Por las aulas de las facultades de Medicina se escucha un rumor distinto al de hace apenas una generación. No es sólo el sonido de los fonendoscopios ni el zumbido constante de los fluorescentes en los pasillos. Es otro tono, más alto, más coral, más femenino.
Según el Estudio de Demografía Médica 2025, de la Organización Médica Colegial (OMC), las mujeres ya son mayoría en la medicina española: más del 59% de los médicos en activo, y dos de cada tres entre los menores de 35 años.
La feminización de la profesión es una realidad que redefine, poco a poco, una de las profesiones más exigentes -y más simbólicas- del país.
La nueva normalidad en las aulas
Cuando Clara Jiménez, de 23 años, comenzó la carrera en la Universidad Complutense, no tardó en darse cuenta de que las aulas estaban llenas de mujeres.
“El primer día de clase conté, por curiosidad, cuántos chicos había en mi fila: dos. En toda la clase seríamos un 70% mujeres”, recuerda entre risas.
Clara se ríe porque ya lo tiene normalizado. “En mi entorno nadie ve raro que la medicina sea cosa de mujeres. Pero cuando lo hablo con mis padres, todavía lo asocian a una figura más autoritaria, más masculina. En su cabeza, el médico sigue siendo el doctor, no la doctora”.
Sin embargo, el informe de la Organización Médica Colegial (OMC) confirma que la estructura jerárquica del sistema sanitario sigue siendo mayoritariamente masculina. Cuanto más se asciende -jefaturas de servicio, direcciones hospitalarias, cátedras universitarias-, más se estrecha el espacio para las mujeres.
Un cambio demográfico que lo altera todo
La transformación es irreversible. España cuenta con unos 276.000 médicos colegiados en activo, y la OMC confirma que el relevo generacional se está produciendo en clave femenina.
El estudio alerta, además, de que en los próximos diez años se jubilará un gran número de profesionales -sobre todo hombres- que hoy sostienen los niveles intermedios del sistema.
Las nuevas generaciones, en su mayoría mujeres jóvenes, deberán asumir la tarea de reconstruir un modelo sanitario en crisis, marcado por la falta de planificación, desigualdades territoriales y la sobrecarga asistencial.
“Somos conscientes de que llegamos a un sistema agotado”, dice Laura Carrasco, de 26 años, estudiante de sexto curso en la Universidad de Barcelona.
“En el hospital donde hago prácticas hay residentes que no paran en todo el día. Muchas son mujeres y lo dan todo. Pero también ves cómo se enfrentan a un techo invisible: si quieren formar una familia o tener hijos, sienten la presión de que algo se va a resentir. A veces, el sacrificio es el precio de la vocación”.
Laura evita hablar de renuncias, aunque la palabra subyace en la conversación.
“He escuchado a adjuntas decir que retrasaron su maternidad para no perder una oposición. Otras renunciaron a jefaturas porque no podían compaginarlo con la vida familiar. Y eso no es un asunto individual, es estructural. Si la mayoría somos mujeres, el sistema tiene que adaptarse a nuestras realidades, no al revés.”
La medicina se feminiza, pero las estructuras de cuidado -dentro y fuera del hospital- siguen siendo desiguales. Los turnos interminables, la falta de conciliación, la precariedad y la movilidad forzada afectan a toda la profesión, pero golpean con más fuerza a las mujeres.
El estudio advierte que la sostenibilidad del sistema pasa por ofrecer condiciones laborales compatibles con la vida. No se trata solo de retener talento, sino de evitar el agotamiento de las nuevas generaciones.
Clara lo ha visto durante sus prácticas. “Hay una adjunta en Urgencias que es mi modelo. Es brillante, empática, tiene tres hijos… pero la veo llegar corriendo, dormir poco, responder correos a las tres de la mañana. La admiro, pero también me pregunto si quiero eso para mí. Si ser buena médica significa vivir permanentemente al límite”, reflexiona.
“¿Qué tipo de medicina puede sostener un sistema donde el sacrificio es la norma?”, se pregunta Laura.
El informe de la OMC no se limita a contar cabezas. Propone que esta feminización se traduzca en una transformación cultural y política del sistema sanitario. Reclama planes de liderazgo para médicas jóvenes, políticas de igualdad reales y medidas para evitar la fuga de talento. Pero también invita a un cambio de perspectiva: entender que la feminización no es una amenaza, sino una oportunidad.
“La medicina necesita empatía, trabajo en equipo, escucha, colaboración. No digo que sean cualidades exclusivamente femeninas, pero sí creo que nosotras entendemos la autoridad de otra forma: más horizontal, menos jerárquica. Eso puede cambiar muchas cosas”, advierte Laura.
En su voz hay convicción, pero también una sombra de melancolía. “A veces me pregunto si la sociedad está preparada para ver a una generación de médicas dirigiendo hospitales, ministerios, universidades. No basta con ser mayoría, hay que tener poder”, concluye.
Una revolución silenciosa
La feminización de la medicina no ha llegado con pancartas ni manifiestos, sino con constancia, estudio y resistencia. Ha sido una revolución silenciosa, librada aula a aula, MIR a MIR, guardia a guardia. Las mujeres no han entrado en la medicina para ocupar espacio, sino para redefinirlo.
Mientras hablamos, Clara sale del hospital con las ojeras del turno de noche aún marcadas. “A veces pienso que nosotras no estamos cambiando la medicina: la estamos heredando, pero le estamos cambiando la piel.”
La fotografía final del Estudio de Demografía Médica 2025 muestra un sistema en tránsito entre el modelo masculino del siglo XX y el rostro femenino del XXI.
Las cifras son elocuentes: 59 % de mujeres en activo, 66 % entre las más jóvenes. Pero lo verdaderamente revolucionario está en lo intangible: en cómo estas cifras transformarán la forma de curar, de cuidar y de decidir.
El futuro de la bata blanca tiene nombre de mujer. Y ya está escribiendo su propia historia.


