Opinión

Maribel Vilaplana tiene la oportunidad —y la obligación— de decir la verdad

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Y eso, en los tiempos que corren, es motivo de alegría. Porque no siempre la verdad encuentra espacio para ser contada cuando se cruza con el poder. La periodista valenciana Maribel Vilaplana declarará como testigo ante la Audiencia Provincial de Valencia por la comida que mantuvo con el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, el mismo día en que una DANA arrasaba el sur de Valencia, provocando 229 víctimas. Lo hará bajo juramento, obligada a decir la verdad. Y aunque llegue tarde, esta verdad pesa, importa.

Durante meses, su nombre ha sido sinónimo de controversia, ruido y prejuicio. Aquel 29 de octubre de 2024, mientras los servicios de emergencia trabajaban contrarreloj para rescatar a vecinos atrapados por las lluvias torrenciales, el presidente Mazón y Vilaplana almorzaban en el restaurante El Ventorro. En su carta abierta, la periodista explicó con claridad: “Acudí a petición del presidente, con el objetivo de explorar posibles vías de colaboración profesional”. Durante el encuentro, según relata, “se me plantearon varias opciones, entre ellas presentar una candidatura a un cargo en la televisión autonómica, que rechacé de forma clara por convicción personal y profesional”.

Que un presidente autonómico ofrezca un cargo directivo en una televisión pública durante una comida privada es, en sí mismo, una anomalía institucional. No solo por el momento —en plena catástrofe natural—, sino por lo que revela: la confusión entre poder político y gestión de los medios públicos. En España, donde los gobiernos de turno siguen “colocando” a los suyos sin apenas disimulo, poner eso en evidencia no es un gesto menor.

La periodista Maribel Vilaplana
La periodista Maribel Vilaplana

Y por eso mismo, es comprensible que Vilaplana tuviera miedo al principio. En su carta lo dejó entrever: “Me he convertido en una diana. Una diana utilizada políticamente y alimentada con insinuaciones machistas que han condicionado esta historia desde el principio.” Estoy de acuerdo. Si hubiera sido un hombre, los comentarios y la animadversión que se ha generado en torno a Vilaplana no habrían cogido la volada que han adquirido. Y puedo comprender su silencio inicial. Quien ha vivido de cerca el poder en entornos clientelares sabe lo que significa enfrentarse a él: el miedo a ser apartada, desacreditada, a perder el trabajo, el prestigio o los dos.

Pero ahora, ante la Audiencia, hay una obligación: contar la verdad. Y no me extrañaría que lo hiciera con la serenidad de quien sabe que ya no tiene nada que perder, porque ya ha perdido mucho. Cuando Vilaplana dice que “lo verdaderamente importante, es esclarecer qué pasó aquel día y asumir las responsabilidades que correspondan” está poniendo a Mazón en la diana. También ella está asumiendo las consecuencias de haber sucumbido al miedo y no haber hablado con claridad desde el principio.

La declaración judicial de Vilaplana, pues, puede servirle como acto de reparación. No solo para ella, sino para quienes creen que la ética y el periodismo todavía pueden caminar juntos y para las víctimas, que necesitan que aclare lo que la jueza podrá evaluar. Si oyó las conversaciones de Mazón, si vio que le informaban de los riesgos. Es clave. Si dice que fue testigo de ello, Mazón estará todavía más acorralado.

El día 3 de noviembre, Maribel Vilaplana podrá hablar. Con nerviosismo, seguramente, pero es su oportunidad de superarlo y hablar sin filtros. Lo hará ante la justicia, no ante los tertulianos. Escucharemos con atención qué vio y qué oyó en aquella comida. También veremos a continuación cómo reaccionamos ante su testimonio.