Operación Tesón

Cold case resuelto: “Siempre sospeché de la madre de mi hermana”

Jéssica pasó casi 20 años buscando a su padre desaparecido. La Policía encontró sus restos a pocos meses de que el crimen quedara impune para siempre

“Para mí esto ha supuesto el cierre de un capítulo muy doloroso en mi vida. Ahora ya puedo decir: Papá, estás aquí”. Como si hubieran descorchado el champán, las palabras de Jéssica Leiva brotan como un torrente estos días. Están siendo especialmente intensos desde que los Mossos d’Esquadra y la Policía Nacional difundieran la resolución de una investigación complicada, por momentos estancada en el tiempo y a punto de prescribir. “Íbamos contrarreloj”, confiesa el subinspector Moreno de la Policía Judicial de Reus, quien ha estado al frente de la Operación Tesón. El nombre no es baladí. “El caso lo sacamos adelante con constancia”.

La de Juan Leiva González no fue una desaparición mediática. Empresario de 34 años, separado y con dos hijas, la tarde noche del 3 de septiembre de 2004 salió de su casa en Reus, Tarragona, con dos teléfonos móviles encima, el personal y el del trabajo. Por entonces no arrojaban las mismas pistas que ahora. “No había ni WhatsApp”, recuerda el investigador. El último mensaje enviado ha servido al menos para datar la hora en la que ya estaba muerto. Se lo envió a un familiar y ya en su momento nadie creyó que algo así lo hubiera escrito el propio Juan Manuel: “Me voy, no aguanto más. No me busquéis”. Líneas parecidas a las que recibió otro familiar. Entonces, desde las extintas cabinas telefónicas existía la posibilidad de mandar un mensaje de texto, que en este caso vino a apuntalar la teoría de la desaparición voluntaria a la que se sumaron antiguas amistades vinculadas al exmatrimonio.

“A mí se me acercó un conocido de mi padre para decirme que estaba en Francia”. No fue el único. Casualmente, esas amistades tenían relación con la exmujer, de la que llevaba un año separado tras siete juntos y con la que tenía una hija en común de 5 años. Pese a la distancia, las discusiones entre ambos seguían siendo frecuentes, en gran parte tras quedarse él con la pequeña. “Lo hizo por protegerla, por alejarla del ambiente de su madre”, constata Jéssica. “La adoraba”, apunta el subinspector Moreno, para quien existe otro frente clave en la investigación: pese a estar separados todos los bienes seguían a nombre de ella, incluida la empresa de extintores que dirigía él. “Pero ya no nos queda nada que heredar. Se lo embargaron todo años después”, añade Jéssica, que tiene muy presente que a aquella llamada, hecha supuestamente desde Francia, no se le dio veracidad por venir de quien venía. “Nunca pensé que mi padre se hubiera ido voluntariamente porque nunca nos habría dejado”, zanja Jéssica. Entonces tenía 16 años, sólo doce once que la mujer detenida ahora por la Policía, cuando estaba a punto de haber cometido el crimen perfecto.

“Todos estábamos convencidos de que ella tenía algo que ver. Siempre sospeché de la madre de mi hermana”. De la que en ningún momento se le escapa el nombre. También la cita como “esta mujer”. Para la policía es la autora del crimen “porque estuvo presente en todo el proceso”: planificación, ejecución y ocultamiento. Igual que tienen la certeza de que no lo hizo sola. Su cómplice fue su pareja, el hombre por el que había dejado a Juanma. Falleció en 2022, antes de que la justicia lo alcanzase.

“Estaba claro que ella sola no habría podido hacerlo porque medía 1,50 y pesaba 50 kilos, y mi padre era un tiarrón”, recalca Jéssica. Los Leiva han acumulado demasiadas piezas, que hasta hace poco nadie conseguía encajar. Para sorpresa del subinspector Moreno, “en su época se instruyeron diligencias como una desaparición inquietante, pero voluntaria. Apenas se tomó declaración a cinco personas. Ahora hemos ampliado el círculo y profundizado en los interrogatorios”.

El caso cayó en sus manos en 2024, a raíz de que se activara el protocolo de requerimiento de ADN a familiares de desaparecidos, sobre todo en los casos de larga duración. Cuando los investigadores contactaron con la familia de Juan Manuel Leiva González sabían del hallazgo de unos restos óseos en junio de 2021. Sospechaban que podía ser él, pero faltaba el ‘match’ que lo confirmase. “Si buscas en internet el titular ‘encuentran unos restos óseos humanos en Ruidecols’ te aparecerá la noticia”. La indicación es de una Jéssica que ha rastreado y leído todo lo vinculado al caso. A veces descubre novedades; otras, erratas. Nada que ver con la escasa repercusión de 2004. Guarda aún la revista de sucesos ‘Así son las cosas’ en la que entrevistaron a Josefa, la exsuegra de su padre. Contó que se llevó la documentación y la furgoneta de su hija, que la familia directa había recurrido a videntes además de a la policía, y recordó “que en alguna discusión con mi hija amenazó con irse lejos, pero nunca lo tomamos en serio”. El tiempo le dio la razón.

Los restos de Juan Manuel estaban enterrados a unos quince minutos de Reus, en una finca a las afueras de Riudecols (Tarragona). Justo a 700 metros en línea recta de la casa en la que por entonces vivía su ex con su pareja. Quizás Josefa llegó a ubicar allí a su hija, pero los investigadores que acudieron a la llamada de una vecina en junio de 2021 no hallaron tal vínculo. La mujer, que acababa de adquirir la propiedad, observó un amasijo de plásticos. Sobresalían al fondo del terreno, en un terraplén boscoso y de difícil acceso. Al removerlos descubrió la manta que envolvía unos restos humanos. El resto fue trabajo de Científica. A Juan Manuel lo apuñalaron al menos tres veces, según las marcas que quedaron en dos costillas y un húmero; esta última en posición defensiva.

“Son muchos los indicios”, deja claro el investigador de la Policía Nacional. Junto al sargento de Mossos que participó en el hallazgo, Moreno fue quien citó a Jéssica y a su tía Sònia para comunicarles que la prueba de ADN entregada por ambas había dado positivo. “Nos quedamos blancas, nos echamos a llorar. Y no hizo falta decirnos nada más”. Las dos han sido una durante estos años. Su tesón es parte esencial de esta operación policial. “Cada dos por tres hablo con el subinspector. Si tiene alguna duda o nos acordamos de algún detalle. Les tengo que agradecer tanto…”.

Tía y sobrina, hermana e hija de la víctima, también se embarcaron hace unos meses en un proceso doloroso, y costoso. Al tratarse de un asesinato no podían incinerar los restos, con lo que tuvieron que pedir ayuda para asumir los gastos que supone un enterramiento. La única opción pública era por la vía de la beneficencia e implicaba tener que hacerlo en Riudecols, el lugar donde lo mataron, “sin responso ni nada”. Lo descartaron. “Ni de broma íbamos a hacerlo así después de 20 años esperando”, incide Jéssica. Hace cuatro meses probó a lanzar un grito a la desesperada: emprendió una campaña de recaudación de fondos a través de redes sociales para poder sufragar el entierro de su padre en su Reus natal. “Un euro donado ya era uno menos a pedir en el préstamo”. Y llegaron más, sólo de amigos y familiares, pero los suficientes para poder colocar una lápida con su foto. “Se distinguen sus ojos azules”. Es la misma que difundieron cuando temieron lo peor. Por suerte, la confirmación llegó a tiempo de hacer justicia.