Opinión

Un nuevo mapa bancario tras la OPA

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El Gobierno español nos tiene a todos colgados de un hilo mientras analiza por delante y por detrás, ministerio a ministerio, informe a informe de regulador, opinión a opinión de su estrambótica consulta, la ya añosa OPA hostil lanzada por BBVA sobre Banco de Sabadell. Hasta la Unión Europea ha activado a sus hombres de negro para que la decisión, sea la que sea, se ajuste a los Tratados, y la política no empañe el mercado. Puede que los burócratas de Bruselas no acaben de entender que el interés general, aquí, más debajo de los Pirineos, está por encima de cualquier cosa. Y que nuestro Gobierno de progreso, sobre todo ese reducto purista y abnegado de hombres y mujeres de la Moncloa, es quien mejor lo entiende, vela, defiende y adopta las más sabias y benignas decisiones.

No cabe duda de que sea la que sea la determinación final, el mapa bancario va a sufrir un cambio de cierto calado en nuestro país. El Banco Central Europeo, no se cansa de decirlo, avala la creación de bancos grandes y fuertes, capaces de crear un mercado financiero que compita con el americano. Si la operación del BBVA sale, al igual que la de Unicredit sobre Commerzbank, miel sobre hojuelas. Pero si no saliera, al Sabadell se le abriría un abanico de oportunidades para dejar de ser el pequeño de los grandes y el grande de los pequeños como le ocurre ahora. A nadie se le escapa que las mentes preclaras que dirigen el banco catalán están defendiendo con uñas y dientes su autonomía, sabedores que el paso número 2 es saltar de opado a opador. Claro que, en este caso, quizás las tornas se cambiaran y chocarían con lo poco o nada que le gusta a un presidente autonómico perder su banquito local.

Ahora mismo, el Sabadell ocupa una cuarta posición en el mapa bancario español a distancia de Caixabank, Santander y BBVA. Tras rechazar en 2020 la primera oferta del BBVA, los dirigentes del Sabadell han demostrado su capacidad para mejorar sus ratios, dispararse en Bolsa, asentarse como la entidad de pymes y autónomos, dominar Cataluña y Valencia y estabilizar TSB en Reino Unido. El Sabadell no encabezaría una operación hostil, como ha hecho el BBVA. Se decantaría por una iniciativa pactada con la otra parte que le permitiera una toma de control amistosa y lo menos traumática posible. Los candidatos serían Abanca, Unicaja Kutxabank e Ibercaja, que es tanto como decir Galicia, Andalucía, País Vasco y Aragón. Puede que, incluso, esa intentona no se limitará a una entidad, sino que contemplara una jugada a tres bandas, lo que casi le permitiría superar al mismo BBVA. Con Abanca ampliaría su presencia en Galicia, entraría en Portugal y llegaría a una 2.000 oficinas, 30.000 empleados y 300.000 millones en activos. En el caso de Unicaja, penetraría en su ahora inexplorada Andalucía y rondaría 2.500 oficinas, 28.000 empleados y 330.000 millones en activos. Por supuesto que no se tratarían de operaciones fáciles, ninguna empresarial lo es. En este caso, además, asomaría las orejas de la política autonómica, siempre celosa de proteger lo suyo a toda costa.

El Gobierno, magnánimo como lo es en su naturaleza, se muestra preocupado por el interés general y los perjuicios que la concentración bancaria puede ocasionar en los más débiles. No lo hizo en 2020 cuando la catalana Caixabank se merendó a la madrileña Bankia, pero ya sabemos que cambiar de criterio es un signo de pensamiento crítico y de progreso para alimentar el interés general y el bienestar de todos los españoles, empezando por los catalanes. La situación española no difiere en mucho, con los datos del Banco Central Europeo, a la de la media continental. Sumando los cinco grandes bancos de cada Estado, el conjunto posee el 68% de los activos la media europea. En el caso español, la cifra se eleva al 70%, frente al 96% de Grecia, al 83% de los Países Bajos, el 72% de Portugal, el 51% de Italia, el 47% de Francia o el 35% de Alemania. Según The Banker, esta falta de concentración afecta a la rentabilidad de la banca europea, situada en un 3%, por el casi 10% de la americana. El Índice Herfindahl mide el nivel de integración bancaria. España se encuentra en una zona templada, que podríamos calificar de normal, contra la baja de Alemania, Francia o Italia, o la alta de Países Bajos, Finlandia o Grecia.

La falta de desarrollo de la unión bancaria y las dificultades regulatorias, junto al sentido de propiedad de los Gobiernos, representan las principales barreras para una mayor integración.

Bien es cierto que, desde la crisis financiera de 2009, el mapa bancario español ha pasado de 55 entidades a la decena actual a través de fusiones y adquisiciones. En aquello años, los cinco grandes bancos atesoraban un 43% de los activos frente al actual 70%.

Sea lo que sea, pase lo que pase, los meses venideros van a ser agitados para la banca española. En la reciente cumbre bancaria, organizada por IESE y FTI Consulting, algunos de sus principales gerifaltes no han descartado, ni mucho menos, la idea de una mayor consolidación entre los medianos. Menos mal que nuestro Gobierno ni duerme ni descansa en la Moncloa velando por el interés de todos.

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