Opinión

Leyenda del César temerario

Ningún otro político posee su sentido de la oportunidad, su temeridad, su capacidad de metamorfosis ni, sobre todo, su conocimiento sobre el resto de las especies del ecosistema y sobre el lugar que estas ocupan en la cadena trófica

Fotograma de la película 'Julio Cesar', Joseph L. Mankiewicz.
Fotograma de la película 'Julio Cesar', Joseph L. Mankiewicz.

Me gustaría escuchar el discurso del presidente Pedro Sánchez del próximo lunes con la asepsia de un finlandés o de un surcoreano. Como quien ve una buena película de terror, con la fascinación, la inquietud y la seguridad de saber que Jason Voorhees no puede atravesar la pantalla ni, por ende, liarse a machetazo limpio con los espectadores. Sin la sensación, al menos, intermitente, de que mi país se está yendo al guano. Desde el punto de vista político y, sobre todo, desde el civil. Sin pausa pero sin prisa, como cantaba Rosana.

En una legislatura que se inauguró erigiendo verbalmente un muro en sede parlamentaria y que avanza cojitranca y cerril por un derrotero incierto y minado. Con el líder del Ejecutivo en modo avión después de que un juzgado abriera diligencias sobre su esposa, Begoña Gómez, por presunto tráfico de influencias y corrupción entre particulares. Con el portavoz socialista en el Congreso, Patxi López, invocando en la red social X “¡No pasarán!”. ¿Quiénes? ¿Adónde?

La epístola virtual a los ciudadanos del Estado español –no se vaya a ofender algún socio del Gobierno– es un movimiento terriblemente valiente y arriesgado de un César que, bien por instinto, bien por baraka, prospera en un hábitat adverso y frágil. Sánchez es el superdepredador, el león de esta sabana.

Ningún otro político posee su sentido de la oportunidad, su temeridad, su falta de escrúpulos, su capacidad de metamorfosis ni, sobre todo, su conocimiento sobre el resto de las especies del ecosistema y sobre el lugar que estas ocupan en la cadena trófica. Ha calado a los buitres, a las hienas, a los leopardos, a los búfalos, a los antílopes y, por supuesto, a las ratas. Sabe cómo aprovecharse y cuándo desprenderse de todos ellos, o sea, de todos nosotros. Lo explicó muy bien Arturo Pérez-Reverte: “Tiene en la sangre a Maquiavelo, a Bodin, a los teóricos de la política del Renacimiento”.

Las primeras noticias sobre la relación de Begoña Gómez con Javier Hidalgo, Víctor de Aldama y derivados se publicaron cuando irrumpió en la palestra pública el caso Koldo. Sánchez optó por el silencio o por la descalificación de esas informaciones. En la sesión de control de este miércoles, al poco de que El Confidencial abriera con la exclusiva de Beatriz Parera y José María Olmo, el portavoz de ERC, Gabriel Rufián, le preguntó si creía en la justicia. Respuesta del aludido: “A pesar de todo, sigo creyendo en la justicia de mi país”.

Horas después, en vez de convocar a la prensa, el presidente del Reino de España se dirigió a la ciudadanía desde su perfil de X. En su carta, lamentaba la persecución de la derecha y de la ultraderecha y se describía como un “hombre profundamente enamorado” de una mujer denunciada “por ser mi esposa”. “¿Merece la pena –continuaba– todo esto? Sinceramente, no lo sé. Este ataque no tiene precedentes”. El tipo que firma libros escritos por Irene Lozano se olvidó, por ejemplo, de la lona de Podemos con la cara del hermano de Ayuso, del escrache a Villacís días antes de que diera a luz, o del puñetazo que un zumbado le arreó a Rajoy en Pontevedra. Mientras aquí sus devotos se rasgaban las vestiduras, allende nuestras fronteras, los periódicos destacaban la “investigación por corrupción” de Gómez.

Qué pasará, qué misterio habrá, la del lunes puede ser una gran noche para el César temerario. Sánchez, con su misiva vanidosa e infantiloide, pero habilísima –lo dicho: ¡cómo nos tiene calados!–, ha profundizado en la grieta del frentismo, cogido la matrícula a los jueces y azuzado a su militancia, incluida la mediática, contra la derecha y la ultraderecha, es decir, contra todo el que no comulgue con su evangelio personalista. Ante la supuesta duda, ante el hipotético vértigo, en lugar de darse el piro como Adolfo Suárez, ha optado por reventar el tablero, descolocar a todo dios y bunkerizarse conectando con las nuevas masculinidades. Dilatando su leyenda con una carta en X, ya digo. No me extrañaría que la cita de Umberto Eco la haya sacado de Wikiquote.

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