Durante aquellos meses en los que Ferraz se convirtió en el campo de batalla de la extrema derecha de nuestro país, surgió de la nada un movimiento juvenil que se hacía llamar Revuelta. Esa plataforma, que desembarcó en las protestas con banderas moradas y que rápidamente ganó una inusitada popularidad por la difusión que Vox le proporcionó, fue la encargada de azuzar aquellas algaradas callejeras que la formación de Santiago Abascal quería capitalizar. De aquellas, Vox, necesitado de influencia para remontar tras el batacazo electoral, no se escondía y, aunque de manera soterrada, jugando con que la marca no apareciera por ningún lado, dejaba ver con sus actos y con sus mensajes que aquello había nacido de dentro de la calle Bambú. Vamos, lo negaban con ese tono y esa risita floja del que niega la evidencias, porque era irrefutable que todas las caras visibles que conformaban aquel nuevo ente tenían vinculación directa con ellos. La gran mayoría de los chavales eran trabajadores a sueldo del partido, sobre todo del área de comunicación.
Vox, desde sus inicios, renegó de las juventudes de los partidos, sosteniendo el relato de que son un nido de parásitos, una fábrica de sanguijuelas de la partitocracia y tal y tal. Podría estar de acuerdo con ese punto, pero que ese discurso salga de un partido cuyo líder militó durante tanto tiempo en las Nuevas Generaciones del PP no deja de tener su gracia. El caso es que desde que el mundo es mundo las juventudes de los partidos se han utilizado para hacer un trabajo más punki y rebelde, más desenfadado y frívolo que el que pueden hacer los mayores. Y Vox, que no contaba con ese carro de combate, decidió fabricar uno con sus cachorros dándole apariencia de organismo independiente. Esto, sumado al estallido de lo que acertaron a llamar Noviembre Nacional, les sirvió para poner en marcha una serie de ideas y acciones que no se atrevían a lanzar a cara descubierta. Acuérdense de aquellas banderas de España agujereadas, de los cánticos a Felpudo Sexto, de los insultos a la Policía, de la piñata de Sánchez o de las muñecas hinchables.

Como hemos dicho, numerosos cuadros importantes del partido, entre los que se encuentran Figaredo, Pepa Millán, Gabi Ariza, Jorge Buxadé y el propio Santiago Abascal, dieron difusión y apoyo a aquellos nenes independientes. Pero, sobre todo, fueron apadrinados y amadrinados por Rocío de Meer y Manuel Mariscal, personaje clave, que siempre ha tenido un gran ascendente sobre los chavales del partido, llegando al punto que es, o era, considerado como el padre de las ranitas. El responsable de la estrategia de Vox en redes sociales, y gran culpable del éxito de los de Abascal en el mundo digital, viene a ser algo así como una especie de líder espiritual o referente para todos aquellos críos que ven en su figura joven el camino a seguir.
La cuestión es que Kiko Méndez Monasterio ya tenía lo que quería, un juguetito nuevo, que se sumaba al sindicato Solidaridad, para moverlo por el campo de batalla de manera disruptiva y sin que les salpicara de forma directa con su estilo destroyer. El segundo gran hito de Revuelta vino con la DANA de Valencia, ya que jugó un papel fundamental al canalizar la ola de solidaridad que recorrió España, dando soporte a una red de voluntarios bien organizados y realizando una campaña de comunicación muy completa en la que, tanto desde la nave que habilitaron en Arganda del Rey como en la retransmisión del trabajo que hicieron desde los distintos pueblos afectados, se colaron por el hueco de la incompetencia de las administraciones y se convirtieron en protagonistas de aquellos días aciagos. Ayudándose de la publicidad que les dieron desde la izquierda, que se afanó en deslegitimar la ayuda que prestaban los nazis, consiguieron mucho tráfico y presencia en redes. Yo no criticaré la ayuda y el trabajo que prestaron aquellos días, pero sí diré que encontraron un filón y lo exprimieron con el inherente oportunismo que trae la política. Vox, de hecho, durante aquel tiempo se nutrió de aquello y se mostró muy orgulloso de lo que, entonces sí, eran sus niños, sus patriotas, la España del futuro.

El problema ha venido luego. Justo ahora, cuando ya la llama de la novedad se ha apagado y esos chicos a los que utilizaron con fines meramente instrumentales han dejado de resultar útiles y graciosos para empezar a convertirse en un serio problema. En un problema porque han empezado a ir por libre y, sobre todo, porque no los controlan. Aquello que crearon deprisa y corriendo, empujados por la necesidad de reflotar, ahora se ha ido de madre, y el rastro de los inicios, de cómo surge todo, está ahí. Resulta que hay puntos oscuros en un presunto desvío de fondos de las donaciones que recibieron para la reconstrucción de la DANA, y se han empezado a lanzar cuchillos por los aires. Desde Bambú, conscientes de que esto les puede manchar, se dio la orden de cortar de raíz el problema, obligando a chapar la organización. Para ello, usaron en primera instancia a peones más jóvenes como Arturo Villaroya, que estaba dentro de la propia Revuelta y que se ha salido, al que han echado a pelear con los dos que controlan el cotarro: Jaime Hernández, que fue fotógrafo de Santiago Abascal, y Pablo González Gasca, responsable de marketing digital de la formación verde.
En los audios que estos días ha publicado El Plural podemos ver como Villaroya ejerce de emisario de Jorge Buxadé, para el que trabaja de asesor en Bruselas. Lo cierto es que las conversaciones no tienen desperdicio, y arrojan luz sobre el cariz de la situación. El asesor de Buxadé llega a decir que Jorge le ha comunicado que hay que acabar con Revuelta, que no se ha pagado ni un chavo a Hacienda, que les van a buscar un problema, que muerto el perro se acabó la rabia. También dejan perlas magníficas como la de ‘Hacerse un Alvise’ o ‘los viejos de Paiporta’. Pero el mejor fragmento publicado, y el más elocuente, es el de Manuel Mariscal, diputado nacional, que no solo habla de sus tensiones tras el ascenso de Álvaro Zancajo, poniendo como ejemplo su transigencia y sus tragaderas, sino que también viene a confirmar que Santiago Abascal ha dado la orden de clausurar el chiringuito, además de confesar que estos les puede arrastrar. El tono que utiliza es conciliador, aunque en él va también la advertencia de que Santiago no los quiere destruir, pero que si hay un choque…
Y sí, el choque se ha producido. Los chavales de Revuelta defienden su inocencia y su integridad y dicen que han puesto en marcha una auditoría. Y mientras, Vox, los ha denunciado ante la Fiscalía. La guerra está servida entre la formación de Abascal y sus hijitos, con los Españabola and company por medio, sin saber decir a quien son fieles. Andan insertos en un juego de traiciones y puñaladas traperas entre chavales que han sido amigos, que creyeron en la lealtad de un proyecto que ahora los tira por un barranco después de haberles exprimido todo el jugo que les podían proporcionar. Vox dice casi que no los conoce, que nunca han formado parte de ellos, que lo único que demuestran los audios es que son una formación limpia, que los dejan muy bien. Es gracioso cómo funciona el fanatismo en los tiempos que vivimos. Venden que no tienen nada que ver con una organización que los propios líderes dicen que hay que cerrar. No entiendo entonces tanta preocupación desde la sede nacional por clausurar algo que hasta hace unos meses era la resurrección del patriotismo juvenil. Vamos a ver por dónde van los tiros…


