerte entre ese ideal y lo que está ocurriendo realmente en las calles.
-¿Qué ha cambiado en Australia en relación con la comunidad judía?
-Muchas cosas. En Melbourne, por ejemplo, ha habido grafitis en escuelas judías, ataques a sinagogas, incluso incendios provocados. Barrios con una gran presencia judía, como Caulfield, se han convertido en lugares donde gente va deliberadamente a provocar. La comunidad está asustada, especialmente quienes tienen una memoria muy viva del Holocausto.

-El Holocausto es parte de su historia familiar.
-Sí. Mi madre es hija de supervivientes del Holocausto polacos. Creció rodeada de gente que lo había perdido todo. Aunque yo no crecí en un entorno judío cerrado -vivíamos en una zona rural sin judíos-, esa herencia siempre estuvo ahí. Y ahora mi madre me suplica que no vaya a actos públicos, que tenga cuidado… Es como si el pasado volviera de golpe. Somos parte de una generación que pensaba que este miedo no iba a ser nuestro.
-¿Cómo fue crecer “en los márgenes” de la comunidad judía?
Siempre me sentí judía, aunque no viviera en un barrio judío ni fuera a una escuela religiosa hasta más tarde. Nunca me sentí católica, aunque celebrara la Navidad con la familia de mi padre. En la escuela pública ya me señalaban como judía. Esa identidad siempre estuvo clara para mí, incluso cuando estaba sola.

-En los últimos dos años, muchos judíos sienten que se les responsabiliza del conflicto en Oriente Medio. ¿Cómo se siente al respecto?
-Con mucha frustración. Me siento profundamente incomprendida. La mayoría de los judíos que conozco quieren paz, no quieren la destrucción de Gaza ni la muerte de civiles. Pero pedir seguridad para Israel o para los judíos parece haberse convertido en algo sospechoso. Hay una simplificación brutal del conflicto.
-En Australia hay manifestaciones propalestinas cada semana. ¿Cómo impacta eso en la comunidad judía?
-Genera mucha ansiedad. Hay consignas como “del río al mar” que se corean sin pensar en lo que significan para quienes viven ahí, para quienes tienen familia allí. Mucha gente cree que está defendiendo derechos humanos, pero no ve el efecto real que tiene sobre una minoría que se siente señalada.

-Tras el atentado, se ha visto también una reacción solidaria de la sociedad australiana.
-Sí, y eso es importante decirlo. Muchísima gente ha ido a donar sangre, ha mostrado apoyo. El primer ministro ha sido claro en su condena. Eso importa. Pero también hay una sensación de que durante mucho tiempo la comunidad judía no ha sido escuchada políticamente.
-Ahora vive en Barcelona. ¿El atentado ha cambiado su percepción de seguridad en la ciudad?
-Sí. Estábamos pensando de ir a la encendida pública de Janucá con nuestros hijos, algo que es muy simbólico y bonito. Y de repente me surgen dudas. Parte de mí piensa que hay que estar, que no podemos escondernos. Y otra parte tiene miedo.
¿-Cómo se sale de este ciclo de miedo?
-Ojalá tuviera la respuesta. Quiero creer en la educación, en el encuentro, en proyectos de diálogo intercultural. Pero honestamente no sé si es suficiente. Todo el mundo está herido, todo el mundo está de duelo, y parece que no hay espacio para reconocer el dolor del otro.
-El atentado fue perpetrado por musulmanes, pero también hubo un héroe árabe, Ahmed al Ahmed que ayudó a detener al atacante.
-Es muy importante destacarlo. Ese hombre actuó como un ser humano, como un héroe. Ojalá ese gesto tenga más espacio en el relato mediático. El peligro es que todo se instrumentalice políticamente y se rompa aún más el tejido social.


