Opinión

Pensiones: reforma pendiente

Planes de pensiones - Economía
Actualizado: h
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Había un ayer, no tan lejano, en el que el sueño de muchos españoles era alcanzar la edad de la jubilación para cobrar su pensión, fuera generosa o estrecha, y dedicarse a pasear, vigilar zanjas, alimentar pájaros, cuidar a los nietos, sermonear sobre el Gobierno o cultivar sus aficiones. Eso, hoy, sigue pasando, aunque la vida moderna, siempre complicada, sofisticada y algo absurda, ha ido enredando el panorama y enriqueciendo las variables del pensionista con multitud de figuras como la jubilación activa o, esa otra algo perversa, de la prejubilación.

Conozco gente que, en plenitud de facultades físicas y mentales, como decía el legendario Tony Leblanc, lleva viviendo del erario desde los 52 años, sin dar palo al agua o, incluso, obteniendo suculentos ingresos privados. Eso es estado del bienestar del bueno.

Bueno, volviendo al título de la columna, me voy a centrar en el incierto futuro de las pensiones. Pues con frecuencia pienso en mis hijos y mis nietos, que ya tengo dos, y dudo de que les llegue. Van a hacer falta muchos inmigrantes para mantener el sistema. Las pensiones se fundamentan en un mecanismo de reparto, en virtud del cual las prestaciones se financian con las cotizaciones de los empleados en activo.

En abril de este año, en España había 9,3 millones de pensionistas, con casi una igualdad perfecta entre hombres y mujeres. Al ser la población española de 49 millones de personas, se infiere que nuestro universo de pensionistas es de un 19%. El Estado abona 10,3 millones de pagas, pues muchas personas perciben más de una pensión. La población activa española se eleva hasta los 24,5 millones, estando ocupada 21,7 millones y parada 2,7 millones, lo que da una tasa de desempleo del 11,4%. Eso quiere decir que se necesitan 2,3 personas para mantener la paga de un pensionista. Es lo que se denomina tasa de dependencia. Las cifras alarman, sobre todo cuando nos asomamos al balcón de la evolución demográfica.

Mientras caen las tasas de fecundidad, aumentan las de mortalidad. El Instituto Nacional de Estadística (INE), en datos de 2024, señala que los mayores de 65 años representan el 20,4% de la población y que se espera que en 2050 superen el 35%, lo que provocará que el gasto en pensiones pase del actual 13,6% del PIB al 17,3% o más al cruzar el ecuador del siglo.

El gasto en pensiones en 2024 se situó en 200.000 millones de euros, con una revalorización del 7%. Este mes de abril se ha elevado a 13,5 millones de euros, con un aumento del 6,8% sobre el período anterior, representando la jubilación el 73%, con una cantidad mensual de 9,8 millones. La pensión media se sitúa en 1.309 euros, percibiendo más de 2.000 euros un 25% y menos de 1.000 un 40%.

En el contexto europeo, según datos de Eurostat de 2022, la media estaba en 16.138 euros, situándose las cuatro grandes economías por encima: Italia con 19.589 euros; Francia, con 18.855 euros; España, con 18.100 euros, y Alemania, 17.926 euros. Los países nórdicos, como suele ocurrir en gasto social, se llevan la palma, con Noruega y Dinamarca por encima de los 30.000 euros. Por el contrario, Rumania o Hungría se mueven alrededor de los 5.000.

Con estos números en la mano, la reflexión salta a la vista. ¿Es sostenible el sistema público? ¿Qué decisiones es necesario tomar para que se pueda seguir financiando un sistema que parece llamado a explotar? Las muchas medidas reformistas suelen dirigirse a actuar sobre los ingresos, pero no tanto sobre los gastos, un caballo que galopa desbocado.

La panoplia de posibles medidas está en la cabeza de muchos, pero no resulta fácil poner el cascabel al gato. Por ejemplo: desvincular el aumento del IPC, aumentar las cotizaciones, reducir la edad de jubilación, endurecer las condiciones de acceso, financiación vía impuestos o reducir importes. Todas ellas, difíciles de implementar en un país en el que cada tres por cuatro se pelea el voto del pensionista.

KPMG, en su sesudo informe “Situación de las pensiones en España”, apunta que se precisa que las nuevas generaciones aporten recursos para financiar el coste. “El desempleo, la productividad y el crecimiento económico se perfilan como aspectos clave para el sostenimiento del sistema”, aseveran los expertos.

José Luis Escrivá, el flamante gobernador del Banco de España que en 24 horas pasó de sentarse en el Consejo de Ministros a dirigir la entidad, es el orgulloso autor de la última reforma. Está tan orgulloso que redujo a la mínima expresión el análisis que de la misma publicó el Banco de España en su Informe Anual 2024. Esta imposición provocó la dimisión inmediata de Àngel Gavilán, el economista jefe del banco, nada satisfecho con la tentación censora del gobernador.

El lápiz rojo de Escrivá no alcanza, afortunadamente, a otros centros de estudios, que sí emiten puntos de vista y análisis sobre la viabilidad y sostenibilidad del sistema. Vamos a ver qué dicen. La Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA) no suele morderse la lengua. Indica que la reforma de Escrivá en 2023 contiene implicaciones negativas: “no es suficiente, genera un incremento relativo del gasto en pensiones y limita el gasto en otras partidas presupuestarias”, al tiempo que el incremento de las cotizaciones puede repercutir en el crecimiento de la economía. El BBVA Research (no entiendo estos anglicismos, con lo bonito y español que suena Servicio de Estudios) afirma que “el sistema de pensiones sigue sin reducir du elevado déficit estructural, más bien al contrario”. La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIREF) avanza que, junto al aumento del número de pensionistas, también lo hará la pensión media “por la combinación de la revalorización con el IPC y el efecto sustitución positivo”, al tiempo que califica la política de Escrivá como “la reforma de la jubilación demorada”. Por último, el Instituto de Estudios Económicos (IEE) afirma que “es insuficiente para cubrir los desequilibrios del sistema de pensiones, y que estos desequilibrios aumentarán”.

Las pensiones tienen un incierto futuro, pues la población envejece, la esperanza de vida aumenta, los gastos crecen y los ingresos no lo hacen al mismo ritmo. Los partidos deberían abordar el problema con rigor, seriedad y horizonte de futuro. Pero los tiempos políticos no acompañan. Malos tiempos para la lírica, entonaba en mi juventud Germán Coppini en la legendaria canción de Golpes Bajos. Malos tiempos para las pensiones, añade servidor.